Después de un primer día con mucho público y ventas aceptables, “contra todos los pronósticos”, como dijo un editor, el viernes arrancó manso y tranquilo en la Feria de Editores. Sin embargo, con el paso de las horas fue creciendo la marea y se distribuyó café en las filas para calmar la ansiedad de los fieles lectores que querían ingresan a C Art Media, en Chacarita. El jueves recorrió las “calles” del evento un 25% más de lectores que el año pasado. Hasta este viernes, no todos los editores habían recuperado la inversión.
“La venta es muy ‘peleada’, con mucha conversación”, describió Nicolás Moguilevsky, de Mansalva, donde ya se encuentran los dos títulos del “pack” Tulio Carella, que incluye la traducción del portugués de la novela Orgía (por Federico Barea) y la biografía de Gonzalo León sobre el dramaturgo que salió de clóset en Recife; Valeria Castro, de Entropía, que llegó con una novedad del cineasta y escritor Andrés Di Tella (Prueba de cámara), comentó que habían quedado atrás las ediciones de la FED en que los lectores se llevaban cuatro ejemplares por visita. “Ahora apenas llegan a comprar uno o te dicen que les gustaría, pero no les alcanza”, dijo.
“Tímido, pero se mueve”, graficó el editor de Nudista, Martín Maigua, sobre las ventas; entre otras novedades, trajo Un mundo distinto, novela de José Retik, y Hacia la era titánica, relatos de Rafael Arce. Sigilo vendió bien Ritos privados, nueva novela de la británica Julia Armfield (con traducción de una autora de la casa: Virginia Higa) y Vinilo, El libro de las adicciones, de autores varios (el mexicano Juan Villoro y Luciano Lamberti, Carolina Unrein y Cynthia Edul, entre ellos). En la mayoría de los stands de la FED los libros se consiguen con descuento. Editoriales medianas como Siglo XXI y Galerna informaron aumentos en las ventas del 15% y del 20%, respectivamente.
A la manera de una señal de alarma, este año las “librerías aliadas”, que jueves y viernes podían comprar libros al 50% del valor comercial, no hicieron grandes compras. “No hay plata”, remedó el lema presidencial el editor y escritor Ramón Tarruella, de Mil Botellas, que publicó la novela corta Preludio, de la neozelandesa Katherine Mansfield, traducida por Mariángel Mauri. Pablo Gabo Moreno, de la editorial Caleta Olivia, dijo que había vendido bien las novedades firmadas por Fabián Casas y Rafael Ferro (Campos de frutillas y otros ensayos y Agujas, respectivamente), sobre todo entre el público, “porque los libreros no compraron casi nada”.
El precio promedio de una novedad editorial independiente en la FED es de $ 20.000; una café y una medialuna cuestan $ 4500. Comer algo más sustancioso en el primer piso, $ 12.000.
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Como había dicho Víctor Malumián, uno de los organizadores, muchas editoriales reservaron sus apuestas para llevarlas a las mesas de la FED. Fue el caso de Walden, con El universo maravilloso. Historias de origen ($ 30.000), recomendable novela del estadounidense Bruce Wagner, con traducción de Julia Frumento, y de Metalúcida, que llegó con la novela autobiográfica Hija de sí misma ($ 27.000), de la actriz canadiense Gabrielle Boulianne-Tremblay, con traducción de Sandra Buenaventura. En Blatt & Ríos, se encuentra Historia del auténtico niño barbado de la China, nueva novela de un autor que, libro a libro, emerge del “cono de sombra” de las letras criollas, Daniel Tevini.
En la mesa de Mardulce (al lado de Interzona), se destaca La ceremonia del desdén, ensayo de Luis Chitarroni sobre el Borges de Bioy Casares; el stand de Ampersand estaba copado por ejemplares de la autobiografía lectora de Mariana Enriquez, Archipiélago, que fue el libro más vendido jueves y viernes; La Conjura llevó el primer título de la nueva colección Ave Sed Aire: Amigos míos, de Nicolás Artusi. Evaristo tiene en su stand la nueva novela de Juan Ignacio Pisano, De a montones llegan a escucharse ($ 25.000)
Poesía completa, del irlandés Dylan Thomas, en versión de Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore, está en la mesa doble de El Cuenco de Plata; en Milena Caserola, Alejandría Jerusalem, poemario del rabino Jordán Raber, y en Gog y Magog, tres novedades de poetas de distintas latitudes: el mexicano Fabio Morábito, la irlandesa Myoa Cannon (traducida por Jorge Fondebrider) y el chileno Juan Santander Leal, que este viernes conversó con lectores sobre Días de ventanas abiertas.
Responsables de algunos sellos que debutaron en la FED estaban más que satisfechos. Lucas Mercado, de la entrerriana Azogue, había recuperado la inversión con la venta de novedades de Francisco Bitar, Analía Giordanino y el altoparanaense Damián Cabrera (se consiguen tres libros y una bolsa de tela por $ 45.000). Equidistancias, editorial que publica libros de autores argentinos e hispanoamericanos que no viven en su país de origen, trajo su catálogo completo de cuarenta títulos, entre ellos, la novela Parece diciembre, de Fabricio Tocco, argentino residente en Australia. De Malba Libros, se consiguen novedades del peruano Mario Montalbetti, la chilena Diamela Eltit y Mariana Dimópulos (sus clases sobre filosofía del lenguaje).
Por la “grey carpet” de la FED desfilaron Dolores Reyes, Gustavo Nielsen, María O’Donnell, Gerry Garbulsky, Luis Quevedo, Ezequiel Martínez, Elsa Drucaroff, Sonia Budassi, Gustavo Sylvestre y Alicia Genovese.
¿Se leen o no se leen novelas?
La primera charla del viernes, “¿Cómo se leen las novelas?”, con el auditorio completo, estuvo moderada por la profesora e investigadora Alejandra Laera que conversó con los escritores María Sonia Cristoff y Edgardo Scott (en la mesa de Interzona se halla su nueva novela que evoca tanto el título de una canción como el de un libro de la angloirlandesa Brigid Brophy: Yo soy como el rey de un país lluvioso).
Para Scott, en la actualidad las novelas se siguen leyendo de un “modo evasivo y por entretenimiento”. También acusó cierta “polarización” en las materias novelescas contemporáneas, en las que los autores están al servicio “de una causa ideológica”. Cristoff dijo que no le interesaban tanto las historias de las novelas como “el tono” de la escritura; también lamentó que hubiera un exceso de “paratextos” (una “parafernalia discursiva”, dijo), en torno a las novelas: posteos, entrevistas, reseñas. “Se lee muchísimo paratexto, de una manera bestial; el tema es qué hacemos con eso”, interrogó.
Según la autora de Derroche, los autores contemporáneos se volvieron exégetas de su propia obra. “El zumbido de la época, muy compleja, no ayuda”, acotó. Su sueño, reveló, es ser leída con atención. “¡Que te lean y encima con atención!”, bromeó Scott que dijo que quería que su nueva novela fuera leída como un disco de The Cure o de New Order.