El psiquiatra Lucas Raspall explica cómo deshacerse de los pensamientos rumiantes, que aquejan y no dejan dormir

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Experto en el género literario de la greguería, el escritor español Ramón Gómez de la Serna siempre se tomaba con humor la idea de pensar la realidad. Entre sus humoradas, sugería que “el caracol siempre está subiendo su propia escalera”. Alguna imagen similar se le presenta a más de uno en las madrugadas. En la hora de dormir o un despertar en la mitad del sueño, deja con las pupilas pegadas al techo por un largo rato, sin lograr que la cabeza se detenga. Los pensamientos recurrentes o intrusivos, son conceptos que aparecen de forma involuntaria y repetida, muchas veces magnificados y no necesariamente con relación directa con la realidad. Sin embargo, también toman la noche las preocupaciones cotidianas más sencillas o las más complejas. La neurociencia sostiene que el tiempo del descanso es el momento en el que el cerebro aquieta su trabajo y libera “espacio” para dar lugar a la rumiación cognitiva. Se asocia con la activación de ciertas regiones cerebrales, como las involucradas con la atención, el procesamiento autorreferencial y el recuerdo de eventos autobiográficos.

Conscientemente, se reconoce que ese pensamiento no tiene fundamento o, incluso, cuando surge de una situación problemática real, tampoco aporta soluciones. No obstante, no puede frenarlo. Casi como con masoquismo, la idea vuelve como la pelota en un frontón.

Lucas Raspall casi que no ha tenido tiempo para liberar su cerebro. Ha hecho muchas cosas y, entre ellas, es médico psiquiatra, psicoterapeuta cognitivo posracionalista, especialista en psicoterapia zen y acupuntor. Experto en crianza, se ha hecho célebre porque, entre otros seguidores, cuenta en su lista a Antonela Roccuzzo, la esposa de Lionel Messi.

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En su libro Calmar la mente analiza el porqué rumiamos y cómo podemos hacer para limitar ese pensamiento recurrente de manera que no resulte enfermizo. “Estamos cada día más llenos de cosas -cuenta-, más tomados en el día a día por responsabilidades de todo tipo, quizás ocupando más tiempo para el trabajo, o llevando y trayendo a nuestros hijos para todos lados, y eso implica una carga de estrés mayor. Más apurados, a las corridas, y con un ladrón de tiempo pegado a nuestra mano que es propio de esta era: el celular”.

-¿Entonces podemos decir que rumiamos más que nuestros padres?

-Considerando todo eso que te decía, en líneas generales, diría que sí. Pero allí no se agotan las variables que inciden en la calma o el ruido mental. Circunstancias particulares de estrés o ansiedad, personas que piensan más de lo normal en sus miedos o preocupaciones. El ruido que detectamos es, por momentos, ensordecedor. En ocasiones llegás a casa pensando que vas a dormir, y ahí arranca la cabeza, justo cuando el ruido se detiene.

-¿Por qué rumiamos?

-Dicho de manera sencilla, la rumiación es ese movimiento que la mente hace, pasando de un pensamiento, sentimiento, imagen, recuerdo o fantasía de un “estómago” al otro, sin parar. Ese movimiento circular, muchas veces, parece no terminar, como si no pudiéramos “digerir” ese contenido mental y seguir adelante: allí aparece la queja, el malestar. La neurociencia nos permitió conocer que esa divagación es propia de la activación de una red cerebral llamada “red default” o red por defecto, aquella que se activa cuando no estamos haciendo algo particular que convoque nuestra atención y dedicación (“red ejecutiva”).

La rumiación es ese movimiento que la mente hace, pasando de un pensamiento, sentimiento, imagen, recuerdo o fantasía de un “estómago” al otro, sin parar

-¿Qué podemos hacer para deshacer ese ovillo interminable?

-Ahí nos toca trabajar, ejercitar, la atención para que esa red por defecto no irrumpa permanentemente y nos lleve para donde se le ocurra, dejándonos tantas veces atrapados en situaciones que nos generan malestar. Por otro lado, cuando eso sucede, es clave detectarlo tempranamente, para no darnos cuenta cuando ya llevamos horas rumiando una conversación que ya pasó, o ficcionando un diálogo que nunca sucederá. Y, al advertirlo, aprender a soltarlo, a no ser que nos estemos proponiendo activamente a pensar sobre ello para buscar una solución concreta.

-¿Por qué no rumiamos cosas positivas, por ejemplo, por qué no me quedo pensando en el último elogio que me hicieron por mi trabajo?

-Porque no es esa la función del cerebro… Su misión no es que vos seas feliz, sino que sobrevivas: de poco sirve para ese objetivo quedarse recostado sobre los laureles. Un segundo después de la conquista, el cerebro empezará a buscar otro problema actual, y si no lo encuentra, empezará a volar con la imaginación para anticipar algo que pueda salir mal o que pueda generar un conflicto más adelante. Así sobrevive. El problema es que nosotros somos testigos permanentes de ese movimiento.

-Desde el punto de vista de las neurociencias, ¿qué te parece importante que sepamos para empezar a comprender cómo funciona nuestra mente en este sentido?

-En los últimos 15 o 20 años, los avances en el campo de las neurociencias han sido enormes. En clave de divulgación científica, es decir, llevando lo complejo a lo más sencillo y práctico, asumiendo en ese paso el riesgo de ser imprecisos, lo más importante es entender por qué el cerebro está diseñado para enfocar lo que está mal y cómo eso, que tiene un fin adaptativo, nos puede dejar atrapados. A partir de allí, empieza la búsqueda que siempre debe pasar por la propia historia, reconocer nuestras emociones, cómo las gestionamos y cuán ancha es nuestra plasticidad para modificar aquello que nos proponemos cambiar.

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-¿Las mentes son igual de inquietas en los espacios urbanos que en los rurales?

-Los contextos son claves para analizar el nivel de ruido y, en ese sentido, es claro que suele haber más barullo en las grandes ciudades que en el campo. Pero eso podría cambiar cuando la sequía amenace tu comida, o cuando las lluvias o la nieve te impidan salir de tu hogar para trabajar. En cualquier caso, lo importante es ejercitarse para encontrar un mejor modo de vivir donde sea que vivas, sin tener que mudarte al campo o tomar un retiro en el Tíbet, porque esa no es tu vida cotidiana.

-¿Te parece que estamos en una época donde pensamos demasiado?

-Más que mucho o demasiado, quizás. No administramos bien el pensamiento. A veces, mucho para cosas irrelevantes; en ocasiones, poco para temas importantes. Pensar es una acción, un recurso, un medio que nos acerca a nuestros fines. Pensar qué, cómo, cuándo y para qué, podrían ser buenas preguntas guía para saber si estamos aprovechando o gestionando bien este recurso.

-La vida digital tiene mala prensa en términos de estrés, cortisol, etc. ¿Es en verdad un causante que agrava nuestro estado de inquietud mental?

-Sí. La vida digital no vino a mejorar la ecuación, sino a complicarla. En términos generales, pensamos más superficialmente, más rápido, con prisa. Tenemos en la pantalla mental más cosas de forma simultánea, por lo que aumenta la probabilidad de que algo salga mal o el resultado sea más bajo. Nos distraemos con mayor facilidad, saltando de una cosa a la otra. Y, encima, toda la maquinaria queda atrapada en torno de un circuito de recompensa que busca la gratificación inmediata que promete el próximo “reel”: así se nos pueden ir horas escroleando, sin que nos demos cuenta.

-¿Qué le dirías a aquel que dice que no puede meditar?

-¡Que hay mil formas de meditar sin sentarse en silencio! Es que meditar no es estar en canastita, ni hace falta un sahumerio o una estatua de Buda por ahí. Se puede meditar mientras te bañás, o cuando salís a caminar o a correr. O cuando te perdés en esa actividad que tanto te gusta, esa en la que ni te das cuenta cuánto tiempo llevás, que sentís que estás como “fluyendo”. Esto es clave de entender: meditar es centrar la atención en un punto, procurando que el foco atencional no se vaya para otro lado, preso de la red de divagación. Y si se va, porque en algún momento se escapa, traerlo al punto elegido nuevamente. De a poco, y con entrenamiento, el ruido va disminuyendo.

-Imaginá que soy un neófito en temas de atención a mis pensamientos y de cuidar mi salud cerebral. ¿Podrías darme tres tips para que inicie un camino de serenidad mental?

-Lo voy a intentar: el primero es que empieces a conocer cómo funciona tu mente. No hace falta que sepas sobre neurociencias, pero sí es imprescindible que la observes funcionar. El segundo es ejercitar la atención, para que vos te hagas dueño de elegir y decidir dónde poner el foco, qué iluminar, y no que sea tu mente la que decida por vos. El tercero es que aprendas a administrar cuándo y cómo pensar aquello que es relevante en tu vida. Porque no se trata de “soltar” sin que te importe qué, ni de andar por la vida como si los problemas no existieran. Tampoco se trata de “respirar” mientras explotan cosas importantes al lado tuyo, ni de construir una forma de vida individualista en la que lo que le pasa a los demás no es cosa tuya. Se trata de elegir, de no quedar preso de tu mente, de tomar la agencia de control y encaminar tu proyecto de vida, con calma y de manera compasiva, cuidando de tu salud y procurando el bienestar colectivo.

Meditar es centrar la atención en un punto, procurando que el foco atencional no se vaya para otro lado, preso de la red de divagación

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