El peligro de que la libertad no avance

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Javier Milei se jacta en las últimas horas de que “ya estamos creciendo como pedo de buzo y se pueden ver las burbujitas”. También, de que “con todo lo que hicimos hasta ahora ya somos el mejor gobierno de la historia” y de que su imagen “está en los niveles máximos porque el ajuste es popular”. No es exactamente lo que señalan las últimas encuestas de opinión pública, que dan cuenta de que el mejor momento del Presidente se registró cerca de fines de año y, desde entonces, su imagen sufrió una caída coincidente con una concatenación de hechos. Entre ellos, su desafortunado discurso en Davos, con confusos planteos sobre homosexualidad y pedofilia; el criptogate; el retorno de las protestas callejeras, donde un fotógrafo resultó herido de gravedad, y la desaceleración en la baja de los precios al consumidor. Aun así, los niveles de aprobación de la gestión presidencial, en torno del 40%, según el promedio de varias consultoras, resultan razonables para los objetivos electorales del oficialismo. Lo cierto es que las elecciones realmente decisivas para el Gobierno serán las del 26 de octubre, cuando se renovarán la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, y ese margen de 180 días debería permitirle al equipo económico alcanzar niveles mensuales de inflación cercanos al 1%, que potenciarían las chances electorales del partido gobernante.

“Le va a ir bien porque no hay nadie enfrente”, “no hay oposición: no hay caras visibles ni nombres nuevos”. Tales frases, extractadas de focus groups, forman parte de un estudio cualitativo que concluye que, en consonancia con los registros obtenidos a través de encuestas, el descenso en la imagen del gobierno nacional no se traduce en una reducción en la intención de voto en favor del oficialismo, o al menos no de manera significativa. En ese contexto –indica el trabajo–, la ausencia de una alternativa percibida como consistente desde la vereda opositora contribuye en esa dirección.

La radicalización puede ser un camino de ida sin retorno y un peligro para que la libertad avance

El estudio fue llevado a cabo por el consultor en opinión pública Sebastián Halperin el 14 y el 15 de abril entre cuatro grupos focales mixtos integrados exclusivamente por ciudadanos residentes en el AMBA (50% en la Capital Federal y 50% en el Gran Buenos Aires) que votaron a Milei en el balotaje de noviembre de 2023. Su objetivo general fue analizar el clima de opinión imperante entre quienes constituyen la base de apoyo al gobierno nacional, y algunos de sus propósitos específicos apuntaron a indagar en las razones del hipotético deterioro de la imagen gubernamental, analizar el nivel de cumplimiento de las expectativas iniciales respecto del Gobierno y explorar eventuales mutaciones en términos de intención de voto para las elecciones de este año.

Según el informe, el temor a un eventual regreso del kirchnerismo al poder opera como factor adicional para la renovación del crédito al gobierno de Milei.

Las razones principales del declive en la imagen gubernamental estarían más directamente asociadas con cuestiones de impacto directo en la vida cotidiana del ciudadano promedio, antes que con los episodios de mayor resonancia que se sucedieron desde el comienzo del presente año, como el discurso presidencial en Davos, el escándalo cripto o la designación de los jueces de la Corte Suprema por decreto. Se advierte en los testimonios de las personas consultadas cierta tensión entre la realidad percibida y las expectativas iniciales en el plano económico, junto a la inquietud por la pérdida de poder adquisitivo (“la plata no alcanza”). Aparecen, asimismo, cuestionamientos ante lo que se presenta como “incumplimientos de las promesas de campaña”; por ejemplo, se escucharon quejas tales como “la casta está mejor que nunca”, “no puede ser que un senador o un diputado esté ganando casi diez palos”, “Milei dijo que se cortaba las manos antes de aumentar los impuestos y yo veo que ahí están” o “dijo que los jubilados iban a ganar un sueldo más digno”. Del mismo modo, prevalece entre quienes votaron a Milei en la segunda vuelta de 2023 cierta desilusión respecto del manejo por parte del Gobierno de las alianzas y la articulación de consensos, como del “descuido de sus socios” para promover la agenda gubernamental: “Hizo alianza con Pro y después terminó separado cuando Pro le votó las leyes para que pueda gobernar” o “si tiene minoría, debería negociar con otros partidos políticos”, se señaló en los focus groups.

El papa Francisco y el presidente argentino, en junio de 2024

Dentro del eje de los comentarios positivos se mencionan el control de la inflación (“es menor que la de gobiernos anteriores”); la reducción del gasto público y del aparato estatal (“sacaron a los ñoquis”, “ahora los empleados trabajan”, “cerró el Ministerio de la Mujer”); la modificación de la ley de alquileres (“ahora veo más oferta que antes”); la eliminación de programas sociales y subsidios (“sacaron planes con los que regalaban plata”); la corrección de la agenda (“se está ocupando de las prioridades reales”, “se atrevió a hacer algo diferente y con medidas antipopulares”, “se está haciendo lo que necesitamos hacer”); la ruptura con el paradigma del político tradicional (“Milei no es un político”, “rompió todos los moldes”); la velocidad de respuesta (“motosierra desde el primer minuto”) y el cumplimiento de la palabra, la firmeza y la convicción (“está haciendo las cosas que dijo que iba a hacer”, “es al revés de Menem, que dijo que si decía lo que iba a hacer no lo votaba nadie”, “es audaz”, “sigue su plan a rajatabla”).

¿Qué dicen los votantes de Milei sobre el estilo y las formas del Presidente? Las opiniones parecen aquí divididas. Algunos comentarios negativos: “Me parece que las ideas que dice que tiene son buenas, pero no es la manera de llevar las cosas adelante”; “se pelea con todo el mundo, no tiene cintura política”; “yo lo voté por su forma de pensar y no por ser chicanero”; “Milei usa mucho las redes sociales, pareciera que sigue en campaña”; “sigue en el papel de loco como cuando era panelista de TV”, “no es político, es economista y está viviendo su presidencia como un ciudadano más”; “no mide el peso de todo lo que tuitea o en dónde se entromete”; “sería bueno que modere un poco las formas”; “es muy despectivo cuando habla de sus rivales, tiene que bajar un poquito la espuma del chocolate”; “muchas veces se comporta más como un panelista que como un presidente”; “no tiene que meterse con la gente del espectáculo y del arte” (en alusión a sus ataques a Lali Espósito).

En contrapartida, entre sus exvotantes también hay quienes perciben cercanía e identificación con un presidente que “se muestra auténtico” y rompe con la lógica del político tradicional, algo que configuró un diferencial a su favor como driver de votación. Esta visión se relaciona con la idea de que se estaría actuando en el marco de una hoja de ruta con objetivos claros y factibles de concreción, asumiendo las dificultades de un proceso de largo plazo y no exento de obstáculos.

* * *

El sábado 19 de abril, en vísperas de la celebración de la Pascua, Milei volvió a cargar contra periodistas. Pero esta vez su posteo en la red social X fue más que un simple ataque personal. “Creo que la gente no odia lo suficientemente a estos sicarios con credencial de supuestos periodistas. Si los conocieran mejor, los odiarían aun mucho más que a los políticos”, escribió. Menos de 48 horas después se produjeron dos hechos particularmente graves. El primero estuvo dado por los insultos y abucheos que sufrió a la salida de una iglesia la vicepresidenta Victoria Villarruel, a quien el mileísmo más recalcitrante ha declarado su enemiga. El segundo episodio fue un violento ataque al comunicador Roberto Navarro, que recibió un golpe en la nuca que obligó a hospitalizarlo. Ninguno de los dos acontecimientos puede dejar de estar relacionado con la “cultura del agravio” que se ejerce desde lo más alto del poder político y que se extiende a las prácticas de linchamiento digital, con preocupante frecuencia avaladas por el propio presidente de la Nación en las redes sociales.

“El Presidente contesta a los que mienten; no mientan y nadie les va a contestar”, sostuvo el vocero presidencial, Manuel Adorni. Nadie puede negarle al primer mandatario su derecho a responder a cualquier cuestionamiento público. Lo que no puede hacer un funcionario de su jerarquía es asimilar cualquier crítica a una mentira. Tampoco, considerarse con prerrogativas para insultar a quien lo cuestione. Milei no se conforma con imponer sus argumentos y ganar –por así decirlo– la batalla cultural. Cree necesario denigrar a sus críticos, considerándose con derecho a agraviarlos y humillarlos en público. “Mandriles”, “ensobrados”, “imbéciles”, “envenenadores” son algunos de sus adjetivos predilectos para referirse a periodistas o a economistas que no muestren predisposición a la adulación o el servilismo. En ocasiones, recurre a infantiles alusiones a los nombres o apellidos de sus objetores para ridiculizarlos en público. No es en el fondo más que una miserable táctica tendiente a amedrentar y silenciar las voces disidentes, apostando a que, por la vía del miedo y la autocensura, estas se replieguen en la conversación pública.

Dirigentes mileístas están persuadidos de que ni los rasgos más cuestionables del estilo presidencial ni sus reiterados actos de bullying contra quienes osen criticarlo influirán en la intención de voto del electorado. Ven al líder de su movimiento político como la expresión de un clima de época signado por el fin de la moderación, donde el respeto por las formas es asimilado a la hipocresía. No entienden que revalorizar el estilo pendenciero propio de algunas redes sociales desde la cúspide del poder político solo puede dañar más el tejido social, ni que muchas veces la radicalización puede ser un camino de ida sin retorno y un peligro para que la libertad avance.

Tras la muerte del papa Francisco, el Presidente se preocupó por destacar la “bondad y sabiduría” del Sumo Pontífice, “a pesar de diferencias que hoy resultan menores”. Para Milei, Jorge Bergoglio pasó de ser “el representante del maligno en la Tierra” y de ser “un imbécil que defiende la justicia social” e “impulsa el comunismo” a transformarse en “el argentino más importante de la historia”. Un giro parecido ocurrió con Cristina Kirchner, quien llegó al extremo de ningunear a Bergoglio pocos minutos después de que fuese designado papa, pero con el correr del tiempo no se privó de desfilar por el Vaticano y, luego del fallecimiento del Santo Padre, no dudó en afirmar que Francisco “fue el rostro de una Iglesia más humana, con los pies en la Tierra, sin dejar de mirar el cielo”.

En la Argentina se le han cuestionado no pocas cosas al papa Francisco: desde su reticencia a visitar su país hasta sus encuentros con personajes como Juan Grabois o su envío de un rosario a la condenada Milagro Sala. En contrapartida, el fallecido sumo pontífice nos enseñó que el perdón esteriliza el alma y que es menester aceptar nuestros propios errores e imperfecciones, al igual que los de los demás. Con sus virtudes y sus falencias, con sus gestos y sus silencios, nos deja un legado que puede instarnos a ser más comprensivos y abiertos, y menos proclives a las grietas y las polarizaciones, sin por eso dejar de denunciar y combatir la corrupción. Se trata de un mensaje del que todos deberíamos tomar nota.

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