El idioma de los recuerdos: el ídish se aprende y se canta en un nuevo libro

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Un manual para volver al ídish.

El documental, todo, conmueve. Es el edificio destruido de la Amia, hay escombros, escombros, escombros, y aquí y allá chicos jóvenes removiendo, sacando, limpiando libros. Los dirige una mujer: la maestra de ídish. Pero, al final, ay, al final, se pone la piel de gallina: sobre esas caras jóvenes con cascos, en medio del desastre, se escucha un piano. Un chico, con guantes de rescatista, toca una canción que muchos oímos en infancia. Se llama, en ídish, Oifn Pripechik, es decir, “En el hogar”. El hogar, ahí, no es la casa, es el fuego. La canción habla de un maestro que les enseña a escribir a unos chicos, abrigaditos. Era una canción popular entre los judíos de Europa del Este -los “rusos”- a fines del siglo XIX: la trajeron en los barcos nuestros abuelos, estaba entre las paredes de nuestras casas.

Pero hay algo más que pega fuerte en el documental: no lo dice ahí pero la mayoría de esos chicos probablemente no hablaran ídish, porque esa lengua que se originó alrededor del año 1000 y que unió territorios lejanos, fue dejándose de lado a partir de la creación del Estado de Israel, que adoptó el hebreo. Era ese idioma que nuestros padres hablaban para que no entendiéramos. Y fuimos obedientes, y no entendimos.

Tal vez por eso, pensando en eso, es que ahora la editorial Del Zorzal publica en español un Manual para aprender ídish, escrito por Annick Prime-Margules y Nadia Déhan-Rotschild, y que en la tapa trae, sin traducción, un guiño para entendidos: la primera línea de la canción Bei Mir Bistu Shein (Para mí, eres hermosa), que quienes conocen ya estarán tarareando.

Para explicar por qué publica algo así ahora su editor, Leopoldo Kulesz- cita el discurso que dio el escritor Isaac Bashevis Singer cuando ganó el Premio Nobel: “Muchos me preguntan porqué escribo en una lengua moribunda. Primero, porque me gusta escribir historias de fantasmas, y los fantasmas prefieren las lenguas moribundas. Segundo, porque creo en la resurrección y estoy seguro de que el Mesías llegará pronto, y millones de cadáveres que hablan ídish se levantarán de sus tumbas y su primera pregunta será: “¿salió un nuevo libro en ídish que se pueda leer?”.

El idish -cabe aclarar- es muy diferente al hebreo. Aunque tiene elementos el alfabeto y palabras de ese idioma, se parece tanto al alemán que un hablante de idish se puede comunicar con uno de alemán como uno de español con otro de portugués. El idish, además, recoge términos del francés, del latín, del inglés, del ruso, del polaco, del checo, del rumano, del ucraniano, del lituano, del gallego, del húngaro, y del ladino, esa forma antigua del español que conservaron los judíos expulsados de España en 1492. “Expulsados” es clave: de los países por donde iban pasando -y de donde los iban echando- los judíos se llevaban palabras para sumarle a ese idioma que hacia 1939 -cuenta Neal Karlen en La historia del idish: cómo una mezcla de idiomas salvó a los judíos– era hablado por once millones de personas.

En el Manual… se cuenta que en el siglo XIX, el idish fue la herramienta de propagación cultural entre los judíos y apareció una literatura popular. El nombre más conocido: Scholem Aleijem. En idish hubo prensa, hubo música, hubo teatro, hubo -mucha- política. En la Argentina, en los primeros actos por el 1° de mayo, se leían proclamas en varios idiomas, porque los trabajadores eran un collage de nacionalidades. El ídish, claro era uno de ellos. Fue el idioma de anarquistas y comunistas que se agruparon por un mundo mejor. El de la ironía judía, el del humor judío que se ríe de sí mismo. Fue, claro, el idioma de la mayoría de las víctimas del Holocausto.

Si uno pregunta por qué no fue el idish el idioma del Estado de Israel, cuando aun hoy un inmigrante argentino y uno ruso se entienden en idish en cualquier ciudad israelí, recibirá dos respuestas. La primera es que ese idioma hubiera dejado afuera a gran parte de los judíos del mundo: los sefaradíes, los “turcos”. La otra, que era el idioma de la diáspora, de los pogroms, del judío viejo frente a la imagen del judío nuevo. Hubo que sacar el hebreo o del arca de la historia y del recinto del templo y ponerlo a andar sobre ruedas modernas.

Fuimos obedientes, no entendimos lo que nuestros padres nos indicaban no entender. Sin embargo, quedaron palabras. “Tujes” (cola) entró tanto al castellano que hubo a quienes la S final les sonó a plural y trataron de forzar un singular “Tuje”. Pero también corren “bobe”, “goi” o“shikse”. Y, en el corazón de quienes tuvimos alguna abuela que hablaba ídish, “meidele”o “ingale”, es decir, “nenita” o “nenito”.

Todavía la veo a mi abuela Teresa saliendo de su cocina, en Avellaneda, con la fuente del pollo al horno, cierta tristeza antigua en unos hermosos ojos claros y esa palabra como una caricia: “meidele”. La veo desde abajo, claro. Tengo cuatro, cinco años, soy flaca como un fideo, sé recibir los baldazos de amor que ella puede darme. Y nunca aprendí ídish: quizás sea hora.

El manual para aprender ídish

Si algo sorprende del Manual para aprender idish es que es… un manual. Aunque tiene una breve introducción, va al grano: en la primera lección aparece el método y frases sencillas, como “Gut Morgn” (Literalmente “Buena mañana”, pero en realidad, “Buen día”). La transcripción está en alfabeto latino y, también con los caracteres hebreos con que se escribe el ídish. Pero, ah, ah, el ídish, como el hebreo, se escriben de derecha a izquierda, así que el alumno se las tendrá que arreglar para leer, con caracteres latinos, de derecha a izquierda. Así, reconocerá a qué letra hebrea corresponde cada caracter latino. Al principio choca, pero te acostumbrás enseguida.

Oifn Pripechik, un clásico en ídish.

Las lecciones son sencillas y van paso a paso. Las autoras tienen en cuenta que muchos de sus alumnos habrán tenido esa abuela que hablaba idish y.. ¡pronunciaba distinto! Se hacen cargo. “¿Como que gut?, dirán algunos. Mi abuela decía git“. Sí, ya lo saben. Es que en un territorio tan extenso es habitual que un idioma desarrolle variantes. Y ella, explican, eligieron la lengua que se normalizó alrededor de los años 30.

“Nos va a dar mucho gusto que los fantasmas lean el Manual para aprender ídish, que acabamos de publicar en Libros del Zorzal», dice el editor, recordando el discurso de Bashevis Singer.

Hacia el final, cuando ya estemos avanzados, recibiremos un regalo: una lección sobre Oifn Pripechik, aquella canción que tocaba el chico con guantes en medio del desastre.

Para los que recién empezamos, paso algunos versos de la traducción: “Estudien niños, no tengan miedo todo comienzo es difícil; / feliz aquel que estudió Torá. ¿Necesitará el ser humano algo más?/ Crecerán, niños, y entenderán por sí mismos cuántas lágrimas hay en las letras y cuánto llanto…»

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