El manual del aprendiz de autócrata se actualiza rápido

admin

A Nayib Bukele le gusta presentarse como el presidente cool que, junto con Donald Trump y Javier Milei, libra las batallas culturales de la nueva derecha con las armas políticas más eficientes del siglo XXI, las redes sociales.

Pero, para blindar su poder de la “amenaza” del disenso y las críticas, el mandatario salvadoreño debe apelar también a los métodos más tradicionales de las dictaduras cerradas, más ancladas en los 70 que en 2025.

En apenas unas semanas, su gobierno detuvo a Ruth López, una de las principales activistas de derechos humanos de El Salvador, y aprobó la ley de agentes extranjeros. López sigue detenida sin que se cumpla el debido proceso judicial y poco se sabe hoy de ella. La ley, por su parte, le sirve a Bukele para vigilar y coartar la actividad de las organizaciones que cuestionan la falta de legalidad de su política de seguridad.

Todo sale de un manual impreso muy cerca de su país. En Cuba, los Castro y Díaz-Canel y, en Nicaragua, Daniel y Rosario Ortega son los autores de una fórmula de persecución y represión que, con mayor o menor precisión y éxito, siguen los autócratas y aprendices de dictadores de la América Latina. La suya es la versión regional del manual global del autócrata.

Maduro, Ortega y Díaz-Canel en La Habana

Bukele no solo aprende de ese manual; también ayuda a actualizarlo. El autócrata del siglo XXI no es el del boom autoritario de los 60 y 70. El dictador de hoy mantiene, como antes, el monopolio de la fuerza y de las armas, pero, en su fórmula, incluye ingredientes de “ñoño republicano”: la existencia y aparente separación de los tres poderes y el despliegue electoral.

Al autócrata y, sobre todo, a su aprendiz más joven les gusta el mascarón democrático; les sirve para cimentar legitimidad hacia adentro y afuera de sus países. (¡Si hasta el Partido Comunista Chino se siente tentado en definirse como democrático…!)

En la era de la recesión democrática, las democracias del mundo se transforman y se debilitan, las autocracias también se reconvierten pero para fortalecerse. Por primera vez en 20 años, según el último informe de V-Dem, hay más autocracias (91) que democracias (88). Y de esas dictaduras, 56 son autocracias electorales. Hace 50 años, había, en cambio, 36 autoritarismos electorales y 85 autocracias cerradas, de acuerdo con el prestigioso informe.

1. La paradoja democrática

Bukele, Nicolás Maduro, Vladimir Putin, Recep Erdogan, Viktor Orban, Narendra Modi, llegaron al poder a través de elecciones. Algunos están más avanzados que otros en su deriva autocrática; no son lo mismo Maduro y Bukele ni Orban y Putin. Pero, por diferentes razones, todos necesitan la legitimidad del voto.

Erdogan y Orban porque sus países son miembros de alianzas y bloques que predican la democracia en el mundo. Bukele, para preservar el apoyo de la derecha, y Maduro, por lo mismo, para no perder el respaldo de la izquierda regional. Modi, para mantener la imagen y el peso simbólico de ser el conductor de la mayor democracia global. Putin, para ser el líder ruso más importante de la historia, un zar elegido directamente por el pueblo.

Orban y Putin

La paradoja democrática les permitió acceder al gobierno a través del voto y, una vez allí, hacer todo lo posible para manipular los comicios y resultados con impunidad: entrometerse con la autoridad electoral, acorralar a los medios, vaciar a la oposición, reprimir el disenso. Putin y Erdogan cercan a la oposición con la cárcel y la muerte hasta anular sus chances electorales. Bukele y Maduro no dudan en declararse ganadores con porcentajes poco creíbles de votos incluso antes de que estén los resultados de los comicios.

Tanto avanzaron las autocracias sobre los sistemas de sufragio que una de cada tres de las 4300 millones de personas que votaron en 2024, año definido como “el mundial electoral”, lo hizo en comicios de baja calidad, según el último Índice sobre el Estado Global de la Democracia, de la organización internacional IDEA.

México agregará hoy otro capítulo electoral a la edición 2025 del manual del autócrata. Como toda ofensiva del autócrata o de su aprendiz, las primeras elecciones judiciales de América Latina están rodeadas de un relato de épica de lucha contra las castas que buscan perjudicar al pueblo.

ARCHIVO – La presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, y el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, asisten a un evento de aniversario en el Zócalo de Ciudad de México, el 19 de septiembre de 2024. (AP Foto/Fernando Llano, Archivo)

El expresidente Andrés Manuel López Obrador y su sucesora, Claudia Sheinbaum, levantaron la bandera de la “democratización de la justicia” para promover las elecciones directas de 2700 jueces de su país. Históricamente rodeada de sospechas de corrupción e imparcialidad, la justicia está lejos de ser la institución más confiable de ese país. De acuerdo con un informe de 2024 de México Evalúa, apenas un 13,4% de los mexicanos tiene mucha confianza en sus jueces.

Pero la oposición a López Obrador y Sheinbaum y los especialistas se preguntan si la mejor forma de limpiar esa justicia es someterla a una elección en la que los candidatos tienen antecedentes tan desconocidos como dudosos y en la que el nuevo partido dominante –Morena- corre con la ventaja de controlar las listas y los comicios. Si los sondeos no se equivocan, el partido de López Obrador y Sheinbaum manejará con pocos límites, desde mañana, el poder ejecutivo, el Parlamento y la Justicia… una curiosa versión de democracia.

La elección de los jueces se insinúa, además, como tan compleja para el votante que el Instituto Nacional Electoral proyecta una participación de entre 13 y 20%. Esa es otra mañana de las autocracias electorales: desalentar la participación, bloquear a la oposición y que solo voten los leales para garantizar una victoria abultada. La Venezuela de Maduro sacó una buena nota en esa tramposa estrategia en las elecciones regionales de la semana pasada.

2. De la utilidad geopolítica a la legitimidad internacional

Si los comicios le sirven a los autócratas para enfundar la máscara democrático, construir un umbral de legitimidad y gestionar la ilusión de institucionalidad de sus seguidores más leales, la utilidad geopolítica les permite blindar a su gobierno de las críticas internacionales que tanto debilitaron a las dictaduras en otras décadas.

Las guerras y las crisis económicas y sanitarias que definen los cinco primeros años de esta década añadieron un capítulo inédito al manual del dictador: el de la internacional autocrática. En su libro Autocracia, inc, Anne Applebaum, la periodista e historiadora norteamericana que investigó como pocos a las dictaduras pos soviéticas, advierte que los conflictos de esta década y una decidida actitud antinorteamericana dieron luz a un club de autocracias que no siempre se llevaron bien: China, Rusia, Irán, Corea del Norte.

Esas naciones son autocracias afianzadas, sin vuelta atrás en el horizonte. Nueva pero sólida, la alianza internacional autoritaria les permite irradiar cohesión, complementar sus economías de guerra y seducir a otros países para ampliar su esfera de influencia.

Las naciones de autoritarismos más incipientes tienen, en cambio, otra estrategia para hacerse necesarios en la geopolítica del caos y, en definitiva, para perpetuar su poder interno a través de la legitimidad internacional: se ofrecen como piezas facilitadoras de soluciones a conflictos de otros países.

Bukele encontró una “fórmula ganadora” con sus emblemáticas y polémicas cárceles: le ofreció a un Donald Trump al que no le importa mucho respetar la ley albergar allí a sus migrantes deportados. Por esa solución rápida, el presidente salvadoreño recibió un premio que muchos presidentes, entre ellos Milei, buscan y no consiguen, una reunión en el Salón Oval de la Casa Blanca.

En la implementación de esa estrategia, el ganador, sin embargo, es Erdogan. No hay límite institucional que el presidente turco no haya arrollado: manipula elecciones, encarcela durante años a los rivales que más chances tienen de derrotarlo en las urnas, aplasta la libertad de expresión y de religión.

Argentina's President Javier Milei, left, Turkey's President Recep Tayyip Erdogan, center, and India's Prime Minister Narendra Modi prepare for a group photo at the G20 Summit in Rio de Janeiro, Monday, Nov. 18, 2024. (AP Photo/Eraldo Peres)

Sin embargo, pocas voces internacionales cuestionan la deriva autoritaria de un líder que cumple con todos los capítulos del manual del autócrata. ¿Por qué? Erdogan se hizo imprescindible en la definición de dos de las crisis que más desvelan al mundo, la guerra en Ucrania y el conflicto en Medio Oriente. Su Turquía es una escala ineludible en el tenue diálogo entre Moscú y Kiev y un actor imprescindible en el futuro de la reconstrucción Siria.

La pericia económica de los autócratas o de sus aprendices sueles ser ambigua. El Salvador, Turquía, Hungría, Rusia, Venezuela tienen hoy economías de peor que las de sus vecinos. Y a falta de éxitos en el crecimiento, mejor entonces actualizar el manual del autócrata con nuevas recetas para pertuarse en el poder.

Deja un comentario

Next Post

Experta en explosivos canina ayudó a desmantelar 475 kilogramos de clorhidrato de cocaína en Nariño

Un laboratorio clandestino para el procesamiento de clorhidrato de cocaína, compuesto por siete estructuras, fue desmantelado en la vereda Alto Zapanque, municipio de Olaya Herrera, en el departamento de Nariño, según el Ejército Nacional. En la operación, que afectó significativamente las finanzas de un grupo armado ilegal, se incautaron 475 […]
Experta en explosivos canina ayudó a desmantelar 475 kilogramos de clorhidrato de cocaína en Nariño

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!