Hace dos años, cuando le cortaron el gas a Claudio, de 85 años, su hijo Matías de Pedro, de 55 años, descubrió que su papá tenía varias facturas vencidas e incluso una intimación de pago en una pila de sobres sin abrir en su escritorio. Aunque él insistía en que las había pagado, cuando fue a la oficina de la empresa de gas, descubrió que no. Y al hacer la recorrida por otras empresas de servicios, advirtió que la situación era similar. Cuando se metió en el homebanking de su padre, identificó que había algunos gastos no muy claros y menos dinero del que se imaginaba. Después, Claudio se acordó de que había comprado dólares, pero que no recordaba dónde los había guardado, y que además le había prestado plata a su hijo menor para un viaje.
Matías asegura que su papá siempre fue muy organizado con el dinero, pero algo cambió. Luego del fallecimiento de su esposa, empezaron los primeros olvidos, propios de la edad.
“Era vulnerable a que lo estafaran. Entonces lo hablamos con mis hermanos y nos pusimos de acuerdo en ayudarlo a organizar sus finanzas. Al principio, él se resistió. Se enojó mucho, porque creyó que le queríamos sacar su plata. Pero después entendió y accedió. Pusimos todos los servicios e impuestos en débito automático de una tarjeta de crédito, configuramos su tarjeta para que notificara los gastos al teléfono de mi hermana y acotamos el límite mensual. Y, por otro lado, le abrimos una cuenta en una billetera virtual, donde le vamos transfiriendo una cantidad limitada de dinero por semana, para que pueda hacer todos los gastos que necesite y quiera, pero sin que por un error o una estafa, las pérdidas sean mayores. Sus ahorros quedaron en otra cuenta, a la que accede yendo al banco, sin acceso en su homebanking”, explica Matías.
Situaciones como esta, en la que los hijos se dan cuenta que sus padres empiezan a necesitar ayuda con el manejo de sus finanzas son cada vez más frecuentes, y para nada ajenas al conflicto. Justamente, porque para los adultos mayores, esta intervención suele ser vivida como un avance sobre su autonomía. Se trata de un dilema de época que pone en debate la película 27 noches, que se estrenó días atrás en Netflix, con un planteo mucho más extremo: las hijas de una reconocida artista plástica argentina, deciden internarla en una clínica psiquiátrica y solicitan a la justicia declararla insana para evitar que la mujer “dilapide” la fortuna familiar.
La pregunta inevitable que queda dando vueltas entre quienes ven la película es cómo acompañar de forma respetuosa y responsable a los padres y las madres que —aun sin tener un diagnóstico de demencia, entre otros— pueden requerir ayuda en sus finanzas personales. Sin embargo, advierten los especialistas, la recomendación es dejar de lado el prejuicio de debilidad o pasividad que se les adjudica a los adultos mayores y reevaluar si la intervención de los hijos en el manejo del dinero no tiene que ver con una protección de una supuesta futura herencia.
“Las repercusiones de la película fueron muy buenas y, lo más interesante, es que nos lleva a pensar en el rol que le asignamos a los mayores en nuestra sociedad. Seguir pensando la vejez en las categorías de generaciones pasadas ya no sirve. Ese rol del padre o madre que da todo por sus hijos, que vive una vida abnegada y pasiva para dejar una herencia ya no es tan así. Incluso el concepto de una herencia entra en crisis, ya que hoy la gente vive muchos más años y ese ahorro probablemente se vaya en los gastos de la etapa final de la vida”, explica Natalia Zito, autora del libro en el que se basó la película.
“No existe tal cosa como un derecho a una futura herencia. Legalmente, la persona tiene derecho a gastar todo su patrimonio en vida y los futuros herederos no pueden plantear que ese dinero se debe preservar para ellos”, explica el abogado Leonardo Glikin, especialista en derecho patrimonial y autor del libro Pensar la herencia.
No obstante, resalta: “Es cierto que los hijos tienen un deber alimentario con sus padres, igual que lo tienen con sus hijos. Si ellos no pudieran sostenerse económicamente, los hijos deben asegurarles un techo y alimento. Es por eso que, en casos en los que consideren que sus padres están transitando una situación de prodigalidad o están gastando de una forma en la que no podrán asegurarse con sus propios recursos la subsistencia, es decir, están gastando el patrimonio a destiempo teniendo muchos años de vida por delante, es posible que legalmente se puedan plantear una situación como la designación de un tutor que vele por la administración del patrimonio”.
¿Cómo abrir esta conversación? “Cada situación es particular. Esto le decimos a las familias cuando nos consultan: lo recomendable es que se reúnan todos los hijos con los padres, que dialoguen sobre la situación que les preocupa e incluso que consulten con un profesional, gerontólogo, psiquiatra o abogado, para intentar acordar junto con el adulto mayor una manera de ayudarlo a administrarse sin anular su autonomía”, propone Glikin.
“Las medidas que se tomen tienen que tener relación y proporción con lo que se quiere proteger. Recuerdo un caso, de un famoso escritor argentino, que estaba muy lúcido por las mañanas y por la tarde, estaba más perdido, entonces se estableció que si firmaba una escritura, solo era válida si se firmaba por la mañana”, relata el experto.
“Un momento conflictivo”
Luis Camera, ex jefe del Programa de Medicina Geriátrica del Hospital Italiano, explica: “Esta situación, por la que nos consultan muchas familias, es cada vez más frecuente porque la gente vive muchos años. Y este planteo de los hijos puede ser muy conflictivo, sobre todo con los hombres que fueron los que tomaron las decisiones de su familia. En la práctica cotidiana, no hay un esquema que indique cómo hacer esa transición. Y cada familia va encontrando una manera de dar respuesta a esta situación. El problema es que esta población que empieza a tener un ligero daño cognitivo, hoy maneja celulares y las apps para realizar intercambio de dinero, y eso los hace muy vulnerables a los estafadores y a las equivocaciones. Es muy difícil en el tiempo en que la persona todavía conserva una conciencia de sí, que pueda reconocer que comete errores. Algunos sí se dan cuenta y eligen delegar en sus hijos. Pero, en general, es un momento conflictivo”.
La mamá de María Luppini tiene 87 años y es muy autónoma: viaja, se mueve por la ciudad, visita a sus hermanas. Pero, desde la pandemia, se fue agravando su sordera y, pese a tener un audífono, se vuelve más vulnerable cuando anda sola. “Ella no maneja tarjetas ni transferencias. Prefiere el efectivo. Pero ahora se confunde los billetes de 20.000 con los de 2000. O quizás va al banco y habla fuerte, pide cambio, les dice a los empleados que no usa dinero virtual y todos los que están ahí saben que sale con toda la jubilación. Por eso, desde hace un tiempo la acompaño y le recuerdo que no hable fuerte. Incluso le voy a hacer las compras y le llevo lo necesario para que no tenga que salir, pero a la vez sé que ella disfruta de salir, porque es parte de su vida social”, dice María.
Desde que su mamá le pidió que la ayudara a usar el homebanking, Pedro F. decidió estar más atento. “Fue una necesidad de ella y por eso me siento en libertad de ver sus movimientos y, a la vez, asegurarme que pague los impuestos, que no tenga deudas. No fue conflictivo”, señala.
Flavia, de 50 años, vive en Vicente López y está al tanto de cada movimiento de dinero de su madre, de 82. Las notificaciones de los gastos que hace su mamá, con la extensión de su tarjeta de crédito, le permiten ir sabiendo por dónde se está moviendo en la ciudad.
“Desde la pandemia, al ayudarla a digitalizar sus pagos, me fui dando cuenta de que era un poco caótica en su economía o que tenía muchos gastos en farmacia porque no compraba lo que necesitaba sino de todo. Siempre tuvo un manejo no muy ordenado con el dinero, pero ahora es peor y, a veces, no le alcanza. Cuando usa mi tarjeta, que son gastos que yo cubro, le tengo que pedir que regule un poco. Es muy ambiguo lo que se siente, por un lado me alegra que disfrute como quiera, pero, por otro lado, algún límite tiene que haber. Y también pienso: ¿quién soy yo para decirle cómo gastar la plata? Además me da culpa limitarla porque enseguida me pregunto si no serán sus últimos años. No es nada fácil”, plantea Flavia.
Hay algo muy relevante en este proceso cuando hay limitaciones en la autonomía, no solo en lo económico. “Las redes familiares son la fuentes de apoyo más frecuente. Tenemos que pensar qué va a ocurrir en una sociedad donde cada vez hay más adultos mayores y menos hijos o nietos, cuando ese recurso familiar sea insuficiente para sostener esa autonomía”, señala Solange Rodríguez Spindola, doctora en Psicología. Y agrega: “Uno de los grandes desafíos es cómo acompañar el alargamiento de la esperanza de vida, dotando esos años de una mayor calidad de vida”.
Fortunas en juego
Rosana Feliciotti es secretaria letrada de la Defensoría General de la Nacion y está a cargo del programa de protección de los derechos humanos de las personas mayores para garantizar su acceso efectivo a la justicia y su plena participación en la vida social. Desde un enfoque integral, apunta a eliminar los obstáculos que enfrentan quienes atraviesan situaciones de vulnerabilidad, brindando orientación, asesoramiento y acompañamiento.
“El envejecimiento global de la población viene a pasos agigantados. Las personas viven más años y están más expuestas a tener situaciones jurídicas que involucren violencia institucional, de la familia, de los cuidadores y, mucha veces, violencia económica», indica Feliciotti. A modo de ejemplo, menciona los casos en los que la familia se queda con los ingresos del adulto mayor o lo lleva a vivir a un geriátrico, sin respetar su voluntad. “Para ingresar a una institución, tienen que firmar el consentimiento y eso no siempre pasa. Hoy las personas mayores están más empoderadas y nos llegan consultas a la defensoría, no pocas veces en situaciones como las que plantea la película”, dice.
En esta línea, destaca: “Tenemos que recordar que la Convención Internacional de los Derechos de los Adultos Mayores apuntan a un nuevo paradigma, el de la vida autónoma, de la independencia y la dignidad. Si se quieren casar, socialmente se suele creer que hay que proteger la herencia para dejarle a los hijos. Aun teniendo un deterioro cognitivo propio de la edad, la persona tiene derecho a conservar su independencia. Si hay una restricción de la capacidad, si se considera que hace un mal uso del dinero o tiene olvidos, eso no significa que no pueda manejar su economía».
En las familias en las que hay una gran herencia de por medio, los casos se suelen judicializar y la declaración de insanía aparece como una herramienta habitual. “Lo que la Justicia tiene que evaluar es si se está protegiendo los derechos personalísimos del adulto mayor o si se quiere proteger una herencia. Hay muchos casos de abusos económicos, donde les hacen firmar cesiones, pero muchas veces no se denuncia porque las personas mayores no denuncian a sus hijos”, señala Feliciotti.
Dos vías de acción
Como investigadora principal de Conicet y especialista en derecho de la vejez, Isolina Dabove explica: “Vivimos en una sociedad que tiene un enfoque negativo sobre la vejez. Eso hace que dentro del círculo afectivo, ante los primeros síntomas de algún deterioro cognitivo, se disparen mecanismos de protección que son demasiado intervencionistas hacia la persona, su patrimonio y sus libertades”.
Y recuerda que existen formas de anticipar situaciones como estas. “Para el derecho argentino, las personas mayores son plenamente capaces. Pueden adquirir y ejercer derechos conforme a lo que quieran para sí, siempre con el límite de no perjudicar a otros», refuerza. En casos de fragilidad cognitiva, signos importantes que afecten de forma grave el patrimonio o la salud de la persona, el derecho prevé dos vías.
La vía preventiva es un acto de autoprotección. “Se firma un documento, como escritura pública, en el que una persona, previendo un deterioro futuro, expresa las pautas y criterios con los que los demás puedan tomar decisiones para respetar su forma de vivir”, afirma Dabove.
La otra es la vía litigiosa. “La persona mayor o su familia podrían contratar un abogado e iniciar un juicio de la capacidad jurídica. Entonces, se designa un apoyo judicial, que antes se llamaba curador. Ese apoyo, designado por sorteo, tiene a cargo la administración hasta que el juez recoja las pruebas. Cuando se dicta la sentencia, el juez determina qué actos jurídicos no va a poder hacer la persona por sí misma. Todo lo demás está permitido. Es un traje a medida. Se elige un apoyo, que va a asistir a la persona para administrar su patrimonio. No puede gastar más de tal monto y todo movimiento debe ser informado”, describe la experta.
La nueva vejez implica un cambio de paradigma que atraviesa a las familias desde diversas aristas. El manejo de la economía por parte de los mayores es solo uno de los tantos dilemas de los tiempos que vienen.
