El fenómeno Marianela Núñez y una legión de fans conmovidos por el poderoso arte de su danza

admin

Dos meses después de la fenomenal última vez “en casa” con Don Quijote, la bailarina argentina Marianela Núñez regresó ayer para protagonizar uno de los títulos favoritos del repertorio del siglo XX: el desgarrador Onegin, creado hace 60 años por John Cranko; un drama a prueba de todo, que emocionó y conmocionó a la sala desde la platea hasta lo más alto del paraíso. Fue una función de antología, además de por la excelsa técnica y el vuelo expresivo de ella, por el descubrimiento local del invitado Jakob Feyferlik, de la Ópera de Munich, y una compañía que como en las últimas noches se la vio afinadísima: el Ballet Estable del Teatro Colón. Si bien esta obra maestra vale oro por sí misma, el espectáculo no sería el mismo sin la conexión magnética que antes, durante y después de la función Núñez, una artista fuera de serie, mantiene con el público.

Núñez y Feyferlik en un pasaje del pas de deux del dormitorio, en el primer acto

“¡Son como las Swifties!”, bromeaba ella hace unas semanas cuando los fans agotaron en tan solo 20 minutos las entradas para este reencuentro, en dos funciones. Y ahí estaban ayer las “Nellies”, fieles, efervescentes, ilusionadas, vivando a su ídola de grandes ojos azules y “sonrisa Kolynos”, como decía la vieja publicidad. Acá no importa la marca, no hay marketing ni premeditación detrás del boom que explotó con esta figura que lleva un cuarto de siglo portando la corona del Royal Ballet de Londres y que está alcanzando el punto más alto de su popularidad a los 43 años. Pasadas las 22.20, las 2478 butacas se vaciaron tras un aplauso arrollador y el olé, olé, olé contagioso, delante del telón, se hizo eco en la famosa caja acústica. Una bandera argentina con su nombre colgaba en lo alto de un balcón.

El saludo final en el Teatro Colón de la bailarina Marianela Núñez

Ya en la vereda de la calle Cerrito, con el Obelisco como incansable vigía, estas chicas, la mayoría estudiantes de danza, pero también varones, familias, parejas y algunos curiosos que escucharon hablar del brillo de esta estrella, esperaron a que se abriera la puerta de artistas y saliera ella una vez más. “¡Los quiero!”, gritó sobre una tarima improvisada, y sacó de una bolsa varias zapatillas de punta autografiadas, que tiró entre la gente. Es primavera, hace calor en Buenos Aires, y esta caldera que no se apaga. Ahora se rumorea que volvería al Colón en marzo, pero esa será otra cuestión.

Una postal que se repite desde 2023: celulares y programas de mano en alto, para saludar a la bailarina en la calle después de la función:

“Decía Swifties –retoma Núñez aquella mención a las seguidoras de la mayor popstar de nuestros días-, porque, por ejemplo, cuando bailé el año pasado en la Ópera de París, un grupo de fans me hicieron unas pulseritas como los bracelets de Taylor Swift, pero que dicen “Nela”. La conversación con LA NACION transcurre una noche de esta semana, yendo de Vicente López a una parrilla del centro porteño como en un travelling cinematográfico por la Avenida Lugones: la luna llena más grande que hayamos visto jamás iluminaba la autopista. La bailarina sigue con el tema de los tickets: “Fue como pasó ahora acá con Paco y Catriel: las entradas también se vendieron así”, y con un chasquido de dedos da la idea de que en poco quedó nada. “Obviamente para mí es lindo saber que esto sucede, pero más que nada lo que me parece hermoso es que el ballet logre este tipo de fervor, que se vuelva a sentir esto”.

Una bandera argentina con el apodo de la bailarina flameaba anoche desde un palco alto durante los saludos en el interior de la sala del Colón

Ese que se vuelva a sentir indica que sabe bien que esto que ahora ocurre con ella es extraordinario, pero también que existió un antecedente. Y como en toda historia –Marianela Núñez ya ingresó en la Historia- es importante conocer y preservar ese contexto. No es en absoluto usual que el Colón monte una mesa para que una bailarina argentina firme unos dos mil programas de mano, zapatillas de punta y recuerditos de todo tipo, aunque tampoco es inédito. “Con Julio Bocca era una locura acá; con Rudolf Nureyev la gente hacía colas, se llevaban una sillita a veces desde la noche anterior. Me contaron que hubo una época así, en la que se vivía el ballet con fanatismo”.

Marianela Núñez disfruta de la ciudad y su gente en cada visita: una noche de esas, por la avenida Corrientes

¿De dónde venimos?

Tal cual. Esa época era el final de la década del 60. El ballet en Argentina tenía devotos, barras de seguidores que incluso podían sacarse chispas en bandos rivales, como un Boca-River. Esa generación dorada quedó fragmentada por la tragedia aérea de 1971 de la que ayer mismo se cumplió un nuevo aniversario; se recordó a los nueve bailarines que murieron cuando cayó en el Río de la Plata el avión que los llevaría a Trelew, primero, con el acto que el Consejo Argentino de la Danza convocó por la mañana en el monumento de Carlos de la Cárcova emplazado en la Plaza Lavalle, y después, dentro del propio teatro, con la dedicatoria de esta función especial y el aplauso cerrado durante la lectura de sus nombres: José Neglia, Norma Fontenla, Carlos Schiaffino, Carlos Santamarina, José Zambrana, Rubén Astanga, Sara Bochkovsky, Margarita Fernández y Marta Raspanti.

Hasta esos años hay que remontarse para narrar el fervor y las colas sobre Cerrito. Juan Lavanga, balletómano memorioso, no participaba en los “grupos bravos”, pero formaba en las filas de Olga Ferri, a quien primero admiró y luego quiso como el amigo y muy cercano colaborador que fue (en tanto abogado, llevaba sus contratos internacionales y locales). Él apostilla la siguiente escena, tan elocuente: “En 1967, después de una famosa Giselle, Manuel Labrador [padre de Juan Carlos, actual jefe de sala] ubicó a Olga detrás de un mostrador y dejaba entrar por la puerta giratoria de a cinco o seis personas, que las hacía salir por el otro lado. Y decía: ‘circulando’”. Respecto de las rivalidades, recuerda también “una Bella durmiente que fue un escándalo entre ferristas, fontenlistas y esmeraldistas (por las seguidoras de Esmeralda Agoglia), tanto que tuvieron que bajar el telón de seguridad para que se fueran del teatro”.

Olga Ferri, referente de la danza argentina, retratada en su camarín, en una foto autografiada

Por ese entonces, un fotógrafo muy jovencito empezaba a hacer sus primeros clics retratando bailarines (hoy, seis décadas más tarde, consolidó un archivo propio que es un tesoro para este arte). Jorge Fama capturaba en el escenario del Teatro Colón las actuaciones de Neglia, Fontenla, Ferri, sus primeros clientes, a quienes les vendía las fotos de la función para que tuvieran el mejor recuerdo que se le puede entregar a un fan: un momento perpetuo impreso sobre el papel, con la firma de su artista favorito. “Yo tendría veinte o veintiún años –rememora Fama y se ríe-. Los fotografiaba en la función y me iba corriendo a la casa de mi abuela postiza en la calle Recuero, en Flores, porque todavía no tenía estudio; revelaba los rollos y hacía las copias artesanalmente en el garaje (si eran gigantografías, en la bañadera). José, Norma, Olga me compraban cajas de cien con la imagen elegida, algunos me pedían dos o tres que les habían gustado, y en los shows posteriores las entregaban autografiadas a los fans. ¡La gente hacía álbumes! Yo creo que ahora hay un resurgimiento, es cierto; ya vimos cómo hace poco vivaban a Julio Bocca en su palco. Y Marianela tiene un aura: no recuerdo haber visto aplaudir a nadie de pie, acá ni en Londres, como a ella este año”.

La gran bailarina argentina Norma Fontenla fue una de las primeras

Retomando aquella vieja tradición, a los primeros fans de Marianela Núñez que lleguen este domingo después de la función en el Teatro Colón a la firma de autógrafos sobre la calle Cerrito, LA NACION les entregará una foto de recuerdo.

Yo también estuve ahí

De chica, Marianela Núñez también iba a la caza de sus bailarinas favoritas y trataba de entrar en el backstage del teatro para salir con una punta firmada. “Sí, claro que lo hacía. Esperé a Sylvie Guillem cuando vino como solista invitada del Royal Ballet [1998]. Guardo todo eso, autógrafos, programas de mano. Por ejemplo, de acá tengo puntas de Paloma Herrera, zapatillas y fotos de Silvina Perillo, de Karina Olmedo, de esa generación del Ballet Estable. ¡A Cecilia Kerche le llevaba cartitas!”.

La actuación manda en

Sobre esta manía encendida alrededor suyo, que se avivó en el último tiempo (recordemos 2023, cuando hizo El lago de los cisnes con Kimin Kim), siente que va más allá de la danza. “Se creó una conexión con el público que es muy genuina, muy fuerte y trasciende el escenario. Lo que yo siento por ellos es lo que ellos sienten por mí. Es impresionante que suceda ahora; estar más madura y ver las cosas de otra manera, me parece que hace que lo valore distinto. Disfruto cada encuentro con el público desde un lugar muy único. Cuando estoy bailando, siento que están ahí para apoyarme, que vienen a pasar un rato conmigo ¿cómo lo explico?”

No te lo puedo explicar, porque no vas a entender. Ya lo dice el himno mundialista que tanto le gusta a “la Messi de la danza”, una comparación que no precisa nada más para graficar lo que representa.

El saludo de Marianela Núñez a sus fans y el momento en que lanza las zapatillas de punta

Las chicas se agolpan en la puerta. Esperan más ansiosas que nerviosas. Ariadna Beroiz, de 14 años, vino de Mar del Plata con su mamá; está doblemente contenta, porque además de ver a Marianela, quedó seleccionada para la próxima instancia del casting del musical Charlie y la fábrica de chocolate en el papel de Veruca Salt. La cordobesa Nikela Levita, que vive en Rosario, viajó con un grupo de amigas: anoche bajó de la tertulia de pie y fue una de las afortunadas que atrapó en el aire un premio en la lluvia de puntas. Y otra vez como el pasado 31 de julio Francisca Luro Muzzopappa, de 13, recorrió los 1500 kilómetros que separan Bariloche del mayor coliseo argentino. Va un pequeño flashback a esa noche agridulce de invierno: al término de Don Quijote, la chica hacía guardia en la puerta del Colón cuando en el minuto previo a la resignación, con las manos vacías y los ojos llenos de lágrimas, la Núñez vio la escena desde la ventanilla del auto, frenó y le estampó un autógrafo en el raso de la zapatilla de punta. Anoche, con Daniela y Jorge, sus padres, se emocionó con Onegin. En familia, comparten esta pasión, “investigan” cuando una bailarina o una obra les gusta. “Fran” cuenta que intentará ingresar al Instituto Superior de Arte en el próximo llamado; en pandemia tuvo una oportunidad, pero no eran tiempos para pensar en mudarse. Es parte de una generación que, como antes pasó con Billy Elliot, despertó al deseo de bailar con la película Ballerina. “Quiero llegar más alto y un objetivo es el Colón”, piensa. “Un sueño”. El estudio donde se forma en su ciudad está examinado por la Royal School de Londres y hasta Inglaterra llegó en 2023 para hacer una formación intensiva de verano. ¿Cómo empezó su fanatismo por Marianela? Cuando su abuela le regaló el famoso DVD de Mikhail Baryshnikov y Cynthia Harvey en Don Quijote, con el American Ballet (1983). Ese video le abrió la puerta. “¡Nos encantó! Empezamos a buscar y buscar otros y encontramos la grabación de Marianela Núñez con Carlos Acosta”. Ahí está: el flechazo. Tiene bien en claro por qué es su bailarina favorita: “Primero la técnica, es superprolija y consciente de lo que hace, pero sobre todo lo que la diferencia a Marianela es que es muy expresiva. Ella posteó algo que a mí me parece que tiene razón: siempre que baila es como si fuera la primera vez. Lo hace con mucho placer y eso te llega”.

Francisca, de 13 años, con sus padres, Daniela y Jorge Luro, vinieron por segunda vez en el año desde Bariloche para ver a Marianela Núñez

Cuando les toca el turno de estar frente a frente, lo que expresan los fans puede ir en todas las direcciones. “Si son chicas que bailan, me transmiten admiración o inspiración por el camino que logré, pero también hay gente que nada que ver, que viene y me dice cosas como “estuve en una cama de hospital y lo único que me daba un poco de oxígeno era ver tus videos”, se emociona Marianela cuando cita estos testimonios, de los más luminosos a los más extremos. “El cariño es fortísimo. Por eso también quiero tomarme el tiempo para devolverles todo lo que me dan. La gente no se imagina lo que me ayuda a mí; piensan que soy yo sola la que se está entregando y no tienen la dimensión de lo que me causa todo lo que me brindan”. Ahora llora.

Nikela Levita (en el centro) viajó de Rosario con un grupo de amigos para la función de

Ser mundano si los hay, su talento está a la vista y la capacidad expresiva de su arte no es materia de discusión. Su touch mágico compatibiliza con sus vulnerabilidades y la dedicación rigurosa que conlleva su profesión con las cosas de la vida doméstica y la compañía de su gente. En el restaurante donde cena la noche de luna llena que se mencionaba antes, se sienta junto a Sabrina, una amiga que trabaja en la Embajada Argentina en Londres, que se tomó un avión para verla por primera vez hacer de Tatiana en su país. La bailarina mira la carta y pide un churrasco con hueso, como lo preparaba su abuela (¿efecto Ratatouille?), pero termina finalmente tentada por una porción de mollejitas a la parrilla que acompaña con ensalada de zanahorias, una sana debilidad. Su dieta es medida y variada, se permite un panqueque con dulce de leche, que entre una cucharada y la siguiente interrumpe un hombre alto que dejó esperando el plato de papas fritas contra la ventana. Juan Maiale se presenta en la mesa de la Núñez con una mezcla de admiración y timidez: es el papá de Lupe, de 11 años, que vive Río Gallegos, y viene a tomar clases al Ballet Estudio, la academia que creó, justamente, Olga Ferri. Quiere una foto para su hija, claro. Un rato más tarde, en otro restaurante sobre la avenida Corrientes, donde va al encuentro de Valentín Batista, un amigo bailarín del Estable, el encargado del lugar la compromete ni bien entra: “Hacemos una foto a la salida, eh”.

La pasión por el ballet que se ve hoy representada por Marianela Núñez hace un ineludible link con la figura que popularizó la danza en la Argentina con el cambio de siglo. Lo que pasó con Julio Bocca, actual director del Ballet Estable del Teatro Colón, no tiene parangón: basta con sintonizar en la memoria la imagen descomunal de aquella 9 de Julio con 300 mil personas, en diciembre de 2007, fecha de su despedida.

Impactante vista de la 9 de Julio en la despedida de los escenarios de Julio Bocca, en diciembre de 2007

A Bocca le pasaba como a Fito Páez en esa canción que dice Llevo todo el día escapando de los fans/ salen de la sopa, de los taxis del placard… “Sabemos cómo es el público argentino, de su euforia y el cariño, no solo en las funciones sino en la calle. Ahora un poco me está volviendo a pasar”, cuenta en su charla con LA NACION. “Para la gente, sos como parte de la familia. Es maravillosa esa devoción, que tiene también otro lado, porque se pone en jugo tu privacidad. Aunque en cierto modo yo era distante, también supe estar cercano y agradecido. En las provincias, varias veces tuve que salir corriendo entre un mundo de gente, rogando no doblarme un pie. Recuerdo una vez acá, en uno de los Conciertos del Mediodía que hacía el Mozarteum, gratis, en el Teatro Ópera, que terminé trepado en lo alto de un poste de luz [se ríe]. Hubo un momento en que tuve que empezar a ver qué cosas podía hacer y cuáles no, porque de pronto me daba vuelta y tenía un fotógrafo siguiéndome. Pero al mismo tiempo es algo tan maravilloso todo ese cariño”, se explaya Bocca, artífice –además de su propio fervor- de una contagiosa ebullición que traslada con merecimiento al Ballet Estable, justamente cuando se está conmemorando el centenario de su creación.

Cuando era el bailarín más popular de la argentina, Bocca no firmó autógrafos en una mesa sobre Cerrito al final de sus funciones en el Colón, pero recuerda una temporada en la avenida Corrientes en la que lo hacía cada noche: “era la única manera de poder salir”. También en el MET en Nueva York se organizaban encuentros con los fans post función y, en Japón, podían perseguirlo incluso en el viaje en subte hasta el hotel.

El pasaje desde las 300 mil personas en el Obelisco a estar solo en casa la noche del último show fue, como dice él, “un golpe de realidad”. Cada vez que lo cuenta, se percibe el shock. “De pronto estás solo, tomando un champagne, con Manon y Kitri [los perritos], dentro de tu mundo privado. No me sentía aliviado, porque aunque todo eso era demasiado, a veces la popularidad se disfrutaba. Tampoco se extraña. Después empezó otra historia y ahora la gente tiene una nueva manera de mirarme y conectarse, diferente, sin esa invasión. Ahora soy como un conocido en vez de parte de la familia”.

“Se creó una conexión con el público que es muy genuina, muy fuerte y trasciende el escenario. Lo que yo siento por ellos es lo que ellos sienten por mí

Volviendo a Marianela Núñez, Bocca marca el point: “Tiene mucha conducta, es una gran profesional, baila divino, pero es su forma de ser como persona, por suerte, lo que llama y atrae. Si la conocés, es lo que refleja: alegre, divertida, de buen humor. El argentino se siente orgulloso de que sea argentina como cuando gana la Selección”.

Fans premium: el mismo amor

En el vasto universo de admiradores de “Queen Nela”, merecen una especial mención los que desde muy chica la apoyan en el partido de San Martín, de donde es oriunda. Y en el otro extremo del arco, está ese cierto exponente internacional de seguidores que la acompañan no solo en el sentimiento, sino por todo el mundo. De algún modo, podría decirse que juegan en otra liga: son profesionales, están entre los 40 y los 50 años, y por supuesto los aúna con la gran masa la pasión por su bailarina favorita. Dos de ellos están este fin de semana en Buenos Aires para aplaudirla.

Núñez, con Jorge González Granic, balletómano chileno que hace más de una década la sigue por todo el mundo (Frutillar, 2016)

Jorge González Granic es chileno, abogado, y por su origen balletómano terminó desempeñándose como gestor cultural (director ejecutivo de la Fundación Cultural de Providencia y Vicepresidente del Directorio del Teatro Municipal de Santiago). Como cualquier otra persona del público, compró sus dos plateas para estas funciones aquel martes de septiembre a las doce del mediodía en la venta online. “Tengo experiencia en ponerme el despertador a cualquier hora para conseguir entradas”. En el historial de “locuras” que llevó a cabo para ver a Marianela Núñez, cruzar la cordillera y venir a Buenos Aires por el día o volar en 24 horas a Londres para llegar a un estreno en Covent Garden puede que sean sus escapadas más usuales. Es uno de los miembros de esa imaginaria liga premium que viajó al debut de la artista argentina en la Ópera de París el año pasado con Giselle: “Llegué un lunes y el martes volví”. Pero sus salidas intempestivas vienen de antes: “Estuve para su estreno con el American Ballet en Nueva York”, recuerda. De allí, se trajo en 2015 uno de sus mayores trofeos: el zapatito de Cenicienta, es decir, el par de puntas que Nela usó para esa obra y que exhibe en su casa, en una vitrina de cristal. Enumera los hitos con verborragia. Por ejemplo, la emoción en Los Ángeles cuando Marianela Núñez y Roberto Bolle –su otro gran ídolo- protagonizaron una gira con el Ballet de La Scala de Milán, cuyo afiche autografiado de Giselle junto a una foto suya en medio de ambos cuelga enmarcada de su living. Su relación con los bailarines no termina con la caída del telón: “Me reconforta saber que además de una estrella hay una amiga que sabe que estoy ahí. Tengo un privilegio, ese regalo del abrazo al final, cenar juntos o pasar a su camarín. Otra recompensa que me dio en todos estos años fueron las cuatro veces que me permitió verla desde coulisses en la Royal Opera House.”

Entre los trofeos que González Granic exhibe en su casa como tesoros de colección está este cuadro con el afiche de Marianela Núñez y Roberto Bolle de gira con el Ballet de la Scala de Milán, un par de puntas dedicadas y una foto de los tres

González Garnic aporta una buena hipótesis sobre por qué ahora se destapó semejante fervor: “Creo que en un mundo tan revuelto y convulsionado la juventud está ávida de estos líderes positivos, que irradian belleza y un ideal de ser triunfadores más allá de la danza. Esto prende como una hoguera en los chicos. Y los mayores estamos ahí también. Acá, en Buenos Aires, ven a Marianela como una más de ellos: “Si ella pudo, nosotros también podemos”, piensan. Y enfatiza: “Ella sigue siendo la misma de siempre, no pierde la chispa del argentino. En Londres la gente también se agolpa en la calle, fui testigo varias veces, pero la efervescencia del argentino es única, esa fanaticada que tanto respeto”.

La sala del Teatro Colón aplaudió de pie a Marianela Núñez después de la primera función en

En la fila 7 de la platea del Teatro Colón, del que es abonada aunque viva en San Pablo, Flaviana Barros aprieta los labios y con la mano derecha abierta sobre el pecho da varios golpecitos a la altura del corazón. “Flavia va a todo y a todos lados, siempre”, había dicho Núñez, consultada por otro fan de esta clase que desconoce las fronteras. ¡Es que los hay de todas partes! De Japón a Georgia, de Uruguay a Francia y Alemania. “Un mundo unido por la Nelamanía”, se entusiasma la brasileña, de 44 años, médica nefróloga. “Desde chiquita soy apasionada por la danza –cuenta Barros-. Pienso que por mi trabajo tan serio y lleno de tensión, encuentro en el ballet una forma de evasión y fuente de inspiración. Con Clara, que ahora tiene quince, formamos una pareja madre/hija devotas de nuestra reina Marianela. Todo empezó en 2014 cuando compré una caja de videos del Royal Ballet con cuatro grandes clásicos con ella en los roles protagónicos: Don Quijote, La bella durmiente, El lago de los cisnes y La Fille Mal Gardée. Para Clara su princesa favorita no era un personaje de Disney ni de los cuentos de hadas, sino una hermosa bailarina de ojos azules y sonrisa única llamada Marianela”.

Con una calidez contagiosa, Flaviana desborda de anécdotas: “Así fue que cuando Clarita cumplió 7 años, su regalo fue un viaje a Londres para ver a Marianela, pero la vida nos puso una trampa: tres días antes, mi marido –su papá- tuvo una enfermedad grave y hubo que cancelar nuestro sueño. Ella, que entonces no tenía la idea exacta de lo que estábamos atravesando, me consolaba a mí: ‘Quedate tranquila, mamá, que papá va a ponerse bien y un día vamos a poder ver a nuestra Bailarina Encantada’. En febrero de 2018 viajamos a Covent Garden y sacamos entradas para Don Quijote. A la salida, fuimos a la stage door a probar suerte, por un autógrafo. Cuando Nela apareció, mi hija no paraba de llorar, su corazón explotaba. Marianela miró a Clara a los ojos y con su humanidad, humildad, sencillez y empatía le dijo: ‘¿Cómo es tu nombre? ¿por qué llorás? Ahora tengo que saludar al público, pero si podés esperarme un rato, voy a hablar con vos, y para que te tranquilices mientras tanto te voy a dar mis zapatillas de punta’. Por supuesto la esperamos y al final de la noche ella llenó a Clara de atención y cariño. Yo no podía creer que la mayor bailarina del Royal Ballet era en realidad una mujer sencilla, cercana. Desde ese día somos devotas. Cuando dejamos el teatro, Clara era la más pura felicidad y con solo 8 años me dijo: “Mirá, mamá, nuestra historia tiene un final feliz: papá está completamente sano y yo no solo vi a mi Bailarina Encantada sino que tengo sus zapatillas mágicas”.

Un testimonio de las conmovedoras experiencias de Flaviana Barros y su hija Clara, de Brasil, que siguen a Marianela Núñez por diferentes escenarios del mundo

Cualquiera podría notar que la admiración de esta “Nelamaníaca”, como dice de sí misma, transciende el escenario. “Somos las fans número uno y lo más precioso es disfrutar de su arte en el escenario, los saludos son un plus. Nosotras siempre nos quedamos en la cola esperando. Primero nos fijamos si Nela parece cansada y con todo el cariño y la amabilidad le preguntamos si podemos sacarnos una foto. El respeto por la privacidad es esencial. Esta es la primera regla para ser una “fan Nelamaníaca”.

La doctora se despide, pero apenas más tarde envía un mensaje: “Marianela es parte de mi vida no solo como una gran prima ballerina, sino que me hace ser una persona mejor tanto en mi relación de madre e hija como en mi vida profesional: cuántas veces me veo en situaciones difíciles con pacientes gravemente enfermos (sus riñones están rotos, hacen hemodiálisis) y a mí solo me queda intentar darles mi más hermosa sonrisa, como Marianela lo hace cuando baila y saluda a su público. Y por qué no compartirles un video de mi bailarina favorita, porque al final cuando la medicina no ofrece cura, el arte salva”.

Deja un comentario

Next Post

Convocados de la selección argentina Sub 20 para el Mundial Chile 2025

La selección argentina Sub 20, la más ganadora en la historia en los mundiales de esta categoría, sueña con cortar los 18 años de sequía tras el título de 2007 y por eso afrontará los cuartos de final de la Copa del Mundo de Chile 2025 con lo mejor que […]
Convocados de la selección argentina Sub 20 para el Mundial Chile 2025

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!