El morbo, el héroe y el villano: fútbol argentino, retrato de una montaña rusa emocional

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River-Racing empezó a jugarse el 22 de junio. Ese día fue cuando Maximiliano Salas aceleró la ejecución de la cláusula de rescisión (ejecutan los futbolistas, la promueven obviamente los clubes donde jugarán). Inmediatamente se desplegó el calendario: sin cruce en la fase de grupos del Torneo Clausura y sabiendo que para enfrentarse en la Libertadores debían eliminar a Palmeiras y/o Flamengo, quedaron los cuartos de final de la Copa Argentina como el muy factible cruce entre los equipos. La bronca del hincha tuvo tiempo para macerarse. El morbo se agitó durante 102 días.

Ya fue analizada en esta columna la trastienda de aquella salida. Tal vez pensando que no recibiría grandes ofertas por él, Diego Milito había priorizado otras mejoras de contrato. Salas tardó en decirle a Gustavo Costas que se iría. Los dirigentes de River, luego de haberle fallado a Marcelo Gallardo en su promesa de retener a Franco Mastantuono, habilitaron el pago de 9,5 millones de dólares pese a haber ofrecido 3,5 millones en un primer término. El fútbol se juega en la cancha y se planea en los escritorios, pero se siente en la tribuna. No debe haber sido fácil para Salas el partido del jueves, más allá de luego haber relativizado la carga de la previa. Por un lado, enfrentó a sus excompañeros, con los que consiguió lo máximo de su carrera, y fundamentalmente, no hay quien puede ignorar que le griten traidor. Si a nadie le amarga un dulce, a quién puede resultarle indiferente el desamor.

Maximiliano Salas mira a los hinchas de River, en un festejo de gol muy particular

Salas es la evidencia de la montaña rusa emocional que envuelve al fútbol. Juego pasional como ninguno, la eternidad parece utópica salvo para aquellos pocos ídolos que trascienden los tiempos. Los dos clubes más grandes tienen uno cada uno de estos ejemplares; casualmente, a ambos les caben críticas de los propios en los últimos tiempos. Juan Román Riquelme y Marcelo Gallardo llevan el bronce asegurado, pero recientemente lideraron las encuestas sobre la máxima responsabilidad en las malas rachas de sus equipos. Se genera una disyuntiva: los hinchas saben que sus próceres tienen gran responsabilidad del pozo en el que cayeron, así como confían que sean ellos quienes vuelvan a alisar la tierra. Se lo ganaron. Y el fanatismo es más fuerte.

El juego en sí también se hace líquido. Un resultado cambia las apariencias. En un fútbol parejo, la diferencia a favor o en contra puede ser mínima. Cuando gana, Racing arremete a los rivales por arriba. Cuando pierde, exagera con tanta búsqueda aérea. En definitiva, el estilo no varía. Sí aparecen los eufemismos: en la mala son pelotazos; en la buena, juego directo. El único argentino semifinalista en la Libertadores pone todas sus fichas en la serie contra el Flamengo, una selección de resto del mundo. Lejos de clasificarse a la próxima por la tabla anual, incluso hoy no está entre los ocho primeros de su zona en el torneo local. Puede hacer (más) historia, puede quedarse sin nada.

Más que una línea de juego, Gallardo encontró un triunfo necesario para empezar a construir algo distinto

Si en los grandes la derrota detona, el triunfo se celebra porque ante todo lo que hace es aliviar. Facundo Colidio redujo al máximo posible el triunfo de River: “Teníamos que ganar sea como sea” (o fuera como fuera). No es algo que pueda plantearse antes de un partido sino después, y con la victoria en el bolso. Nadie planifica desde el “sea como sea”, ni el técnico más elemental. Marcelo Gallardo sabrá cuánto puede edificar a partir del rendimiento en Rosario contra Racing. En sólo unas horas advertirá si, en el mismo estadio pero contra el local, podrá desarrollar el mismo plan. Por lo pronto, necesitaría (y quizás no le baste) la contundencia que tuvo para ponerse en ventaja en el primer avance. Hay que analizar los encuentros mientras dura el 0-0 y cuando se rompe. En la igualdad, se ve el plan original; en la ventaja, la responsabilidad pasa al rival. Y la cabeza no sólo propone, también dispone.

Es cierto, River necesitaba cortar la hemorragia. Lo hizo con la seguridad defensiva que se debía y un retoque táctico sobre la marcha de su entrenador (rearmó la línea de cinco defensores durante el primer tiempo), de esos movimientos de piezas que se esperaban en mayor número en este ciclo. Tantas veces padeció tener la pelota sin perforar al rival (contra Riestra había perdido más allá del 83% de posesión), frente a Racing vio cómo del otro sufrían lo mismo (los de Costas tuvieron la pelota el 63% del tiempo). No ganó porque mejoró mucho; podrá mejorar porque ganó.

Los hinchas de Racing y las bengalas encendidas, en una escena que marcó una larga pausa obligada durante el segundo tiempo: cuando los testigos quieren protagonizar

El duelo de centrodelanteros del jueves mostró la cara y la ceca. Salas, quedó dicho, pasó de recibir el grito lacerante al festejo de gol propio sin grito por respeto. Adrián Maravilla Martínez comprobó que, casi al lado de la puerta del cielo, no está la del infierno, aunque sí la del purgatorio. Debe volver a recordar que la pelea es un plus. Que alguna vez hará entrar al defensor y este se irá expulsado (Lisandro Magallán en la ida de los cuartos coperos), pero que si se enfoca más en la artimaña que en el juego, perderá él. A los centrales, al fin de cuentas, les conviene que juegue menos el más apto. Cuando creíamos que Maravilla metía a los rivales en la jaula, supimos que puede suceder que sea él quien la cierre del lado de adentro, y sin guardar la llave.

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