El lunes 18, Beatrice Borromeo celebró su cumpleaños número 40 con los hombres de su vida –su marido, Pierre Casiraghi (37), y sus hijos, Stefano (8) y Francesco (7)–, navegando las aguas del Mediterráneo frente a SaintTropez a bordo del Pachá III –el barco de su suegra, la princesa Carolina– y con sus ilusiones renovadas: embarazada por tercera vez, le faltan pocas semanas para dar a luz a su primera hija, que viene a coronar la felicidad de la pareja. Además, los días de puro relax y diversión con amigos también marcaron su reencuentro con su amor, que pasó las últimas semanas corriendo regatas al timón del Carkeek 40 Jolt 6 en nombre del Yacht Club de Mónaco, del que es vicepresidente (incluso se alzó con el título de campeón de la competición a vela más extrema y peligrosa del mundo, la Admiral’s Cup) y lejos de Mónaco.
PAREJA ICÓNICA
Convertida en una de las aristócratas más admiradas de Europa, Beatrice –de familia italiana, cuyo linaje se remonta a siglos atrás– creció entre Milán y las islas Borromeas, y es la menor de los cinco hijos de Carlo Borromeo (fruto de su relación con Paola Marzotto). Licenciada en Derecho por la Universidad de Bocconi, de Milán, donde conoció a Pierre en 2008, cursó un máster en periodismo en la Universidad de Columbia, y su vida está signada por el compromiso social, sus obligaciones con el principado de Mónaco y su vocación periodística, que después de casada no dejó de ejercer (ahora está involucrada en la producción y dirección de un documental sobre su familia política, los Grimaldi, desde que llegaron al trono en el siglo XIII). Desde el comienzo de su noviazgo con el nieto del príncipe Raniero III, una relación discreta que se selló con una ceremonia civil en el Palacio de Mónaco el 25 de julio de 2015, y con una boda religiosa el 1 de agosto del mismo año, Beatrice –embajadora de Dior desde 2021– acompaña a su marido en actos oficiales, donde aprovecha cada oportunidad para rendirle tributo a la abuela de Pierre, la inolvidable Grace Kelly: apoyándose en que ostenta la misma belleza rubia de rasgos clásicos y ojos claros que hizo de la princesa de Mónaco una de las caras más famosas de su época, elige estilismos similares en los que destaca un sombrero, un pañuelo, un tapado o unos anteojos como los que usaba Grace. Dueña de una elegancia atemporal que es aplaudida por todos los medios de moda, el matrimonio que forma con Pierre Casiraghi (a quien la madurez le acentuó el parecido con su padre, Stefano Casiraghi, de quien heredó, además del físico, el espíritu deportivo y aventurero), resultó el perfecto relevo de la que formaron Raniero y Grace como activo de exportación del principado: igual que los príncipes de Mónaco hace setenta años, Beatrice y el sobrino del príncipe Alberto II proyectan una imagen de sofisticación y glamour que, embarcados en el barco de Carolina –una joya náutica que en 1989 Stefano Casiraghi compró y restauró–, nos regala las mejores postales del verano europeo. Como toda pareja enamorada del mar, Beatrice y Pierre no pierden ocasión de pasar unos días navegando las aguas de Saint Tropez, adonde llegan en media hora desde su castillo ubicado en el sur de Francia. Aunque desde que se casaron viven con sus hijos en Mónaco, hace unos años compraron –por cuatro millones de euros– el château de Beauregard, en la localidad de Mons, construido en 1470 con las piedras sobrantes de la catedral de Florencia. Con una superficie de novecientos metros cuadrados y un soñado jardín, la propiedad perteneció al conde Patrick de Clarens, miembro de una de las familias nobles más importantes de la Provenza. Allí, entre vacas, cabras, caballos y ovejas, los Casiraghi disfrutan de pasar el tiempo caminando por el bosque, leyendo, cocinando con los chicos (ella es especialista en pastas) o practicando algún deporte. Pese a que la mayoría de los veranos abordan el Pachá III con el resto de los hijos de Carolina y sus familias –Beatrice se lleva muy bien con sus cuñadas, las hermanas de su marido, Charlotte Casiraghi y la princesa Alexandra de Hannover, y Tatiana Santo Domingo, casada con su cuñado, Andrea Casiraghi–, esta vez eligieron navegar solos, celebrando la dolce vita, con el sol y el mar como únicos testigos de su gran momento.