El espejo ideológico entre Trump y Milei

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Donald Trump y Javier Milei no son fenómenos aislados, pero tampoco lo mismo: aunque el presidente argentino se autoperciba como un par, la asimetría de poder es elocuente entre ambos. Sí es válido pensarlos como parte de un mismo movimiento reaccionario a nivel internacional que se enmascara bajo un presunto halo revolucionario para perseguir únicamente la destrucción de las sociedades democráticas como las conocimos hasta hoy, sin distinguir entre conquistas y falencias evidentes del sistema.

“Los líderes populistas ven las instituciones democráticas tradicionales como obstáculos que deben ser desmantelados o debilitados. En lugar de buscar fortalecer el Estado de Derecho, buscan remodelar la democracia a su imagen y semejanza”, escribe Giualino Da Empoli, en su ya célebre ensayo Los ingenieros del caos.

La llegada al poder de estos líderes persigue un mismo objetivo: reforjar al mundo sobre nuevas estructuras donde el equilibrio de fuerza no migra de las elites a las bases populares que los respaldan. El mundo en general asiste atónito a la entronización de estos nuevos protagonistas que desafían el orden establecido con desigual éxito electoral, apelando a las emociones de un electorado harto de las promesas incumplidas. Paradójicamente, se apalancan sobre la misma democracia a la que suelen cuestionar y les abre la puerta al poder.

Donald Trump en los Estados Unidos y Javier Milei en Argentina son ejemplos claros de esta tendencia, aunque cada uno con características propias de su contexto. Sin embargo, las semejanzas entre ambos son inquietantes, sobre todo en sus métodos de comunicación, su ideología anti-establishment y su estilo confrontativo, que han logrado captar la atención de millones.

Las diferencias, notorias y no menores, giran principalmente en torno a sus estrategias económicas, pero las puntas del lazo se reencuentran cuando coinciden acerca de dónde y cómo posicionar a su país en el tablero global.

El rechazo al multilateralismo, la renuncia a participar de organismos como la OMS y la descalificación sistemática de la Agenda 2030, las políticas de género y el desarrollo de estrategias de mitigación del cambio climático han encontrado a gran parte de estos líderes, entre ellos Milei y Trump, coordinando esfuerzos diplomáticos.

Todo ello va acompañado de la exaltación del miedo y la frustración. O como Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg sostienen en El populismo de derecha en Europa, el diseño de “una nueva identidad política centrada en la defensa de valores tradicionales y en la denuncia de amenazas externas e internas, como la inmigración y el multiculturalismo.”

No son los únicos investigadores que se sumergen en estos procesos para desentrañarlos. Ya en Capital e ideología, el economista Thomas Piketty había abordado las disparidades económicas como parte de la explicación de los contextos donde esto discursos ultra prosperan. “La desigualdad económica extrema y el acceso desigual al poder son las principales fuentes de la polarización política. Los populistas tienden a movilizarse en torno a una retórica que rechaza tanto la globalización como las élites económicas que la promueven”, enfatiza.

Si bien a primera vista, Trump y Milei podrían parecer dos figuras dispares -el magnate inmobiliario estadounidense que llegó a la Casa Blanca sin experiencia política formal, y Milei, el economista libertario argentino que utiliza su desdén por el “Estado elefantiásico” para liderar la política de su país-, al profundizar en sus discursos, propuestas y prácticas de gobierno, se perciben paralelismos innegables. Y mucho más cuando se los escucha con atención.

Quizás el más evidente sea un estilo confrontativo, un “lenguaje de guerra”, de tono muy similar. Tanto Trump como Milei se caracterizan por su estilo directo y provocador. El presidente de los Estados Unidos popularizó el término “fake news” (noticias falsas), ya en su primera campaña de 2016, para descalificar a los medios que no estaban alineados con su visión. Y a través de Twitter y luego su propia red Truth Social, lanzó ataques feroces contra rivales políticos, periodistas y hasta miembros de su propio gabinete. Su frase más emblemática: “Los medios son el enemigo del pueblo”, es un claro reflejo de su confrontación con los medios tradicionales y el establishment político.

En este sentido, un aspecto común es la demonización sistemática de la prensa. Trump llegó a calificar a los periodistas de “enemigo del pueblo” y se vanagloriaba de “derribar” con acusaciones de parcialidad a quienes osaban criticarlo, apelando una y otra vez al mantra de que solo él podía decir la verdad. De forma muy similar, Milei acusa a los medios de ser “prensa militante” y “representantes de la casta política”, llegando a tildar a periodistas críticos de “predicadores de mentiras” tanto en sus conferencias como en sus redes sociales, donde suele escribir “No odiamos lo suficiente a los periodistas”. Ambos líderes emplean estas falacias para deslegitimar cualquier informe o investigación que los incomode, erosionar la confianza de sus seguidores en el periodismo independiente y potenciar la narrativa de un supuesto complot mediático en su contra. De este modo, convierten al periodismo en chivo expiatorio de sus propias controversias y consolidan un discurso autoritario que alimenta la polarización.

Milei, siguiendo un patrón similar, no duda en tildar a sus opositores de “comunistas” y “casta política”. También apela a distorsionar apellidos de economistas críticos o compararlos con mandriles, con alusiones permanentes a situaciones de dominación, frecuentemente ligadas a lo sexual. En su discurso inaugural como presidente, afirmó: “No les vamos a permitir más el robo del dinero de los argentinos, porque el Estado es un parásito que debe desaparecer”. De allí su uso del término “motosierra profunda” para referirse a su plan de reducción del gasto público da cuerpo a un enfoque radical y rupturista que buscó exportar con relativo éxito a Estados Unidos de la mano de otra figura emergente del ecosistema de la Derecha Alternativa en el norte, el magnate Elon Musk, ahora enemistado con el mandatario estadounidense. Al igual que Trump, Milei aspira a conectarse directamente con sus seguidores a través de un lenguaje incendiario que polariza la sociedad, en lugar de buscar consenso.

En ese sentido, el rechazo al sistema bajo la presunta armadura impoluta del outsider -aunque tanto Milei como Trump formaron parte de ese mismo ecosistema desde otras órbitas no menos políticas- se vuelve otra característica compartida y de las más llamativas. Ante el mundo y sus seguidores emergen como figuras investidas de una misión trascendental: romper el sistema.

En su campaña de 2016, Trump se autoproclamó el candidato del “pueblo” en contra de las élites de Washington. “No vengo de la política, vengo del pueblo”, decía constantemente. Su mensaje era claro: el sistema estaba corrompido, y él era el único que podía restaurar el poder a la gente, “drenar el pantano”. Este año retornó para completar el trabajo, a mayor velocidad.

Milei, por su parte, utiliza la misma narrativa. Desde su ascenso en la política argentina, ha basado su discurso en la idea de que el país está siendo saqueado por una “casta política” que vive a costa de los trabajadores y la clase media. Su promesa de acabar con el “robo del dinero público” y su constante ataque al kirchnerismo le han permitido ganarse el apoyo de una parte significativa de la población desencantada y atrapada en una grieta de décadas.

“La casta política ha hundido a la Argentina”, repite incansablemente Milei, mientras se posiciona como el salvador del país, erosionando los resortes democráticos para mutar del pluralismo a un formato delegativo en el que el líder acciona, aún por encima de la ley, bajo la supuesta legitimidad con la que lo ungió el voto del pueblo. Las consecuencias para la salud y calidad de las democracias son peligrosas, ya lo hemos visto.

Ligado a ello asoma la construcción de un culto a la personalidad, uno de los elementos clave en la consolidación de ambos referentes. Trump, con su lema “Make America Great Again”, enhebró una base de seguidores leales que lo ven como la figura mesiánica que restaurará la grandeza de Estados Unidos y veneran cada una de sus teorías conspirativas. Su imagen se ha vinculado a la promesa de un país más fuerte y respetado.

Milei ha hecho lo propio en Argentina, usando expresiones como “El futuro será cada vez mejor”, y estableciendo una relación cercana con sus seguidores a través de las redes sociales. Su forma de hablarle a su electorado es directa, cargada de promesas de un futuro sin las cadenas del gasto público desmesurado, y en muchos casos se ve a sí mismo como la única solución frente a un país que, según él, está al borde del abismo.

Como explica Da Empoli, “las redes sociales no son solo una herramienta de comunicación, son un campo de batalla donde se libran las batallas ideológicas del siglo XXI. El populista entiende el poder de las imágenes y las frases cortas, utilizando los algoritmos para amplificar su mensaje”. La irrupción de los cisnes negros ya son la nueva regla de las sociedades contemporáneas.

¿Dos líderes o dos variantes del mismo fenómeno?

En definitiva, la pregunta que surge es: ¿Trump y Milei son solo dos líderes con diferencias superficiales o son la manifestación de un mismo fenómeno global? Ambos encarnan el auge de un populismo radical de derecha que utiliza la figura del líder fuerte para movilizar a las masas. El mensaje es claro: el sistema está quebrado, y ellos son la solución.

Sin embargo, hay algo que une a estos dos hombres más allá de sus propuestas y estilos: una visión profundamente polarizadora que divide a la sociedad en “nosotros” versus “ellos”. En un mundo cada vez más interconectado, Trump y Milei son la cuña que se abre camino a partir de una crítica voraz al presente que se asienta en la exhortación a un pasado idealizado, a la nostalgia de tiempos mejores y a la promesa de un cambio radical hacia un horizonte glorioso, sin importar los costos. El historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze lo pone en términos sencillos en su libro La presidencia imperial cuando afirma que “los populistas no construyen instituciones, destruyen las existentes; no representan a la sociedad civil, la dividen. Lo que ofrecen es una versión simplificada del poder, que depende completamente de la figura del líder y de su relación directa con la masa.”

Y es que, como bien dijo Trump en 2016: “El pueblo ha tenido suficiente”, una declaración que bien podría aplicar como lema a Javier Milei. Quienes los elijen no buscan soluciones intermedias, sino una revolución total, aunque los métodos y el contexto sean diferentes. Quizás, al final, la verdadera lección es que, a pesar de ciertos matices ideológicos y contextuales, Trump y Milei reflejan una crisis global de confianza en las instituciones democráticas tradicionales, y una demanda que ningún y ninguna lideresa democrática supo o pudo satisfacer de forma plena.

Directora ejecutiva de Amnistía Internacional Argentina

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