A pesar de la coyuntura política y de las dinámicas electorales, creo que el PRO debe mantener su unidad e identidad. No solo por lo que pueda ofrecer hoy a la sociedad argentina, sino como garante de la institucionalidad en el futuro.
Los logros del actual modelo económico son evidentes. Ninguno de nosotros cree que exista una alternativa más fácil o menos dolorosa para encauzar años -por no decir décadas- de descontrol y despilfarro que las políticas impulsadas por el actual Gobierno. Por eso, siempre las hemos acompañado.
Pero debemos ser realistas y admitir que el presidente Javier Milei parece inusualmente poco preparado para aceptar racional y serenamente un eventual fracaso económico o una coyuntura política todavía más desafiante que la actual. Su admisión de que prefiere salir con los pies para adelante antes que negociar es una bravuconería que, en un nivel más profundo, refleja una concepción personal del poder donde retroceder no es un acto de prudencia, sino una traición. A la larga, nada bueno puede surgir de esa actitud.
Como ocurre hoy en El Salvador, las malas formas pueden transformarse en malas acciones cuando todos deciden mirar hacia otro lado. Tal vez hoy no seamos indispensables, en un tiempo en que la moderación parece un valor pasado de moda. Pero estoy convencido de que lo seremos cuando llegue -si llega- ese momento crítico. Y para ello es esencial, por no decir una condición excluyente, que el PRO siga siendo el PRO, aunque eso implique perder una elección.