En uno de los momentos más críticos para el gobierno de Javier Milei, la vicepresidenta Victoria Villarruel mantiene un delicado equilibrio entre el silencio sobre las denuncias de corrupción que salpican al corazón del poder libertario y los claros gestos de diferenciación con una administración que ya no siente como propia, tanto por cuestiones ideológicas como por el maltrato que viene recibiendo de la Casa Rosada desde principios del año pasado.
“Victoria no va a hablar por respeto, algo que nunca perdió y nunca va a perder. Por respeto a Javier Milei y también por respeto institucional, porque hay una causa abierta y es la Justicia la que tiene que actuar y dilucidar cuál es la verdad”, respondieron voceros de la vicepresidenta cuando LA NACION intentó obtener una opinión de Villarruel sobre el escándalo generado por la filtración de los audios de Diego Spagnuolo, extitular de la Agencia Nacional de Discapacidad (Andis), que comprometen al Gobierno en una trama de presunta corrupción.
Más allá del silencio sobre un tema tan delicado, los puentes con la Casa Rosada están dinamitados. Tras tantos meses de lo que considera un destrato orquestado desde la Casa Rosada, la vicepresidenta siente que no hay forma de recomponer la relación con quien fuera su compañero de fórmula.
El alejamiento de Milei no sólo es emocional, es también ideológico. Villarruel no comparte para nada el perfil que adoptó la administración libertaria, al extremo de que se siente en las antípodas de las políticas aplicadas por el jefe del Estado.
“Ella es nacionalista, tiene un perfil productivista y defiende un proyecto integrador, con una mirada federal del país, nada que ver con la motosierra y la apertura de la economía a las importaciones”, cuenta una de las personas que se sienta de manera bastante periódica a hablar con la vicepresidenta.
Es esta ruptura con el modelo la que explica los gestos, cada vez más notorios y menos disimulados, de la vicepresidenta. El ejemplo más a la vista es el reinicio de sus recorridas por el interior del país de la mano de los gobernadores provinciales.
Interrumpidas a mediados del año pasado para no molestar a la Casa Rosada, que veía en esas visitas a gobernadores gestos de un proyecto personal que alteró a los hermanos Milei, Villarruel decidió volver a activarlas para empezar a mostrar un fuerte contraste con un Presidente, que multiplica sus viajes al exterior y que, cuando lo hace dentro del territorio nacional, es sólo para participar de algún acto partidario.
La última aparición fue la semana pasada, en Chubut, a donde viajo para visitar Río Mayo, una localidad de poco más de 3000 habitantes ubicada en la frontera con Santa Cruz, acompañada por el gobernador Ignacio Torres (Pro).
Fue en ese viaje en donde Villarruel se permitió hablar y ante una consulta periodística dijo que “tomar definiciones políticas es difícil” ya que el país atravesaba “un momento difícil y bastante confuso”. Después de eso, se sumió en el silencio y evitó volver a hablar sobre el escándalo en torno a Spagnuolo y los audios que se le adjudican al exfuncionario.
“Fue una definición de neutralidad”, explica uno de sus colaboradores las palabras de la vicepresidenta. “El tema estaba muy fresco, todavía no se sabía si Spagnuolo no era un loco o si los audios tenían algún viso de realidad”, agrega. Si bien sus movimientos por el interior forman parte de un plan calculado que la quiere mostrar como una dirigente que mira al interior, en su entorno se apresuran a despegarla de cualquier proyecto político actual.
“Que haya estado con Torres no significa que ella esté en Provincias Unidas”, aclaran en el primer piso del Senado, haciendo referencia al espacio político en el que revisten gobernadores como Martín Llaryora (Córdoba-PJ), Claudio Vidal (Santa Cruz-PJ), Carlos Sadir (Jujuy-UCR), Maximiliano Pullaro (Santa Fe-UCR) y Torres; y dirigentes como el cordobés Juan Schiaretti.
El proyecto político de Villarruel no pasa por la vía electoral, todavía. No hay dudas, ni tampoco ya muchas ganas de disimularlo, que está construyendo a futuro, que la mira está puesta en 2027, cuando Javier Milei concluya su mandato. Qué forma tomará el experimento, es aún una incógnita.
La construcción, por el momento, se basa en lo que consideran que son los puntos fuertes de la vicepresidenta. “Le creen, sabe acordar y cumple lo que promete”, afirman en su entorno, haciendo hincapié en lo que aparece como otro punto de diferenciación con Milei y la fama de no respetar los acuerdos que se fue ganando en el último tiempo y que explica, en parte, la pérdida de apoyo que el Gobierno viene experimentando en el Congreso.
También destacan la honestidad como otra de las fortalezas de Villarruel. “Nadie puede decir que roba o que está en algo raro”, remarcan. Pero el eje central pasa hoy por mostrar una visión federal que, afirman, el jefe del Estado no tiene o ha despreciado en el tiempo que lleva ocupando la Casa Rosada. “Va a recorrer las 24 provincias”, prometen.
En ese sentido, destacan un episodio que ocurrió en el viaje a Chubut del pasado fin de semana, cuando recorrían la ruta nacional 26 desde Comodoro Rivadavia con destino a Río Mayo. Cuentan que en el trayecto el auto en el que viajaban Villarruel y Torres sufrió un tremendo golpe por culpa de un bache en el camino y que si el incidente no terminó en tragedia fue, simplemente, porque el rodado circulaba a baja velocidad.
“Eso es lo que no ve Milei con su motosierra; que en el interior el cierre de Vialidad Nacional perjudica a las personas, que la destrucción de las rutas nacionales es algo que sufren en carne propia”, explican. Mostrar una mirada o una sensibilidad que Milei no tiene es la apuesta de la vicepresidenta en este momento. En silencio, pero con gestos de diferenciación cada vez más pronunciados.