“Para estar contra Cristina hay que estar con Cristina”, sintetiza un viejo sabio peronólogo, que comenzó a observar este fenómeno en los años 60. Invierte la famosa máxima vandorista del neoperonismo de mediados de esa década: “Para estar con Perón, hay que estar contra Perón”. De ese modo, se justificaba la decisión de participar del proceso electoral rompiendo la táctica de la abstención como método para vaciar de legitimidad al régimen semidemocrático que proscribía a ese movimiento y, sobre todo, mantenía al propio Perón en el exilio. Hoy la situación es opuesta, pero vuelven a utilizarse conceptos, ideas, lugares comunes, metáforas y acontecimientos históricos como referencia ineludible para culminar el reciente esfuerzo de “reperonización” de CFK. Esto es, bañarla de una identidad con la que siempre tuvo diferencias y sellarla con un barniz que la familiarice con míticas deidades justicialistas: Evita y Perón. ¿Hay lugar para alguien más? “Perón nunca necesitó victimizarse ni tuvo la posibilidad de defenderse ante un tribunal de justicia”, agrega este octogenario y vibrante pensador.
Buena parte del peronismo se hizo presente en Plaza de Mayo el miércoles. Como enseñó el gran Antonio Cafiero, lo primero que debe analizarse en un acto público o en una reunión de integrantes del movimiento nacional justicialista es quiénes estuvieron ausentes. Además de los principales gremios de la CGT, faltaron muchos gobernadores, intendentes y legisladores. Algunos, como Hugo Moyano, arrastran divergencias históricas con la familia Kirchner. Llegaron a tal extremo que, hacia el final del segundo mandato de Cristina, el líder camionero se sentía mucho más cómodo con Mauricio Macri (con quien inauguró la estatua de Perón que yace frente al edificio de la Aduana gracias a los oficios del recordado Momo Venegas) que con sus supuestos compañeros. Otros jerarcas sindicales están más preocupados por la suerte de sus representados y por la viabilidad del negocio de las obras sociales que por un fallo que, viejos lobos de mar, sabían que la Corte iba a confirmar más temprano que tarde. El empleo formal sigue sin recuperarse y si bien la preocupación por perder el trabajo está lejos de las principales prioridades (la inseguridad y la falta de crecimiento económico), al menos un tercio de los encuestados expresan preocupación por este tema, según un sondeo reciente de D’Alessio IROL/Berensztein.
Ahora bien, no todos los asistentes a la manifestación comparten la hipótesis de lawfare ni tienen un diagnóstico tan negativo respecto de la política económica del Gobierno. Por el contrario, muchos exfuncionarios de los gobiernos kirchneristas supieron desarrollar una relación más que armoniosa con la Justicia Federal y, en algunos casos, con algún integrante de la Corte. Pero el costo de oponerse a Cristina o el ruido que podría generar una ausencia en un acto de esta envergadura constituyeron persuasivos de peso para no pegar el faltazo. En algunos casos, la esperanza de ser bendecido con una eventual candidatura o con un papel protagónico en la reconfiguración del justicialismo fue un factor clave para dar el presente. El peronismo nunca resolvió de manera expeditiva la sucesión de su jefatura. Por una cuestión de edad, reputación, desgaste y anquilosamiento en términos de ideas y propuestas, el valor presente neto de CFK 2027 o incluso 2031 en términos electorales no es igual a cero, pero tampoco se acerca a un umbral competitivo. Por algo no fue candidata en 2019 ni mucho menos en 2023. ¿Lo sería en 2027 si pudiera sortear la limitación que la atormenta? En su defecto, ¿cómo seleccionará el peronismo ya no un nuevo líder (Cristina bloqueará cualquier posibilidad de renovación, sobre todo ahora que recobró cierta centralidad mediática y que algunos viejos amigos de la región ideológicamente afines mostraron solidaridad), sino al menos una candidatura que le permita volver a pelear con chances de ganar una elección presidencial? No está claro el método ni mucho menos los nombres propios, pero un gesto abierto de deslealtad podría ser suficiente para quedar desplazado. Es el frío sudor que recorre la espalda de los integrantes del Movimiento Derecho al Futuro, la secta que creó Kicillof para apalancar sus aspiraciones presidenciales. Se convirtió en esta coyuntura en el gran perdedor: el Bruto de una César que busca de cualquier manera sobreponerse tanto a su destino como al desafío/traición de su otrora joven y consentido colaborador.
“Considerando las peores elecciones de los últimos 20 años y las proyecciones que elaboramos para estos comicios, el piso del peronismo en el nivel nacional no baja del 30%”, afirma un respetado especialista en sociología electoral. Esto explica por qué (casi) “nadie quiera sacar los pies del plato”, pues se trata de una plataforma que garantiza al menos una derrota más que digna. “Aguantar épocas de vacas flacas con una presencia más que relevante en el Congreso, media docena de gobernadores y algo así como la mitad de los intendentes nos permitiría sobrevivir con dignidad”, afirma un exsenador norteño con múltiples contactos en el fragmentado movimiento. “El radicalismo subsistió durante mucho tiempo con un umbral mucho menor”, agrega.
El punto más controversial es que Cristina y sus seguidores consideran que la política económica del Gobierno está destinada al fracaso. Están convencidos de que, como aquella famosa propaganda de Añejo W, la estrategia libertaria “no va a andar”: “(…) ya sea por la falta de dólares, el efecto recesivo del ajuste fiscal permanente y las altas tasas de interés, el impacto en la destrucción de empleo de la apertura comercial (…) o una combinación de todo lo anterior (…) lo cierto es que esto no cierra y por eso no llegan las inversiones”, afirma un exfuncionario duhaldista. “Nos echan la culpa del fracaso del RIGI por el riesgo de reversión, pero en el fondo el mercado desconfía del propio Milei”.
¿Y si no fuese el caso? ¿Cómo evolucionarían las preferencias de los votantes si el Gobierno tuviera un éxito al menos parcial, parecido al de Menem en los 90? El peronismo podría apostar a representar a los “perdedores” del nuevo modelo, aunque esto lo aleje en el corto plazo de un éxito electoral. Pero experiencias como las de Trump en los Estados Unidos ponen de manifiesto que los “perdedores” de la globalización pueden constituir un electorado decisivo para ganar una elección, aunque el sistema de colegio electoral y los distritos uninominales pudieron haber sido determinantes para poner en valor esos nichos de votantes. De todas formas, quedaría más encorsetado en un discurso reactivo que en propuestas innovadoras para la nueva agenda de una Argentina más estable macroeconómicamente, mucho peor si el país vuelve a crecer de forma sostenida.
Eso podría generar las condiciones para que surja una tercera fuerza que abrace como condición necesaria la responsabilidad fiscal y monetaria y proponga además una agenda de desarrollo mucho más ambiciosa e integral, que incluya infraestructura física, bienes públicos fundamentales como salud y educación, la importancia de la ciencia y la tecnología y la cuestión del medioambiente. Con la virtud de que puede ser capaz de evitar que la trágica trayectoria pendular vuelva a depositar el curso de la historia en el andarivel del populismo distribucionista, más allá de CFK.