La sigla en inglés es bastante extraña y poco conocida: los “OOPArts” son objetos arqueológicos que parecen estar completamente fuera de escala de tiempo porque son mucho más avanzados que lo que el conocimiento de la época permitía realizar. Son las iniciales en inglés de “Out of Place Artifact” (artefacto fuera de lugar) y algunos ejemplos famosos son las “pilas de Bagdad”, las esferas metálicas de Klerksdorp o el “mecanismo de Anticitera”, un dispositivo para predecir eclipses tremendamente sofisticado, que tiene más de dos mil años y cuya forma de funcionar fue descubierta por el filósofo argentino Christián Carman.
El economista e inversor Eli Dourado no se va tan atrás en el tiempo para rescatar tecnologías del pasado, pero cree que hay una enorme cantera de valor subestimada en avances de décadas anteriores que en su momento no prosperaron por cuestiones regulatorias, malos esquemas de incentivos o porque les faltaba una última milla de avance tecnológico que hoy sí está disponible. Dourado estudia y propone volver a invertir en aviones supersónicos, energía nuclear o geotermal y en “sectores duros” de la tecnología, que en general tienen menos prensa y glamour que las novedades de IA y digitales en general.
“Si algo se pudo hacer en el pasado, se puede hacer en el presente y en el futuro, porque la física es la misma. No hay riesgos de que un avión supersónico, o aviones gigantes o nuevas plantas nucleares no sean técnicamente factibles, porque solíamos construirlas”, dice Dourado a LA NACION. Y agrega: “Como inversor, me gusta cuando no hay un riesgo más allá de la ejecución, así que si una idea ya se quitó de encima el riesgo de no ser posible técnicamente décadas atrás, eso ya es una ventaja enorme”, plantea.
Dourado es un economista especializado en tecnologías “duras” y crecimiento económico. Fue investigador en el Centro Mercatus (de la George Mason University). Hoy combina su trabajo de inversor con consultoría y la escritura de un blog muy influyente sobre ciencia aplicada, instituciones y futuro económico. Sus análisis giran en torno a “cómo superar ‘El Gran Estancamiento”.
Dourado es de los economistas que creen que la explicación de la baja del crecimiento de la productividad desde los años 70 (luego del “medio siglo dorado de 1920 a 1970) se debe en buena medida a que la atención en este siglo estuvo demasiado enfocada en Internet, tecnologías digitales y smartphones, cuando –según él– la transformación real y la productividad significativa provienen de sectores como la energía, la biotecnología y el transporte.
Dourado afirma que su visión de rescatar tecnologías del pasado no es naive, y que no implica retomar cualquier senda anterior, sino priorizar aquellas innovaciones maduras que ya existen pero que aún no impactan a gran escala, como la energía geotérmica avanzada, los biotecnológicos aplicables o la aviación supersónica (campos en los que según él queda mucho por hacer).
Suele hablar del concepto “hard tech” (tecnología dura), intensiva en capital y en ciencia aplicada, un territorio que quedó relegado frente al boom digital.
Su visión marida bien con otros ensayos muy influyentes recientes, como Abundancia, escrito por Ezra Klein y Derek Thompson. El libro tiene un eje central en la paradoja de una abundancia de riqueza en los mercados y en Silicon Valley que convive con una escasez de cosas que realmente importan: viviendas accesibles, salud, infraestructura, energía, estrategias efectivas para mitigar el cambio climático. Y aquí aparece China y su increíble capacidad de construir como un contraste lacerante. No se trata de romantizar ese país, aseguran los autores (hay enormes grises en derechos civiles, temas ambientales y demás), pero percute la frase de Deng Xiaoping: “No importa si el gato es negro o blanco, mientras sirva para cazar ratones”.
El baile de Travolta
Hay otros dos autores que completan muy bien la lógica de Dourado. Uno es el economista indio-estadounidense Sendhil Mullainathan, profesor en la Universidad de Chicago (antes en Harvard) y especialista en economía del comportamiento, pobreza y decisiones bajo sesgos cognitivos. Mullainathan habla de la importancia de enfocarse en la “última milla”: en lugar de querer inventar todo el tiempo la rueda desde cero (porque tenemos un sesgo de preferencia por la novedad), tiene mucho más sentido a nivel económico ver qué ya existe y se puede aprovechar mejor.
El otro concepto que se asocia muy bien a la estrategia inversora y prédica conceptual de Dourado es el “efecto Pulp Fiction”, una etiqueta que le pertenece al creativo Carlos Pérez a partir de un tuit del divulgador Mark Pollard, autor de “Estrategia en tus palabras”, quien en redes hizo alusión al parecido entre la trayectoria de John Travolta y los códigos QR: arrancaron con todo en su momento y parecía que se comían la cancha, para luego entrar en una meseta en la cual muchos pronosticaron su fracaso definitivo. Pero llegó la pandemia y la economía sin contacto, un combustible mágico que volvió a acelerar la maquinaria de los QR en poco tiempo.
La dinámica Pulp Fiction-Travolta llevada a tecnologías implica inicio triunfal-meseta de fracaso y olvido-resurrección empinada. La película dirigida por Quentin Tarantino y estrenada en 1994 significó la “resurrección” actoral de John Travolta, que luego de dos hits de finales de los 70 (Fiebre de Sábado por la Noche y Grease) entró en una etapa sombría en su carrera cinematográfica. El papel de Vincent Vega lo volvió a traer al estrellato y a los contratos de más de US$10 millones por película.
Hay muchas tecnologías y tendencias socio-culturales, más allá de los códigos QR, que muestran este patrón. Los drones fueron otro buen ejemplo. Años atrás, el sector era una de las tendencias más “calientes” en Silicon Valley. Pero muchas de las startups que se lanzaron no le encontraron la vuelta al negocio, cayeron en su cotización o directamente desaparecieron. Sin embargo, la pandemia hizo que muchas empresas grandes aumentaran la prioridad de sus programas con drones: la menor movilidad de las personas, el auge del comercio por delivery y la necesidad de minimizar el contacto físico hicieron que los drones estén protagonizando su propio y rutilante “momento Pulp Fiction”. Y con la lógica de Dourado: buena parte de esta tecnología no estaba madura para demostrar valor concreto a escala en la década pasada, y ahora sí.
En esta resurrección no es casual ver una y otra vez la influencia de China, con su capacidad de bajar costos y de desplegar tecnologías a escala de muy alta calidad. En la discusión que se armó alrededor del libro Abundance, el economista Noah Smith sostuvo que el gigante asiático –y no los Estados Unidos- es hoy por excelencia del país “GTD”, en alusión al best-seller de autoayuda y productividad Getting Things Done (en castellano se publicó como Organizate con eficacia), que escribió David Allen en 2001.
Todo sea por retomar el espíritu hacedor de Arquímedes y su “mecanismo de Anticitera”, en la Sicilia del siglo III antes de Cristo.