Cada 28 de junio, muchas comunidades del mundo celebran el llamado ‘Día Mundial del Árbol’, una fecha significativa que recuerda la importancia de sembrar futuro en nuestras ciudades. Esta conmemoración ha cobrado fuerza como una oportunidad para mirar —con más atención— ese gesto tan básico como poderoso: plantar un árbol.
Y Lima, una ciudad históricamente golpeada por el polvo, el ruido y la falta de sombra, empieza a mostrar señales de cambio. En los últimos años, distintos espacios de la capital han sido escenario de una silenciosa pero constante transformación. Parques olvidados, avenidas grises, colegios públicos y hasta cementerios históricos están recibiendo nuevos árboles. No es casualidad, ni tampoco una moda pasajera: es el resultado de una ciudadanía que empieza a entender que una ciudad verde no es solo más bonita, sino más justa, más saludable y más resiliente.
Desde 2023, gracias a una serie de esfuerzos articulados en el marco de un programa urbano conocido como “Lima Verde”, se han sembrado más de 260,000 árboles en la capital. La cifra impresiona, pero lo que realmente importa es lo que hay detrás: personas que riegan, vecinos que cuidan, escolares que aprenden a compostar, voluntarios que apadrinan una planta en su barrio.
Árboles de especies nativas como molle costeño o guaranguay han empezado a tomar su lugar en una ciudad que parecía haberle dado la espalda a la naturaleza.
Estos árboles no solo ofrecerán sombra ni mejorarán el paisaje: también ayudarán a capturar carbono, reducir la temperatura y mejorar la calidad del aire. En un escenario de crisis climática, sembrar un árbol es, literalmente, un acto de resistencia.
Y lo mejor es que esto no se limita a Lima. Otras ciudades del país también pueden —y deben— mirar hacia sus propios suelos con la misma determinación. Porque un país que siembra árboles está sembrando más que hojas: está sembrando futuro.
Una ciudad verde no se impone desde arriba. Se cultiva, se cuida y se defiende desde abajo, raíz por raíz. Porque cada árbol nuevo no solo cambia el paisaje: cambia la manera en que habitamos el lugar que compartimos.