8 de noviembre de 1985. Cerca de las 10.30 de la mañana el “ascensor de detenidos” frenó en el quinto piso del Palacio de Tribunales. Dos policías llevaban esposado a Alejandro Puccio hacia el despacho del juez Héctor Grieben. Lo esperaban para un careo por el “secuestro seguido de muerte” del ingeniero Eduardo Aulet. Pero nunca llegó. Cuando las puertas se abrieron, el detenido corrió hacia la baranda que da al hall central. Los guardias intentaron sujetarlo pero solo lograron por unos instantes: Alejandro, uno de los talentos del rugby argentino, los arrastró en su corrida. Antes de llegar, hizo un pique y, sin tocar la baranda, saltó al vacío.
Cayó cinco pisos. Primero se escuchó el sonido de un golpe seco sobre el techo del kiosco de la DGI en la planta baja. Luego vinieron los gritos, las corridas y la confusión. Varios creyeron que se trataba de un atentado.
Alejandro Puccio, contra todo pronóstico, sobrevivió.



El clan Puccio
Habían pasado apenas dos meses desde el operativo policial que había conmocionado a San Isidro.
El 23 de agosto de 1985, una decena de automóviles de la Brigada de Investigaciones rodearon la casa de los Puccio en San Isidro, un chalet de dos plantas de Martín y Omar 544. Al principio, los vecinos creyeron que la familia Puccio había sufrido un robo. Pero lo que ocurría allí adentro era otra cosa, muy distinta.
Los oficiales, con la idea de que podía haber resistencia, entraron fuertemente armados. En el living encontraron a Alejandro y su novia, Mónica Sürvick, mirando una película. Abajo, en el sótano, el horror: en un calabozo mínimo, con las paredes empapeladas con diarios y un balde como baño, encontraron encadenada a Nélida Bollini de Prado, de 57 años. Llevaba más de un mes en cautiverio. La sacaron envuelta en mantas, aturdida. Fue la única víctima de los Puccio que sobrevivió. Antes la banda había secuestrado -y asesinado- a Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum.
Esos secuestros los cometía una familia -que luego la prensa bautizaría como el “clan Puccio”- estaba integrada por Arquímides Puccio, el jefe, y sus hijos Alejandro y Daniel “Maguila”; y Guillermo Fernández Laborde, Roberto Oscar Díaz y Rodolfo Victoriano Franco.

Las víctimas no eran elegidas al azar. Eran vecinos, conocidos, amigos de amigos, gente de su mismo círculo social. Los secuestros se organizaban desde la propia casa familiar y el sótano funcionaba como lugar de cautiverio. El modus operandi era simple y brutal: secuestrar, cobrar rescate y matar.

El delincuente rugbier
Antes de llegar a las páginas de la sección Policiales, Alejandro Puccio era una figura en el rugby. Su foto se repetía en el suplemento deportivo. “Pequeño, sumamente veloz, escurridizo, de un eficaz cambio de paso, Alejandro Rafael Puccio configura el wing tres cuarto ideal”, así lo resumía un pequeño perfil de LA NACION cuando todavía era uno de los referentes de la primera división del CASI.
Debutó en 1977 ante Pueyrredón y durante ocho años fue titular del CASI, un equipo que se volvió casi invencible entre 1980 y 1982, etapa en la que llegó a 32 partidos invicto. Tenía 22 años cuando se convirtió en el tryman del campeonato de 1981, con 23 conquistas, incluida una final frente a Belgrano. “Es la alegría más grande de mi vida”, dijo en conferencia de prensa.
Su último partido fue contra Pueyrredón el 17 de agosto de 1985, en La Catedral. El CASI ganó 39–18. Se fue ovacionado. Cinco días después la policía golpeó la puerta.



Su reputación como jugador era tan intachable que en el club a muchos de sus compañeros les costaba aceptar que pudiera estar involucrado en un crimen tan grave. Cada vez que podían, pedían prudencia y defendían su inocencia. Y cuando el 31 de agosto de ese año el CASI se consagró campeón, eligieron no dar la vuelta olímpica.
“¿Por qué no festejamos la conquista del título? Esperamos que en el curso de esta semana, Alejandro (Puccio) sea dejado en libertad y después sí, todos juntos celebraremos esta conquista en la última fecha», decía a LA NACION luego del partido Gabriel Travaglini, integrante de aquel equipo del CASI, jugador también de Los Pumas y actualmente el presidente de la Unión Argentina de Rugby (UAR).

“Pero si Puccio no está con nosotros no tiene ningún sentido manifestar demasiada alegría porque el campeonato lo ganamos todo», decía el actual dirigente, al recordar que, poco después de la detención, varios compañeros se juntaron para organizar una misa y pedir por él.
Por ese entonces hubo un rumor —mitad broma, mitad pasión— sobre el vínculo de Alejandro con el CASI: durante el allanamiento a la casa de los Puccio, un policía fanático del club habría visto una camiseta del club tendida en el patio y, para no “manchar” a la institución, la habría sacado y ocultado.
El único que se apartó del apoyo cerrado fue Eliseo “Chapa” Branca. Al principio, como muchos, creía en la inocencia de Alejandro. Pero cambió de idea cuando un conocido suyo, al tanto de la causa, le advirtió: “Pará un poco, no sé por qué lo defendés tanto, si vos estabas en la lista”. Se refería a una libreta encontrada en la casa de los Puccio, donde figuraban posibles futuras víctimas. “Me quedé helado”, reconocería después Branca.
El salto: “No aguanté la presión pública”
Alejandro Puccio fue condenado a prisión perpetua por su participación en los secuestros extorsivos de Ricardo Manoukian y Eduardo Aulet, delitos que terminaron con la muerte de ambos, y también por el secuestro de Nélida Bollini de Prado, la única víctima que logró sobrevivir. Además, la Justicia lo consideró partícipe en el intento de secuestro de Emilio Naum, que fue asesinado cuando intentó resistirse. Durante los años en prisión, dio muy pocas entrevistas y, en todas (y como todos los que están presos), sostuvo su inocencia.


En una de ellas, en 1990, le preguntaron por qué se había arrojado al vacío en Tribunales: “Soy una persona con mucha dignidad y honor. No aguanté la presión pública y toda una situación que considero injusta, que están haciendo conmigo… me enfocaban permanentemente a mí porque era él más conocido: Puma, jugué en la primera del CASI… toda la atención estaba en mí”, respondió.
También, cuando ya llevaba varios meses detenido, habló sobre sus amigos del rugby, con esos que había compartido vestuario, campeonatos y giras: “Los del CASI se borraron. No los culpo. Tal vez yo hubiese actuado igual. Puede que tengan vergüenza de verse con un delincuente”, fueron las palabras de Alejandro en la cárcel de Devoto.
No fueron solo los amigos los que se alejaron, también Mónica, la joven que estaba con él aquella noche que la policía irrumpió en la casa. La joven fue liberada a las pocas horas y se apartó por completo de la familia Puccio. No fue a visitarlo a prisión y con el tiempo rehízo su vida: se casó y tuvo un hijo. Para Alejandro, esa separación fue uno de los golpes más dolorosos de su encierro.
Después del salto en Tribunales, Alejandro intentó quitarse la vida al menos tres veces más. Probó tragarse una hoja de afeitar, intentó ahorcarse con una bufanda e introdujo unos cables en un portalámparas, pero en todas fracasó.
En 1991, en una entrevista para la revista GENTE, contó que estudiar lo ayudaba a sostenerse y había encontrado una rutina: “El estudio me sirvió para soportar estos años de encierro. Físicamente estoy bien. Hago gimnasia todos días, colaboro con los profesores de Educación Física del penal y enseño rugby. Me levanto a las siete, leo hasta las 10 y obviamente cumplo con las tareas que tenemos s todos los internos. A mi viejo lo veo casi todos los días, está muy bien. Y los fines de semana vienen mis hermanos y mi mamá. Daniel me llama día por medio al penal”, dijo. En la cárcel empezó a estudiar Psicología y participó en la creación del Centro Universitario Devoto. Cursó varias materias, aunque no llegó a terminar la carrera. También hizo algunas materias de sociología.

En el 2000, después de 15 años preso, cuando estaba por cumplir los 42, en una entrevista con LA NACION fue tajante: “Si fuera culpable, ya pagué mi condena. Así que lo único que quiero es que me acepten y que me dejen de molestar”.
Pasó años preso y terminó en el penal bonaerense de Florencio Varela hasta que en noviembre de 2007 obtuvo la libertad condicional. Pero el salto le había dejado secuelas: sufría convulsiones que lo llevaban a internarse recurrentemente. En una de ellas, contrajo una infección que lo llevó a la muerte. El 27 de junio de 2008 murió en un centro asistencial al que había sido trasladado desde su casa. Su abogado habló de una muerte natural sin precisar las causas.

Décadas después la historia de la familia Puccio llegó al cine y a la televisión. En 2015 de estrenó “El Clan”, de Pablo Trapero, con Guillermo Francella como Arquímedes y Peter Lanzani como Alejandro, que recrea la vida familiar y los secuestros en la casa de San Isidro. Ese mismo año también se emitió “Historia de un clan”, una miniserie de Luis Ortega por Telefe, que retomó el caso con un tono más íntimo y oscuro, enfocándose en los vínculos y en el clima de violencia puertas adentro.