El aire de la tarde se vuelve espeso de olor a tierra y pasto recién cortado. En el boulevard, los chicos andan en bicicleta, un perro duerme bajo la sombra, y en la esquina de La Generosa el horno empieza a arder. Todd —un pequeño pueblo del partido de Arrecifes— parece detenido, pero no lo está. En los últimos años, entre viejas historias familiares y proyectos nuevos, volvió a encontrar un ritmo propio. No de crecimiento acelerado ni de turismo fugaz, sino de algo más profundo: una idea de comunidad que, casi a contracorriente, todavía se sostiene.

Fundado en 1888 junto a la estación del Ferrocarril Mitre, Todd nació en el cruce entre la pampa y el tren. Las familias Izquierdo, Ordoñez, Trosset y De Pierre levantaron los primeros caseríos. Después vino la escuela, la ruta, la luz eléctrica. En 1959, los vecinos crearon la Cooperativa Eléctrica Rural, que aún provee energía, gas, agua e internet. Esa red de instituciones —cooperativa, escuela, capilla, club— es la estructura invisible que permite que el pueblo siga en pie.
“Lo que hace distinto a Todd es la relación entre los vecinos”, dice Facundo Araguz, director de la Escuela N° 23 Paula Albarracín de Sarmiento. “Acá todo se comparte: la escuela, la cooperativa, el club. La vida gira en torno a esos espacios.” Durante la mañana funciona la primaria, al mediodía la secundaria, por la tarde la escuela de adultos. “Cuando suena el timbre cambia el ritmo del pueblo: se llena de autos, bicicletas y chicos. Es el único momento del día en que hay tráfico.”


Esa vida tranquila, que podría parecer anacrónica, fue también la base sobre la que crecieron proyectos nuevos. No hay una sola historia que explique a Todd, pero todas comparten una misma raíz: hacer con lo que hay, y hacerlo en comunidad.
De los abuelos al presente
En una esquina de ladrillos, Franco Perrone imaginó junto a su familia un bodegón que devolviera al pueblo la costumbre de reunirse. “El proyecto surgió de los domingos en lo de mis abuelos —cuenta—. De esa mezcla entre trabajo y afecto, de las sobremesas largas.”

La casona estaba cerrada hacía años. “La compramos como inversión, pero nadie la quería alquilar. Hasta que un día fuimos a verla bajo la lluvia. El techo se llovía, el piso era de barro, pero ya estábamos ahí, imaginando el restaurante.”


Así nació La Generosa, que hoy se volvió el punto de encuentro de los fines de semana. “Las flores que decoran las mesas las juntamos al costado de los caminos, la leña del horno es de acá, las mujeres que trabajan viven a menos de 100 metros. Todo está hecho con lo que nos rodea.”
En el salón, las historias se cruzan. “Acá se festejan cumpleaños, reuniones, aniversarios —dice Franco—. Una abuela celebró sus 100 años con sus nietos que viven en España. Cada semana pasa algo que te recuerda por qué lo hiciste.”

Para él, emprender en un pueblo no es sólo abrir un negocio. “En Argentina, emprender es un acto patriótico —dice—. Porque genera vínculos, movimiento, vida cotidiana. No hay otro modo de hacerlo que con el cuerpo.”
La memoria abierta
A pocas cuadras, Santiago Izquierdo reabrió en 2024 el almacén fundado por su tatarabuelo en 1913. En Lo de Chiquito, los estantes guardan vajillas antiguas, bombas de agua, calentadores, un surtidor reacondicionado. En el sótano, todavía se estacionan quesos y fiambres.

“Más allá de lo comercial —cuenta—, mi idea fue mantener vivas las raíces familiares y del pueblo. Mi abuela Elvira sigue viniendo todos los días; me acompaña y me aconseja.”
Santiago es la quinta generación detrás del mostrador. “Lleva mucho esfuerzo y horas de trabajo, pero no es imposible. Cuento con mi familia: mis padres, mis hermanas, mi tío que me lleva la contabilidad. En el pueblo, nada se hace solo.”

En ese almacén donde alguna vez se vendía de todo —desde kerosene hasta telas o herramientas—, hoy se respira una continuidad. “Lo que aporta Todd a mi forma de trabajar es la gente. Acá se charla, se ríe, se confía. Se forma un vínculo más allá de lo comercial. Eso no se compra ni se aprende.”

Habla de los vecinos que se detienen a conversar o de los que pasan a pedir consejo, de la abuela que aún recuerda los precios del almacén viejo. “Lo que mejor representa al pueblo son sus habitantes. Nos conocemos todos y estamos uno para el otro. No hay algo más de pueblo que eso.”
Fierros y futuro
En el otro extremo del pueblo, el sonido metálico del martillo marca el pulso de Reklus Cars, la fábrica artesanal de réplicas de autos clásicos que dirige Candelaria Tornquist. Desde Todd, su equipo construye máquinas que viajan a museos y colecciones privadas de Europa, Asia y Medio Oriente.

“Después de la muerte de mi esposo, en 2020, me encontré con la fábrica en las manos —recuerda—. Seguir fue la forma de honrarlo.” Hoy trabajan quince personas, entre ellas jóvenes de la Escuela Técnica de Arrecifes. “Tuvimos dos chicas en pasantía que soldaban aluminio con una precisión increíble. Ese tipo de aprendizajes valen más que cualquier curso.”

Hace poco, por pedido de una empresa inglesa, fabricaron su primera réplica eléctrica. “Al principio nos parecía una herejía. Pero entendimos que adaptarse también es cuidar lo que amamos. El ruido del motor puede cambiar, pero la pasión sigue siendo la misma.”
Los autos se prueban en los caminos rurales. Nadie protesta. “Los vecinos salen a mirar, a filmar. Acá un motor no molesta: emociona.” Candelaria resume así su filosofía: “Todd nos da algo que no se consigue en las ciudades: tiempo. Y el tiempo es el primer ingrediente del oficio.”

La fábrica grande en el pueblo chico
En el ingreso sobre la Ruta 8 se levanta la planta de El Grillo, una de las empresas de maquinaria agrícola más relevantes del país. Fundada en 1972, fabrica acoplados y tolvas que hoy se exportan a tres continentes. En Todd, esa fábrica resume la identidad del lugar: trabajo, oficio, continuidad. “Acá siempre hubo cultura de trabajo —dice Araguz—. Gente que se levanta temprano, que apuesta por lo propio.”

La fábrica convive con el paisaje sin alterarlo. Desde la ruta, los camiones que salen cargados pasan frente a las bicicletas escolares. Esa imagen —acero y tierra en la misma escena— resume la identidad de Todd: producir sin romper el equilibrio.

El pulso común
La Cooperativa, la Escuela, La Generosa, Lo de Chiquito, Reklus Cars, El Grillo: nombres distintos para una misma trama. “Las condiciones abrazan al que llega —dice Perrone—. Es fácil hacerse parte. Todd te recibe.” Candelaria coincide: “La gente se alegra por lo que hacés. Te acompaña. Te pregunta cómo va todo. Esa red humana es lo que te sostiene.”

Para Lorena Nicolich, que transformó una vieja casa en una quinta con pileta y cancha de pádel, la clave está en el ritmo. “Acá se vive con paz. Mis hijas pueden andar en bici, recorrer el pueblo, moverse solas. Eso no se consigue en la ciudad. Lo lindo es que Todd crece, pero sin perder su espíritu.”
Facundo Araguz lo mira desde la escuela: “Veo chicos que vuelven a jugar en la vereda. Padres que se conocen entre todos. No es nostalgia, es otra manera de vivir.”

En Todd, el presente y la memoria conviven sin conflicto. El bodegón familiar, el almacén centenario, el taller que exporta autos y la fábrica de acoplados no son piezas sueltas: son la demostración de que otra forma de vida es posible. Una forma donde el trabajo, la comunidad y la escala humana no son romanticismo, sino una decisión.
Cuando cae la tarde, el pueblo se apaga despacio. En la esquina de La Generosa aún quedan mesas ocupadas; en Lo de Chiquito, Santiago baja al sótano a revisar los quesos; en el galpón de Reklus, un chasis de aluminio espera la última capa de pintura. Desde la ruta, Todd apenas se ve. Pero adentro late algo que no se mide en metros ni en cifras: una manera de estar en el mundo que no necesita ser grande para tener sentido.

