De acusarnos de creernos europeos a recibirnos con los brazos abiertos en el seno de la Patria Grande; de criticarnos por ser arrogantes y prepotentes a considerarnos el orgullo de Latinoamérica. Así, sin escalas, El Eternauta ha logrado despertar un sentimiento en nuestra vecindad impensable hasta hace unos meses. Puede parecer exagerado, pero es para fijar la idea, se entiende.
Lo cierto es que buena parte de los cientos de videos de análisis, crítica y podcasts sobre la serie que abundan en Youtube desde su estreno tienen un discurso en común. Usuarios de esa plataforma de una larga lista de países, hablan de la emoción de sentirse identificados con una ciencia ficción que habla en español y que no transcurre en Nueva York, sino en Buenos Aires. La sienten como propia, y bienvenido sea. Como dijo Martín Oesterheld, nieto de Héctor, el autor de la legendaria historieta que originó la serie de Netflix, por primera vez fuimos interesantes para los extraterrestres.
Y si bien este tipo de historias posapocalípticas provocan una sensación de déjá vu similar a las que experimenta el protagonista Juan Salvo en la primera temporada de la serie, sobre todo al ojo del espectador extranjero, nadie deja de reconocer la originalidad de este planteo en 1957 más allá de la obvia influencia de la guerra fría y la amenaza de un invierno nuclear, paranoia propia de la época.
Está también, por supuesto, la lectura política, especialmente familiar en América latina, donde es fácil captar la metáfora del golpe militar que se impone con violencia sobre una sociedad a la que el autor invita a resistir solidariamente. Pero la potencia del imaginario de la historieta es tal que está por encima de ciertas lecturas banales que desata hoy, casi 70 años más tarde, y de las que el director de la serie, Bruno Stagnaro, declaró que prefería rehuir.
Tan potente es la serie que hasta conquistó el corazón de muchos brasileños, venciendo la rivalidad y la barrera que el idioma y la cultura tantas veces llevan a Brasil a hacer rancho aparte del resto de América latina. No es difícil toparse con análisis que celebran la producción de los “hermanos”, así en castellano, término mitad cariñoso, mitad irónico que usan en ese país para referirse a nosotros y que recuerda a nuestro “HLA” para aludir socarronamente a los hermanos latinoamericanos.
Es cierto, a veces los elogios vienen acompañados por la sorpresa y el prejuicio que, básicamente, podría resumirse en: ¿Cómo puede ser que una producción audiovisual de este nivel y con esta temática pueda haberse hecho en la Argentina? Sí, Argentina. Pero nada para reprocharles a latinoamericanos y españoles, también fascinados con la serie, que hasta han tenido que activar los subtítulos para entender algunos diálogos llenos de localismos y que no por eso dejan de apreciar. Al contrario, creen que esa dosis de argentinidad otorga más verosimilitud a la trama. Tomo prestado el razonamiento de un par de youtubers chilenas: ¿para qué buscarle la quinta pata al gato? A nadie en este rincón del mundo se le ocurre cuestionar los acentos y modismos norteamericanos o británicos en películas o series. Y menos aún que reprochar cuando a veces nosotros mismos desconfiamos de nuestra lengua y de nuestra cultura, cuando cada vez más palabras y modismos anglo se cuelan en el habla diaria porque en inglés supuestamente suena más serio, prestigioso o sofisticado. Gracias a El Eternauta, ellos (latinoamericanos, españoles y hasta norteamericanos) ya nos creyeron que somos capaces de crear un fenómeno global sin renegar de lo local; ahora falta que también nosotros nos lo creamos un poco más.