El primer papa pop

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Después de un liderazgo de doce años del papa Francisco, muchos comentaristas se preguntaban esta semana si renovó el Vaticano. Lo que es seguro es que cambió su comunicación. El primer papa de Latinoamérica llevó a una de las instituciones más tradicionales el estilo pop que convirtió a las pampas en proveedoras de iconos globales, con los que ya está saludando desde las imágenes que provee la inteligencia artificial.

Tuvo la suerte de iniciar su papado junto con el reinado de los teléfonos inteligentes, que lo iluminaron desde la vigilia de su designación. Las pantallas superaron a las velas en luz y potencial de difusión

En la última década el papado se convirtió en protagonista de películas y series. La imagen del camarlengo sellando la residencia personal del Papa que repiten los noticieros mundiales es idéntica a la escena de la película Cónclave (2024), que disparó un 3200% sus vistas después de la muerte de Francisco. La realidad parece copiar la ficción tanto como la ficción ayuda a comprender la realidad.

Nacido y criado en tierras de líderes carismáticos que supieron amplificarse en las pantallas desde el mismo nacimiento de la TV, Francisco entendió que mejor que las palabras comunican los gestos. Tuvo la suerte de iniciar su papado junto con el reinado de los teléfonos inteligentes, que lo iluminaron desde la vigilia de su designación. Las pantallas superaron a las velas en luz y potencial de difusión.

Francisco en una de sus últimas apariciones, en el reciente Domingo de Ramos

Aunque Benedicto XVI inauguró la cuenta de Twitter @pontifex, fue Francisco quien a los tres meses tomó la posta y consolidó una comunidad de más de 60 millones en nueve idiomas. El Papa hablaba en italiano y la cuenta oficial es en inglés, pero los tuits en español fueron hasta ahora los más potentes.

Francisco supo usar las redes sociales como lo hace un auténtico influencer, dejando que hablen otros. Las imágenes que siguen dando vuelta al mundo no vienen del Vaticano, sino de las selfis que compartían los peregrinos. Estos videos consolidaron la imagen de un sacerdote tercermundista más que de un pontífice vaticano: pedidas de matrimonio, promesas, travesuras infantiles, intercambios de camisetas de fútbol o mates en la pasarela de San Marco. Las celebridades, que pocas veces se codean con alguien de más brillo, compartían en sus redes el privilegio de la audiencia con el mismo fervor que el don nadie que pasó horas en la plaza esperando la bendición. La santidad en el siglo XXI se transmite por redes sociales porque las estampitas ya no se imprimen: se distribuyen por WhatsApp.

Romper el protocolo fue el nuevo protocolo papal. Por caso, recibir mandatarios en concubinato se leía como una flexibilización de la iglesia, sin que se llegara a cambiar la doctrina católica. Tan poderosa es la performance que logró desdibujar la contradicción flagrante de proclamar una iglesia para los pobres sentado sobre los tesoros del Vaticano. Y ganar, incluso, simpatías entre el socialismo supuestamente ateo.

Las celebridades, que pocas veces se codean con alguien de más brillo, compartían en sus redes el privilegio de la audiencia con el mismo fervor que el don nadie que pasó horas en la plaza esperando la bendición

“El Papa de los últimos”, tal como repetían las portadas de los periódicos de todo el mundo como obituario, es un ejemplo de la eficacia de su estrategia de comunicación. En ese sentido, Bergoglio fue el mejor embajador del peronismo como doctrina que logra la síntesis de posturas antagónicas al gobernar hacia la derecha mientras comunica hacia la izquierda.

En plan de que otros hablen, la Santa Sede eligió al escritor Javier Cercas, ajeno al credo católico, para escribir la última gran parábola, ese género entre la verdad y la ficción que este papa usó tan efectivamente como la mismísima Biblia. La verdad parabólica, explicó Umberto Eco en La estrategia de la ilusión, no necesita ser constatable porque la fábula logra transmitir los principios morales mejor que la verdad más verificable.

Paradójicamente, este papa se ungió mundialmente cuando rechazó las investiduras simbólicas: mantuvo sus zapatos gastados, rechazó la cruz dorada y el triple catafalco mientras sonreía beatíficamente a cualquier cámara. Cambió el símbolo abstracto por el gesto tangible y las multitudes lo aclamaron globalmente.

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