El gobierno de la cólera y el cálculo

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El escándalo de ficha limpia, con el oficialismo como principal acusado, nos devuelve a la pregunta sobre la verdadera naturaleza de este gobierno. Javier Milei suscita la misma pregunta que nos hacíamos con Cristina Kirchner: ¿es o se hace? ¿Cree en sus dichos y en los insultos que dispara o solo son parte de una estrategia para acumular poder? En otras palabras: ¿lo dominan sus emociones o lo mueve el cálculo?

Cristina no necesitaba impostar su lectura victimista y conspiranoica de la realidad. Vivía en ella y le brotaba con naturalidad. Pero una cosa no quita la otra. Con la argamasa de un discurso efectivo, iba construyendo su relato en función de sus conveniencias puntuales. Ese relato le permitía alcanzar sus objetivos y cebaba a sus fieles, pero al mismo tiempo la divorciaba de la realidad. A ella y al país. Un día la sociedad, después de haberla votado tres veces, se vio hundida en una ciénaga, despojada, y clamó venganza, un grito que sintonizó con la prédica incendiaria de un líder mediático que buscaba lo mismo. Y cambiamos un relato por otro.

Milei, como Cristina, es y se hace. Pero primero es. Y cada vez que se hace, alimenta al que es. Milei “construye”, o se construye, menos con el discurso que con el insulto, pero el efecto es igual al de Cristina: alienta el odio y divide. También el sustrato de su cólera divina es el mismo: un resentimiento acumulado durante años de padecimientos, sublimado en una energía política que habilita el poder suficiente para tomarse revancha. Un gobierno de esta naturaleza necesariamente encarnará una dosis importante de violencia. El Presidente y sus seguidores más enardecidos la canalizan a través del agravio y la descalificación moral del otro, es decir, de todo aquel que cuestiona la infalibilidad del líder. Esos insultos desconocen al otro en su dignidad de persona y lo cancelan como interlocutor. Por eso el Gobierno no sabe establecer acuerdos constructivos. El orgullo herido no negocia, solo aspira a resarcirse vengándose de quienes lo han humillado.

Milei acumula el capital –el poder– que después el estratega Santiago Caputo busca hacer rendir y acrecentar. En el mercado legal o en el negro

¿Tiene la sociedad argentina razones para sentirse humillada? Creo que sí, aunque se trate de humillaciones nacidas en parte de la costumbre de votar a quienes nos engañan y nos roban, y en parte fruto de la indiferencia de una elite que solo vela por su prosperidad relegando a la mayoría a una vida precaria, de subsistencia, al margen del sistema. Los excesos del pseudo progresismo woke también colaboraron para que prendieran los discursos de odio.

La cólera de Milei dinamita el diálogo, embarra la dinámica institucional y astilla las formas clásicas de representación. Allí donde la verdad reside solo en la palabra del líder iluminado toda crítica es señalada como una resistencia de “lo viejo” al advenimiento de lo nuevo, un mundo “purificado” donde, en una vuelta de la taba, los últimos serán los primeros y los antes humillados, ahora orgullosos, toman el control.

La catarsis no es un proceso racional. No hay duda de que el pathos llevó a Milei a la presidencia y de que hoy lo sostiene en el poder. Pero no solo de emociones negativas vive el gobierno libertario. También hay cálculo allí. Un cálculo que apunta a administrar con astucia la adhesión que despierta la emocionalidad contagiosa del líder. Milei acumula el capital –el poder– que después el estratega Santiago Caputo busca hacer rendir y acrecentar. En el mercado legal o en el negro.

Esta dinámica explica las contradicciones del Gobierno, más flagrantes cuando el cálculo desmiente el relato que busca mantener viva la emoción entre los fieles. Ocurre seguido. Y habría ocurrido otra vez con el proyecto de ficha limpia, frustrado por el giro sorpresivo de dos senadores de Misiones que responden a Carlos Rovira, un aliado de Milei que desde hace rato pone los votos de su tropa al servicio del Gobierno. ¿Lo hizo una vez más? Todo indica que sí. El mismo Presidente le pidió a Rovira que sus senadores rechazaran ficha limpia, según dijo éste entre los suyos. Lo contó Martín Boerr en una nota publicada en este diario, basada en seis fuentes que lo escucharon de primera mano. Oficialista consuetudinario, Rovira no regala sus votos: Misiones fue la provincia que, con 16.000 millones de pesos, más fondos discrecionales recibió del Gobierno Nacional. Toma y daca, lo de siempre.

Según el cálculo, convenía seguir confrontando con Cristina Kirchner. También, que Silvia Lospennato, candidata de Pro en la Ciudad y principal impulsora de ficha limpia, no sumara votos en las próximas elecciones porteñas. ¿Vale alcanzar estos objetivos al precio de dar luz verde a la corrupción?

Muchas veces, el cálculo del oficialismo se torna cínico. Y vemos cómo el gobierno que vino a acabar con las miserias de la política avala la impunidad, transa con los corruptos y tiene como socio privilegiado a un Rovira, caudillo de ubicuidad camaleónica que es uno de los emblemas más groseros de “la casta”. Con todo, la imagen más patética del jueves la ofreció Alicia Kirchner. Sin pudor, festejó en el Senado la vía libre para que los corruptos nos vuelvan a gobernar. Y a robar.

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