Leopoldo Brizuela escuchó a Minae Mizumura hablar de Una novela real en una residencia para escritores en Iowa. Quedó prendado de la obra y a su regreso le contó todo a la editora Adriana Hidalgo Solá. Así fue como en 2008, y a partir de una traducción directa del japonés, la editorial Adriana Hidalgo publicó Una novela real, de Minae Mizumura en español, antes de su publicación en inglés, que tuvo lugar en 2013. A partir de allí, la editorial construyó una biblioteca preciosa con la obra de Mizumura. Este mes, con traducción de Mónica Kodigo y edición de Luisa Borovsky llega a las librerías la tercera edición de Una novela real.
Una novela real es una de las reescrituras literarias más logradas de un clásico del siglo XIX. Mizumura reimagina y dialoga abiertamente Cumbres borrascosas (1847), de Emily Brontë, pero no se limita a trasplantar la trama a otro escenario. Publicada en japonés en 2002, Una novela real adapta la estructura básica de la novela gótica de Brontë al Japón de la posguerra y logra una perspectiva transgresora. Además de ser una reflexión sobre el amor y el peso de las divisiones de clase, sitúa la historia en el contexto de las grandes transformaciones de una nación y el acto mismo de contar historias. El cambio de estilo es igualmente sorprendente. La intensidad gótica de Brontë, con sus atmósferas opresivas y sus tormentas elementales, da paso en Mizumura a un realismo detallado salpicado de momentos líricos. Su escritura es elegante, deliberada y evocadora.
Al igual que en Cumbres borrascosas, aquí la historia está mediada por narradores que hacen las veces de Lockwood y Nelly. En el caso la novela de Mizumura, los narradores construyen de manera fragmentada la historia, son varios y cada uno filtra, profundiza, omite o distorsiona los acontecimientos y deja más de una vez al lector en un espacio propio de la literatura contemporánea japonesa: el lugar de la realidad, el recuerdo y la fantasía, donde la verdad es precaria y la memoria moldea la narración.
La trama central de Una novela real sigue los pasos de Taro, un huérfano pobre de origen incierto, criado en el Japón rural de los años de escasez posteriores a la guerra (nuestro Heathcliff gitano). En su adolescencia, comienza a trabajar para la familia Saegusa, y en esa casa conoce a Yoko, una hermosa joven perteneciente a una familia aristocrática en decadencia (nuestra Catherine). Los dos forman un vínculo marcado por la intensidad y el deseo, pero las rígidas barreras sociales de la época, combinadas con la desaprobación de la familia de Yoko, vuelve su relación un martirio.
Así como Heathcliff abandona las cumbres borrascosas, Taro se va de Japón a Estados Unidos, donde amasa una fortuna y se convierte en un exitoso hombre de negocios. Esta parte de la novela hace espejo con Cumbres borrascosas: Taro, vuelto un hombre rico y poderoso, regresa a Japón en un intento de sanar su vida emocional y reencontrarse con la mujer que ama. Pero Yoko está casada y fuera de su alcance. Sus encuentros posteriores son breves, cargados de remordimientos y ensombrecidos por la constatación de que el mundo en donde vivieron juntos ya no existe. A partir de este momento, la novela recorre las últimas etapas de la vida de Taro, y presenta a un hombre cuyo éxito exterior esconde una profunda soledad.
En sus preocupaciones temáticas, la novela conserva la estructura emocional de Cumbres borrascosas —el amor como pasión y ruina, los efectos corrosivos de las barreras sociales, el persistente dominio del pasado—, pero los traslada al contexto histórico específico de la rápida modernización de Japón. Al igual que Heathcliff, Taro regresa transformado, pero su riqueza y refinamiento no logran salvar el abismo que la clase social y las circunstancias han cavado entre él y la mujer que ama.
Mizumura imita el ideal romántico, pero lo inserta en una sociedad en movimiento: la antigua aristocracia da paso a la nueva riqueza, los paisajes rurales retroceden ante la expansión urbana y la migración hace estragos en la identidad. El paso de Taro por Estados Unidos le brinda el éxito material que cree, le garantizará la conexión con Yoko, pero también le da la certeza de la alienación, tanto en el exilio como cuando regresa a un Japón que desconoce y en el que no encuentra un lugar.
El tamiz de la memoria es la fuerza principal de esta novela monumental que le responde al clásico inglés con una complejidad mayor por sus múltiples narradores. Esa complejidad es el reflejo de una sociedad teñida de prejuicios, posturas y expectativas que le dan mucha más densidad a lo que se cuenta, ya que no es solo la historia de dos amantes desafortunados sino la de una geografía que al verse sumida en cambios radicales pone en peligro su identidad. Una novela real es, además de una historia de amor, una novela política.
Ya en el final, Una novela real se separa de Cumbres borrascosas: en la versión japonesa no hay una segunda generación que logre finalmente ser feliz. La opacidad de la vida en la novela de Mizumura no admite felicidad ni prosperidad. La conclusión de la versión siglo XX de Cumbres… es que no hay lugar posible donde ciertas historias de amor puedan ocurrir. En el páramo que es el siglo XX no hay consuelo, ni reconciliación. No hay esperanza ni segundas oportunidades porque el contexto social e histórico, las guerras y las migraciones dejan huellas mucho más profundas que llegan para quedarse: el pasado nunca es pasado, pero a la vez no puede recuperarse ni volver allí.
Aquí radica la belleza de una de las novelas japonesas más entrañables de los últimos años. Mizumura toma el canon heredado, remodela el mito en una conciencia moderna: que no todas las heridas se curan, no todos los amores regresan y algunas historias, por grandiosas que sean, no terminan con la redención, sino con la lánguida permanencia de la pérdida. O, en palabras de Heathcliff (que bien podría haber dicho Taro en Una novela real):
“El mundo es (para mí) una espantosa colección de recuerdos diciéndome que ella vivió y que la he perdido”.
[Fotos: FILBA y AP]