Autor y director: Claudio Hochman, basado en La odisea de Homero. Intérprete: Carlota Blanc. Músicos: Francisco Zanatti (guitarra) y Luis Roquette (viola). Diseño y realización de títeres: Ana Mota Ferreira. Sala: Cunill Cabanellas, Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Funciones: martes 30 y miércoles 31 de julio, a las 15. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: excelente.
La diosa Afrodita reconoce que es la responsable de haber desatado la Guerra de Troya con sus secuelas que arrastran también a la diáspora de Ulises. Cuenta y canta las peripecias del protagonista de la Odisea, en su largo periplo de retorno a la isla de Ítaca, donde Penélope, su mujer, espera tejiendo y destejiendo la trama del asedio de pretendientes.
Los personajes de su relato salen de dos valijas, una a cada orilla del largo viaje, unidas por momentos por las olas azules del Mediterráneo. Son 40 títeres de diverso formato que emergen de la mano de Carlota Blanc, la intérprete de El fado de Ulises, la obra escrita y dirigida por Claudio Hochman, que nos visita cruzando también los mares, en su caso desde Portugal hasta el Río de la Plata.
Claudio Hochman, quien se destacó en los 90 con sus puestas en escena para público de todas las edades en el mismo Teatro San Martín, como su recordada versión de La tempestad. Emigró a Portugal y vuelve ahora con El fado de Ulises, habiendo pasado las mismas dos décadas que se demoró el retorno del héroe homérico.
Con la guerra terminada, Ulises empieza el viaje. La narradora anuncia aventuras por el mar, encuentros maravillosos, misterio y peligro, amores desencontrados y enigmas sin soluciones.
Carlota Blanc lleva el texto gestado en Lisboa a un perfecto castellano, pero sin perder el acento portugués que adquiere particular relevancia cuando entona el canto del fado, el género musical lisboeta que funciona aquí a modo de coro luso-helénico de la historia.
La versatilidad de la actriz, cantante y titiritera se manifiesta también a través de la expresividad corporal con que se mimetiza por momentos con el ambiente de la narración homérica. Su fantástica capacidad de poner voces diferenciadas a los múltiples personajes logra lo que pocos titiriteros que actúan a la vista: la mirada del espectador se posa en la boca del muñeco, no en la de quien lo manipula, escucha al personaje. Y vuelve luego sobre la narradora cuando retoma su voz propia.
La historia mítica va tomando así, con todos los artificios puestos en juego, una verosimilitud que transporta al espectador al universo helénico de hace 2750 años, a la constelación mitológica que escuchaban los contemporáneos de Homero. La profusión de personajes y episodios, así como el doble plano de los dioses del Olimpo y los humanos que forjan su destino, a veces contra los designios de aquellos, se despliegan de forma asombrosamente clara para público de edades diversas.
Intensidad y humor se alternan para hilvanar las estaciones de la navegación de Ulises. La hechicera Circe, el gigante Polifemo, las sirenas con su canto encantador, todos salen de las valijas del viaje y vuelven a sumergirse en ellas como entre olas del mar, a medida en que la nave reemprende el rumbo hacia Ítaca.
El eterno tema de las migraciones, forzadas por guerras, crisis económicas, búsquedas de nuevos horizontes, que siempre reaparece en la historia universal y hoy está dramáticamente vigente en el Mediterráneo, encuentra un tono particularmente evocador en la tonalidad del fado, con sus aires de nostalgia, su mirada hacia el mar adivinando la otra orilla. Ulises arriba a esas costas que se insinuaban lejanas, a su isla. Afrodita redime su culpa contando una historia tan bonita como pretende ser ella.
Hochman lleva en esas dos pequeñas valijas, abiertas sobre el escenario por Carlota Blanc, una síntesis de la historia milenaria que mantiene su poder de seducción a la escucha que la hizo una obra clásica de longevidad infrecuente. El fado de Ulises, su canto y su destino, llega a buen puerto gracias al rumbo que sabe imprimirle Hochman, a la ductilidad de Blanc como navegante del escenario.