¿Puede desarrollarse la discriminación a algún grupo de manera exponencial y letal como durante la Segunda Guerra Mundial con el nazismo contra los judíos? ¿Está el mundo inmunizado para no caer en ideologías perversas de odio contra un pueblo o grupo entero? ¿Existen mecanismos cívicos para impedir todo tipo de discriminación?
Si bien muchas naciones —como Argentina, entre ellas— han desarrollado una evolución cívica y moral enorme que hace que sea poco probable que eso ocurra, nadie está totalmente inmunizado y no somos conscientes de lo contagioso que es este mal.
Hechos como el que ocurrió con un grupo de jóvenes egresados cantando en un micro escolar consignas antijudías no son ninguna broma liviana: son un síntoma y un acto que debe impedirse para que no se dispare una pandemia que después no se podrá controlar.
Si bien está lejano de ser un atentado terrorista, como el reciente en Manchester contra una sinagoga en Yom Kipur, o los cientos de ataques físicos de la más alta crueldad como el del 7 de octubre, las Torres Gemelas y otros tantos, nadie se levanta un día y se convierte en fanático, hay un proceso por el cual primero se cultiva el odio con actos aparentemente inofensivos.
La discriminación no es una anomalía pasajera ni un prejuicio más. Reaparece con disfraces cambiantes (religiosos, políticos, raciales) y degrada la vida pública allí donde prende. Cuando una sociedad tolera el odio contra quien sea, se está autodestruyendo.
¿Por qué hay quienes odian? La discriminación al distinto
¿Por qué hay quienes odian? ¿Por qué discriminan algunos? ¿Por qué agreden? ¿Por qué ridiculizan a los demás? ¿Por qué se burlan? ¿Por qué acusan falsamente, insultan, asustan y amenazan algunos a otros sin motivo? ¿Cómo es posible que personas civilizadas generen ideas discriminatorias contra un grupo?
La razón y la naturaleza, el sentido común y los sentimientos y emociones inherentes al ser humano enseñan que el bien del otro genera el bien propio, que o todos nos ayudamos, trabajamos en equipo y nos salvamos juntos o todos perdemos. ¿Por qué entonces existe la beligerancia discriminatoria, en lugar de celebrar la existencia de otros?
En realidad, aquel que tiene que explicar el odio a los demás y su actitud discriminatoria no es el odiado o el discriminado, sino aquel que odia y discrimina. De todos modos, aquí presento una teoría de cómo funciona la mente del discriminador, es decir, del que odia al distinto.
Debemos partir de una base simple: las acciones generan ideas, incluso las acciones sin sentido y sin motivo.
Ante la aparición de alguien distinto, las mentes débiles y precarias reaccionan a la defensiva porque se sienten amenazadas: no saben cómo interactuar con el distinto por temor a perder su lugar, puesto o identidad. Por no saber cómo mantener su idea frente a la idea del otro, el discriminador se siente amenazado. Es una reacción primitiva de humanos que no actúan como humanos, sino que se dejan llevar por sus instintos animales: sin usar la parte humana, tanto emocional como racional, desarrollan una hostilidad hacia el distinto, sin ninguna razón o motivo lógico. Luego se inventan excusas para justificar la acción. De esa manera, en lugar de superar la reacción animal y transformarla en un estado humano, se denigra nuestra humanidad a un estado primitivo animal.
La raíz de toda discriminación se encuentra siempre en la ignorancia o en el prejuicio frente al distinto, ya que con solo su aparición genera incomodidad o amenaza imaginaria. Es una reacción sin sentido de quien no usa su capacidad de razonamiento, sus sentimientos y emociones, que Dios, a través de la naturaleza, estableció en los seres humanos.
La discriminación al que se lo percibe como superior
Hay otra forma de discriminación, que no se basa en la diferencia sino en la percepción de superioridad: se odia a los que se suponen mejores, más nobles, sabios, ricos, bellos, éticos o santos, sea verdad o no. La reacción instintiva de la persona que odia es: ¿Quién se piensa que es? ¿Se cree acaso mejor que los demás?
No se odia al malvado; se odia al que se ve mejor a los ojos del observador, aunque el envidiado no le conste ser mejor. De manera que no solo se discrimina por ser distinto, también se odia al que se lo percibe como superior. Atacar y acusar al “superior” funciona como sedante moral: anula el efecto incómodo de quien recordaba límites y la moral al denigrarlo como “culpable”. De esta manera, las propias transgresiones morales resultan más soportables.
O sea que tanto el odio al distinto como el odio al que se lo percibe como superior están basados en la incapacidad de usar la razón, los sentimientos y las emociones que deberían llevar al ser humano a celebrar la diferencia y también la nobleza de otro.
La discriminación antisemita
La discriminación contra el pueblo judío tiene raíces históricas profundas. Se alimentó de intereses de poder sociales, religiosos y políticos, y se consolidó en el tiempo. Además, en algunas culturas se lo presentó como un pueblo distinto y, a la vez, como superior en sentido ético o religioso: portador de una revelación de Dios. Esto generó envidia y resentimiento en quienes carecían de la capacidad de valorar la diferencia.
Esta percepción de diferencia, por un lado, y de superioridad, por el otro, generó un odio inaudito, fuera de lo usual en personas inmorales, que solo se dejan llevar por sus impulsos sin usar su parte humana de la razón, los sentimientos y las emociones que nos distinguen de los animales que funcionan solo por instintos.
La discriminación hacia el judío sigue los mismos patrones que otras formas de discriminación, pero potenciada por la acumulación del tiempo y los prejuicios ancestrales basados en rivalidades religiosas.
Cuando no se discute una idea, sino una pertenencia
La discriminación se expresa cuando la disputa deja de ser sobre ideas o hechos y pasa a ser contra alguien por pertenecer a un grupo. Suele manifestarse de cuatro maneras típicas:
- Generalización colectiva. La falta de un individuo o subgrupo se proyecta sobre todos los miembros del grupo, en todo tiempo y lugar.
- Ensañamiento por pertenencia. Se actúa con especial dureza hacia alguien por pertenecer a un grupo, más que por lo cometido.
- Invención de delitos. Para dar más verosimilitud a la acusación, se atribuyen faltas inexistentes contra la mayor cantidad de miembros del grupo que se tenga la oportunidad de acusar.
- Burlas y chistes. Se convierte al grupo discriminado en objeto de burla o amenaza “de chiste”. Se la toma a la ligera, como si fuera “folklore”, pero normaliza el desprecio, hiere, hostiga y abre la puerta a agresiones mayores.
Crítica legítima no es discriminación
Disentir o criticar una conducta concreta no es discriminación, siempre que se argumente sobre hechos y sin aludir a la pertenencia del criticado a un grupo. Eso es parte del debate democrático. No puede encasillarse como discriminación todo aquel que discute políticas, ideas o acciones de una persona que pertenece a un grupo. Puede estar equivocado en la información, puede tener razón o simplemente ofrecer otro análisis.
Sería imposible convivir si toda discrepancia se etiquetara como odio; en cambio, las palabras y los argumentos permiten detectar cuándo hay discriminación y cuándo no.
Si un profesor desaprueba tres veces a un alumno judío o musulmán y este alega antisemitismo o islamofobia, cabe preguntar si hubo discriminación o si, sencillamente, el alumno no estudió. El hecho de ser judío o musulmán no prueba por sí solo la existencia de prejuicio; deben evaluarse los hechos.
Lo que aprendimos de la historia
Todo acto discriminatorio contra quien sea no debería ser tolerado y debe ser encarado con herramientas democráticas, educativas y legales, entendiendo que es una amenaza a la convivencia. Quien degrada la dignidad de un grupo se posiciona contra la naturaleza misma de la humanidad, compuesta por identidades diversas.
No es cierto que “todos” discriminen al distinto ni que el mundo esté condenado al odio: la mayoría de las personas de buena voluntad conviven, cooperan y ayudan, aun donde persisten prejuicios. Pero basta una minoría fanática o un poder indiferente para que el odio se torne letal.
El 30 de enero de 1939, en el Reichstag, Hitler proclamó su “profecía”: si estallaba la guerra, significaría la “aniquilación de la raza judía en Europa”. Fue una declaración pública que preludió el crimen. Hitler, marginado y resentido, comenzó como líder de una minoría excéntrica ante una Alemania culta y orgullosa. Con un discurso abiertamente antisemita, se volvió mayoría electoral. Por eso no podemos callar ante núcleos de odio racial o étnico y decir: “¡Solo son palabras!”. Esta lección aplica a toda forma de discriminación, y no solo al antisemitismo.
La propuesta
Por todo ello, proponemos que se instaure en todas las escuelas y centros educativos una materia cívica que fomente el respeto, los modales, la convivencia, la moral y la ética humana global, basados en el versículo bíblico “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” y en las declaraciones de las naciones republicanas en las cuales vivimos.
Este programa debería llevarse a cabo por los gobiernos y no por las organizaciones de los grupos y colectividades, porque el discriminado no debe defenderse solo: la sociedad entera debe defender a todo discriminado con todas sus herramientas y poderes.