El aroma del café colombiano sigue despertando interés más allá de las montañas donde se cultiva. Las últimas proyecciones de la Organización Internacional del Café (OIC) advierten que el consumo global de esta bebida alcanzará los 200 millones de sacos en 2030, un salto considerable frente a los 177 millones estimados para 2025. En esa tendencia expansiva, Colombia aparece como un jugador clave, no solo por su volumen de producción, sino por la reputación de calidad que lo distingue en el mercado internacional.
El país cerró el último año con una producción de 14,6 millones de sacos, una cifra que no se veía desde 1992. El desempeño, avaluado en 21,9 billones de pesos, irrigó beneficios en 23 departamentos y más de 600 municipios, consolidando una cadena cafetera que, pese a sus retos, mantiene un peso histórico en la economía nacional. En el frente externo, los 13,1 millones de sacos exportados afianzaron a Colombia como el segundo productor mundial de café arábigo suave de alta calidad.
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En medio de ese panorama alentador, hay alertas que no pasan desapercibidas. Germán Bahamón, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), señaló que factores climáticos y el desgaste natural de los cafetales impactarán la cosecha de este 2025: se estima una reducción cercana a un millón de sacos durante el segundo semestre.
Frente a ese escenario, fue enfático en la relevancia que tendrá el país en el suministro mundial: “El mundo necesita más café y Colombia tiene un papel fundamental en ese reto. Sabemos que este semestre tendremos una reducción en la producción por factores climáticos y el agotamiento natural de los cafetales, pero ya estamos tomando las medidas necesarias para mitigar el impacto. Con inversiones en innovación, renovación de cultivos y el fortalecimiento de cafés de especialidad, vamos a garantizar que el Café de Colombia siga llegando con la misma calidad y sostenibilidad a los mercados internacionales”.
La estrategia no se queda solo en estabilizar la producción. La federación reforzó su apuesta por la diversificación, con un creciente mercado de cafés de especialidad que ya suma más de 50.000 sacos exportados en microlotes. Además, se anunciaron inversiones en centros de transformación e industrialización en regiones como Huila, Caldas y Santander. Estos espacios buscan generar mayor valor agregado, aprovechar subproductos de la cadena y abrir nuevas oportunidades para los caficultores en un entorno cada vez más competitivo.
Durante su visita a Colombia, Vanusia Nogueira, directora ejecutiva de la OIC, resaltó que el futuro del sector dependerá de la innovación tecnológica. “La productividad y la adopción tecnológica serán determinantes, desde drones y nuevas variedades hasta procesos postcosecha avanzados”, explicó. Su mensaje apuntó a la urgencia de modernizar la caficultura como única forma de sostener la calidad y la sostenibilidad que exige un consumidor global cada vez más informado y exigente.
En paralelo, la dimensión económica del café no pierde vigencia. Tras el petróleo, sigue siendo el principal generador de divisas para el país y, en muchas regiones, constituye el eje de la economía local. Cada avance en producción, exportación o transformación impacta directamente la vida de miles de familias que dependen del grano. Por eso, la expectativa de un mercado mundial en expansión no solo plantea un reto productivo, sino una oportunidad para que Colombia fortalezca su presencia en el escenario internacional con un sello propio, calidad, sostenibilidad e innovación.
Así, mientras los consumidores del mundo incrementan su preferencia por el café, el país se prepara para responder a esa demanda creciente. Con ajustes en la producción, apuestas tecnológicas y una mirada renovada a la cadena de valor, Colombia busca asegurar que cada taza conserve el carácter que lo ha hecho inconfundible.