El martes por la noche, en el estudio de Buenas noches Familia (El Trece) sucedió un inesperado y emotivo reencuentro: Guido Kaczka se topó en vivo con un amigo de la infancia al presentarlo como simple participante. Ningún guion ni sorpresa planificada por producción. Nada que pudiera advertir al conductor de lo que se venía. Él solo cumplía la habitual mecánica: dar la bienvenida a un nuevo concursante para el juego de la piña. Pero, cuando escuchó el apellido, se detuvo en seco. “¿Sos vos? Estás igual”, exclamó, y una mezcla de asombro y alegría inundó el aire.
Había dicho “Bienvenido, Gustavo”, como corresponde. Solo después de escuchar el apellido, la memoria le jugó una carta inesperada. El presentador se acercó, ambos abrazaron esa distancia de años apretando los cuerpos en un saludo cálido. “¿Te anotaste para la piña?”, preguntó con tono incrédulo. El participante, Gustavo Sarlenga, no se hizo esperar: “Sí. Te vengo a ver a vos. ¿Hace cuántos años que no nos vemos?”.
Pero esa mirada perpleja de Kaczka lo traicionó un segundo más. ¿Esto era una broma de producción? ¿Una emboscada afectiva para la televisión? “Decime, de verdad, si producción me quiso armar una sorpresa de esas que no me gustan nada… bueno, no es que no me gustan, es que me incomodan”, deslizó en voz alta, casi pidiendo auxilio. Sarlenga negó: fue él quien se inscribió, sin ningún cómplice. La espontaneidad, entonces, era total.
En ese instante, el conductor le devolvió el apodo con cariño: “Jerry, estás cambiado”. La respuesta fue inmediata y brutalmente sincera: “Vos estás igual”, replicó el participante, y el público celebró el intercambio.
Hacía tiempo, según se supo en ese cruce elocuente, que Gustavo había intentado también participar de Los 8 escalones, otro ciclo conocido de la televisión argentina, pero no pudo asistir por cuestiones de horario. Hoy, el azar y la insistencia devolvían esos lazos al escenario más improbable: el horario prime de El Trece.
Guido explicó a la audiencia el origen de ese apodo: “Este señor es ‘Jerry’, dijo Gustavo Sarlenga, pero en realidad es Jerry –apodado así por sus gracias al estilo de Jerry Lewis–. Yo ya estaba en Grande Pa y hacía de novio de Angie”. La memoria del conductor viajó rápido a aquellas décadas: “Atendía en una librería en la esquina de Yerbal y Lope de Vega. Te atendía ahí, pero él estaba en todos lados, estaba en el Club Amigos de Villa Luro, estaba acá y allá. Qué alegría verte”. ¿De qué otra manera se puede expresar el asombro de ese niño interior ante la sorpresa del destino?
El clima en el estudio era una mezcla de nostalgia y complicidad. “Si querías verme, nos hubiéramos tomado un café”, bromeó Kaczka, en un intento de digerir la jugada casi teatral de su amigo, que necesitó anotarse a un programa de televisión nacional para recuperar el contacto.
Segundos después, Jerry se dirigió a la máquina del juego. Debía intentar un golpe certero a la bolsa para conseguir el mejor puntaje. El resultado, sin embargo, fue un guiño más a la historia de ambos: apenas logró una caricia, mientras el conductor no podía contener la risa. “Seguís igual. Antes también eras re gracioso, no cambiaste. ¿Sabés lo que te hacía reír este hombre? Qué placer”, celebró Guido ante las cámaras, y aquel estudio se convirtió en un patio de la escuela, en un club, en cualquier sitio donde la vieja comicidad de Jerry hubiera hecho de las suyas.
El cierre del encuentro vino con una risueña queja: “Te mando un mensaje por Instagram y te llamo y no me das bola. Tengo que venir acá para que lo hagas”, espetó Gustavo Jerry Sarlenga. ¿No es eso, acaso, la síntesis del paso del tiempo y la vorágine de la vida adulta?. Kaczka, aún emocionado y divertido, respondió: “Pero jugaste, te quiero mucho. Me super divertí como siempre”.
La última palabra, merecidamente, fue de Jerry: “Si te divertiste, yo ya gané”. Y entonces el estudio, la pantalla y todo el público percibió ese milagro minúsculo: la amistad, atravesando décadas, vuelve a florecer en el lugar más inesperado.