El encantador pueblo fundado por colonos judíos que es base ideal para visitar un parque nacional

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La vieja estación de tren supo ser el centro de vida del pueblo entrerriano.

Las copas de cientos de palmares forman un horizonte verde y esponjoso, sobre el que se apilan nubarrones cada vez más grises y eléctricos. Pájaros y mamíferos, remeros y caminantes, observan con atención. Es la evidencia de un territorio a merced de la naturaleza, altivo y desnudo por igual.

Apenas cinco minutos nos separan del Parque Nacional El Palmar. Por eso decimos que esta comuna es parte de un medioambiente tan único como privilegiado”, asegura Lucas Ponce, el director de turismo de Ubajay, Entre Ríos.

Carpincho en una laguna del PN El Palmar.

Ubicado sobre la autovía internacional José Gervasio Artigas (RN14), el pueblo no sólo se reconoce como punto de partida para visitar el parque. La historia de los pioneros que le dieron identidad, la estación de tren que marcó su destino y hoy es museo, y una panadería de horno a leña que funciona a full con casi 100 años, son otros justificativos para andar a gusto por aquí.

El acceso a Ubajay, en el corazón de El Palmar.

Pioneros

Muchos locales suelen llamar al pago “comuna”. Son resabios de un origen discreto, pero no poco interesante. “El pueblo que hoy conocemos comenzó su formación a principios del siglo XX derivado de dos colonias, la Palmar y la Yatay, apalancado por la llegada del tren, que dejó huella y nombre”, cuenta Ponce.

Ubajay, Entre Ríos.

Efectivamente, la obra para instalar el ramal demandó un colosal pozo para quitar un gran frutal autóctono, el ubajay, nombre guaraní con el que bautizó el nuevo y pujante pueblo. Así, la Estación Ubajay, colaboró también con la llegada de otras familias de colonos.

“Mi padre, David León Hejt, y mi madre, Raquel Pasternack, llegaron desde Rumania y se afincaron acá impulsados por la Asociación de Colonización Judía, fundada por el Barón Maurice de Hirsch. Para 1920 había siete grupos en la zona, y cuarenta familias se establecieron en lotes de cien hectáreas aquí, dedicándose a la agricultura, la ganadería y la silvicultura. Esa gente hizo grande a la comuna, incluso por fuera de lo laboral. Mi padre, por ejemplo, ofició de rabino en el pueblo vecino de San Salvador por muchos años, pero hoy ya no queda nada de eso. Somos los últimos paisanos”, añora Jaime Hejt (77), que junto a Leonor Ana Roitbourd (76) son conocidos como la última pareja descendiente de pioneros.

Un árbol Ubajay le dio origen al pueblo.

“También había algunas familias de estancieros, como los Sáenz Valiente, dueños del territorio del actual palmar, en cuya estancia estaba la cantera que aportaba el canto rodado para los caminos. La última dueña, Estela de Sáenz Valiente, fue quien donó las tierras con las que se creó en 1966 el parque nacional”, agrega Ponce.

Reino de palmeras

En el extremo sur del pueblo, un camino conecta con las 8.400 hectáreas donde la especie butia yatay, la palmera más austral, es reina. No sólo en el parque, sino en puestos ruteros, ese fruto da vida a dulces, licores, jaleas y postres, que suelen ser acompañados por nueces, vinos y quesos locales.

Una de las formas de explorar el Parque Nacional El Palmar.

Una de las propuestas más promocionadas desde Ubajay invita a combinar actividades, desandando primero el sendero de cinco kilómetros en bici, atravesando campos, humedales y vías del ferrocarril hasta la ruta. Una vez dentro del parque, se puede seguir por huellas exclusivas para ciclistas, animarse a las caminatas autoguiadas que se internan en cuchillas tapizadas tanto por palmeras como por vegetación rala, o recurrir a los cómodos paseos en camiones 4×4.

“Es lo más recomendado si querés ver aves. Acá hay unas 270 especies entre pastizales, bosques y áreas inundables. Y si la visita es de día, te da tiempo para descansar en el área de servicios, comer algo en un restaurante que es muy bueno, y seguir”, propone Ponce. Los amantes de la naturaleza no encuentran solo palmeras y aves. Vizcachas, zorros, mulitas, ciervos y carpinchos, y otros animales más difíciles de ver como avestruces, lobitos de río o gatos monteses, tienen aquí su hogar.

Hay más de 270 especies de aves en la zona.Las cabalgatas son una buena forma de explorar la geografía local.

La cercanía con el río Uruguay, sus islas, barrancas e intrincadas curvas, es escenario también para paseos en kayaks y canoas. Por eso una de las citas más buscadas es al Mirador del Arroyo, donde los remeros se embarcan en este cauce menor para agarrar ritmo, y tras unos 300 metros, salir al inmenso lomo marrón que separa Entre Ríos de Uruguay.

Al caer la tarde, el programa no termina. Ya hace un tiempo se han implementado “noches de astroturismo”, cuando los rojos y ocres del sol empiezan a pintar el cielo y contrastar con las palmeras, y tras ese telón, dar paso a miles de estrellas que son motivo de asombro y charlas profundas sobre el espacio. Los campamentos nocturnos son así una experiencia ideal de las familias con niños pequeños, combinando naturaleza y ciencia por igual. “Al ser el centro urbano más cercano, muchos optan por ir de camping un día y luego cerrar con un buen hospedaje en Ubajay, disfrutar de nuestra gastronomía y animarse a conocer el pueblo, que tiene lo suyo”, concluye Ponce.

Vizcachas, zorros, mulitas, ciervos y carpinchos, y otros animales más difíciles de ver como avestruces, lobitos de río, tortugas o gatos monteses se detectan en la zona.Paseo en kayak por un arroyo del parque.

Ubajay es asimismo el portal de entrada al sitio Ramsar Palmar Yatay, el convenio de protección de humedales internacional, que en este caso cuida 21.450 hectáreas, comprendidas por el PN El Palmar, la Aurora El Palmar, y campos aledaños.

Atardecer entre palmeras Yatay.

La vieja estación

Unas 30 manzanas irregulares configuran el trazado del pueblo al vaivén de la autovía. En el extremo oeste, la vieja estación se destaca por tamaño y la impecable conservación del Museo Histórico Alcides Coulleri. “Fue el último jefe de estación, y aún en su retiro, cuidó todo como si fuese suyo”, cuenta Mario Coulleri, su nieto.

Museo histórico Alcides Coulleri, en Ubajay, Entre Ríos.

En 1991 el Ferrocarril Urquiza inició un derrotero de suspensiones que llegó a Ubajay sin pausa. A Alcides lo trasladaron a la cercana estación Calabacilla, por no encontrarse aún en edad jubilatoria. “Pero allí debe clausurar poco después el servicio, y al regresar, cerrar también nuestra estación. Así que vivió dos suspensiones en muy poco tiempo, con lo que eso significa para un ferroviario. Tal vez por eso cuidó el patrimonio para la comunidad hasta 2010, cuando muere”, cuenta Mario.

Ese incipiente museo fue retomado por la mujer de Alcides cinco años más, también hasta su muerte. “La estación era una referencia del pueblo y de la familia. Nosotros jugábamos en ese andén, íbamos a cenar los fines de semana y recibíamos el año nuevo entre las vías, las señales y los techos de madera”, recuerda su nieto.

La estación del viejo ramal del tren Urquiza, hoy convertida en museo histórico.

Aquel viejo ramal del Urquiza no sólo colaboró con la colonización, también dinamizó la vida del pueblo y los parajes cercanos. “Se embarcaba la leche a Concordia, se traían frutas de las cooperativas y había un gran movimiento comercial. Además, las familias iban a venían para celebrar sus fiestas, por eso, y por el cuidado que le dio mi abuelo, el municipio retomó ese patrimonio y le colocó su nombre”, concluye.

Ubajay, Entre Ríos.

Uno de los atractivos que tuvo el lugar hasta hace un tiempo fue la “zorrita”, para muchos, una de las maniobras de Alcides para seguir dándole vida y conexión. Viajes cortos por campos vecinos y hasta el arenal del arroyo, convocaban a las familias en un pequeño vagón tirado por la trochita, paseo que concluía con una charla en el museo. Pero cuestiones burocráticas relacionadas a la concesión y los seguros para transportar personas -que debiera aprobar el Belgrano Cargas, actual gerenciador- impidieron la continuidad.

Museo histórico Alcides Coulleri, en Ubajay, Entre Ríos.

“Gente del pueblo, aficionados al ferrocarril, intentamos mantenerlo en condiciones, pero es difícil porque no contamos con la estructura, los fondos ni las herramientas. Está la zorrita, el andén, la estación, las vías, las señales, el conductor… sólo falta el permiso. Pero creemos que es cuestión de tiempo, y lo vamos a lograr”, agrega Ponce.

Un sabor distinto

En la esquina de Caraguatá y Los Aromos, el pan de campo enorme elaborado por la Antigua Panadería Ubajay, sigue suscitando pasiones. En parte, gracias a la maestría de los Gutiérrez, y complementariamente, al singular sabor que otorga su casi centenario horno a leña.

El centenario horno a leña de la panadería hornea 250 kilos de pan por día.

“Mi padre llegó aquí en 1961, y le compro a los Fucks este local, que antes había sido de la familia Cirota. Yo lo heredé, así como el oficio de panadero, y pude darle continuidad hasta hoy a un tesoro que está próximo a cumplir 100 años”, cuenta Eduardo Gutiérrez. Habla del único testimonio de la fecha de inauguración con que se cuenta, aparentemente obra del albañil que lo colocó, y que reza: “1827”.

Ubajay, Entre Ríos.

Con una producción de 250 kilos de pan por día, a lo que se suman relucientes tortitas negras, facturas rellenas y roscas y bizcochos crujientes, la panadería sigue abasteciendo a gran parte de los seis mil habitantes del pueblo. “Nos visitan mucho los turistas, pero también hijos y nietos de colonos, que ya no viven aquí, pero han oído cuentos de padres y abuelos sobre el lugar. No hay vez que no se hable de los repartos de pan y leche a las estancias y localidades vecinas, y de anécdotas que nutrieron su infancia, y otros recuerdos donde siempre está vigente ese gustito tan particular de nuestros panificados”, concluye.

Ubajay, Entre Ríos.

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