De los jóvenes universitarios uno puede esperar muchas cosas. Positivas y negativas, y usualmente una combinación de ambas; estos juicios de valor, por supuesto, son algo por debatir, pero me refiero a destrezas esenciales, como la comprensión de texto, la aritmética básica o una cultura general funcional. Lo que definitivamente uno no esperaría es una completa resignación ante un futuro climático catastrófico.
–¿Cuánto tiempo cree que nos queda, profe?– me preguntó el otro día uno de mis alumnos, y me descolocó. Fui enteramente honesto. Tengo la impresión de que estamos en un problema, sin importar si lo causa o no la actividad humana, pero dudo que vayamos a terminar mal, más allá del daño que estas condiciones ya originan. Argumenté que las ciencias básicas nos han auxiliado en otras situaciones y puse el ejemplo de las luces LED y de la fusión nuclear. Pero no me esperaba lo que este muchacho replicaría a continuación, con toda justicia.
–De eso no se habla, profe– apuntó, y el resto de la clase admitió que tampoco tenía idea ni de que las luces LED se basan en pozos cuánticos ni de que la fusión nuclear ya se ensaya en varios centros de investigación. O sea, informar también es contribuir a resolver la crisis climática.