Son las seis de la tarde y el sol cae sobre el barrio Padre Carlos Mugica, pintando de amarillo las vías del tren, los terraplenes y el puente metálico que une la villa con el barrio de Recoleta. Por ese puente, hombres y mujeres vuelven del trabajo y se saludan con un grupo de adolescentes que está sentado sobre el muro del edificio de Scholas Occurrentes. Esperan para entrenar en la Liga Internacional de Fútbol (LIF), un programa educativo para jóvenes de 15 a 18 años que es mucho más que “jugar al fútbol”.
“Mi participación en la LIF fue la mejor experiencia que tuve”, dice Jesús Emanuel “Manu” López Espínola, de 20 años, con una sonrisa. Hoy se dedica a entrenar a los más chiquitos con la idea de transformar sus realidades tal como le pasó a él. “Cuando yo era chico, jugaba en la calle con mis amigos, pero muchos de ellos hoy están perdidos en la droga”, dice Manu y agrega: “Yo quiero que los chicos sepan que hay otra salida”.

La LIF es el programa “estrella” de la organización, que tiene 9 sedes en la Argentina y está presente en más de 70 países. En el barrio Mugica, funciona de lunes a jueves, de 19 a 21, horario que se reparte entre una hora de entrenamiento y una hora dedicada a lo que llaman “espacio de pensamiento”, el momento que más esperan para hablar de lo que les pasa, lo que sienten y lo que quieren cambiar de sus vidas.
Cuando Manu entró a la LIF tenía 15 años y cursaba segundo año de secundaria. En ese momento, tenía muchas dificultades y estaba con ganas de abandonar la escuela. “Me hacían bullying, la pasaba mal y repetí. La pandemia terminó de empeorar todo”, recuerda. Eso cambió cuando empezó a jugar al fútbol con chicos y chicas como él, que viven en el barrio.
Scholas Occurrentes es una organización creada por el Papa Francisco en 2013, bajo el lema de Cultura del Encuentro, “porque creía que había que dejar de decirle a los jóvenes cuáles eran sus sufrimientos y abrirles un espacio para que ellos mismos los cuenten”, dice Julieta Williams, coordinadora de Scholas Argentina. Y agrega: “A través del deporte, el arte y el pensamiento, promovemos que los jóvenes reconecten con el sentido de la vida, la escuela y la comunidad, fortaleciendo el tejido social desde una pedagogía basada en la escucha, la creación y la celebración”.

El 89% de los 300 chicos y chicas que participan de los programas termina el secundario y “más del 50% sigue una carrera terciaria o universitaria”, aseguran desde Scholas. Además, todos trabajan y aprovechan la cercanía de las terminales de ómnibus y trenes para conseguir empleo en locales cercanos al barrio, como locales de comida rápida, hipermercados o la estación de servicio. Algunos siguen vinculados a Scholas como voluntarios y formadores y ya son 35 los egresados de los programas, como Manu, que hoy se desempeñan como entrenadores o coordinadores.
“Acá me siento más protegida que en la escuela”, dice Luján Cabañas Morales, de 17 años, participante de la liga de vóley, otro de los talleres que da la organización. La adolescencia despertó muchos miedos en ella y no quería salir al mundo exterior. “En el barrio hay mucho consumo problemático y también delincuencia”, dice y agrega: “Acá siento que hay otros caminos y, lo que más me gusta, es que podemos hablar y preguntarnos cómo estamos”. Luján cursa 4° año de la escuela técnica y, al finalizar, quiere ser cirujana.
Al ingresar a la sede, se lee: “Una educación que no genera sentido, genera violencia”. El impacto de Scholas en el barrio Mugica y en todos los barrios en donde están presentes es cambiar la realidad de los jóvenes que viven allí, darles contención y esperanza de un futuro que también los incluya. Los chicos del barrio saben que pueden ir a Scholas a toda hora y alguien los recibirá con un mate y con tiempo para charlar y poder confiarle sus problemas, como es el caso de Liliana “Lily” Cabrera Acosta y Antonio “Tito” Marín, sus coordinadores. Están casados hace muchos años y siempre vivieron en el barrio.

“Ser de acá ayuda mucho”, dice Lili mientras prepara un tereré y aclara: “Conocemos bien sus realidades y nos podemos acercar a sus casas, cuando no vienen, para ver cómo están y hablar con las familias, si es necesario”. Tito asiente con el gesto. Es el coordinador de la LIF y cuenta con mucha emoción que los chicos le dicen que quieren ser como él. “Es muy lindo y yo aprovecho eso para reforzarles la importancia de que estudien, que no abandonen la escuela, para que les vaya bien en la vida”, dice.
Cada año hay más inscriptos en la LIF y abrieron una lista de espera. Nahuel Gaona se anotó hace muchos años pero pudo entrar el año pasado. Cursa 5° año de la secundaria y, según sus propias palabras, era “un tiro al aire” cuando llegó. Hoy tiene 17 años y cuenta que entrenar con amigos cuando sale de la escuela y después, charlar de lo que les pasa y escucharlos lo cambió mucho y lo hizo valorar su casa, su familia y las posibilidades que tiene.
“Aprendí muchas cosas y pude desenvolverme más”, dice Nahuel y añade que ya no tiene vergüenza en hablar. Le tocó representar a Scholas en los Torneos Interregionales que se jugaron en Córdoba y Mar del Plata durante los dos últimos años. “Me encantó hacerlo”, dice con orgullo y agrega: “Son oportunidades que no pasan siempre las de viajar fuera de Buenos Aires porque hay gente que no tiene el sostén financiero para hacerlo”. En pocos días se jugará el torneo de este año en el Parque Indoamericano de Villa Lugano y esta vez les toca ser anfitriones.
Nahuel planea estudiar kinesiología y, al igual que a Luján, la sede del CBC que la UBA inauguró en el edificio de Scholas cuando abrió sus puertas en 2019 les facilitará muchísimo el acceso a la universidad. Hay alrededor de 170 estudiantes que hoy cursan sus estudios ahí y cada vez se inscriben más.

Jenny Recalde, otra jugadora de la LIF, dice que la ayuda saber que hay CBC en el barrio “porque veo más cercana la posibilidad de estudiar medicina”. Con 18 años, aún cursa 4° año de la escuela técnica porque la pandemia afectó su continuidad. “No entendía nada por Zoom”, explica Jenny y cuenta que en ese momento se acercó a Scholas y eso la ayudó a revincularse con la escuela. “Antes yo era una persona más cerrada y ahora soy más libre”, dice Jenny.
Además del deporte y el espacio de pensamiento, la organización ofrece programas de arte y organiza actividades mensuales como los encuentros de los jóvenes con adultos mayores del barrio y la celebración de cumpleaños a los niños del barrio que no hayan podido tener su festejo. Jenny forma parte de la organización de estos últimos y dice: “Estos momentos hacen que me abra y me conecte con la comunidad, porque siento que les aporto algo lindo”.
Los murales de la sede se destacan por sus colores y la luz natural que los ilumina desde los enormes ventanales que acompañan todo el edificio. Telas y paredes fueron pintadas por los mismos chicos en sus espacios de arte. Pero entre ellos, hay paredes donde cuelgan pequeños textos manuscritos en trozos de papel recortados, en donde se leen reflexiones de los chicos como: “Me siento vacío, pero el fútbol me ayuda a estar mejor, y cuando juego, me ayuda a no pensar en eso”, “Siempre trato de demostrar estar bien, pero me siento mal y lloro por todo”, “Tengo millones de problemas y a veces me pongo mal, pero no me quiero sentir así”, “Lo que me tiene mal es que no estoy trabajando y últimamente no se puede hacer nada sin plata”.

Estos textos y muchos más están desparramados por todo el edificio y son el resultado de una actividad semanal que se llama “Quetepá”, que los chicos de la LIF tienen todos los jueves, después de entrenar. La propuesta es simple: responder en forma personal a la pregunta de qué les está pasando en ese momento y sale todo eso.
Al preguntarles sobre el impacto de la LIF en sus vidas, sorprendentemente no es el fútbol de lo que hablan, ni de los viajes, sino que lo que más destacan y agradecen es tener estos espacios en donde pueden abrirse y hablar de ellos, conocerse a sí mismos y diseñar un futuro más esperanzador, en el que ellos están incluidos y son protagonistas de sus vidas.
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