El rock oscuro de Milei, el hijo traumado de la democracia

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En su última presentación en Movistar Arena, Milei se historizó a sí mismo y al movimiento que lidera. Contó la historia pública, y a la vez secreta, de quien dice ser, a la vez que explicó sus entuertos actuales de la manera más emocional que conoce, bramando con la voz en cuello.

Si Cristina aspiraba a los laureles de ser la política intelectual heredera del Mayo del ‘68, capaz de iluminar a Beatriz Sarlo y Halperín Donghi con su ingenio y sus frases larguísimas enroscándose como serpientes encantadas (entre las neuronas de la intelligentsia y sus fans de la Matanza en un mismo hilo sisal), Milei es el nerd cuya máxima aspiración infantil es ser el rockero adorado por las masas.

Milei sueña con ser aceptado como un Pity Alvarez economista, un Chano que fue a la UB, un Charly García que no toca el piano, toca planillas y está destinado al Nobel Prize. Apropiadamente sucio y desprolijo, como cantaba Pappo; acechado, asimismo, por los sánguches de miga (vienen hacia mí). Como un poeta del fango que expresa los coros secretos del alma popular, a quien se le perdonan los excesos, los vituperios y los choques de auto, Milei aspira a que su mala conducta sea comprendida como parte de su aura especial. Después de todo, poeta en inglés se dice bardo.

El artista pop se conecta con las conciencias de forma mucho más profunda que el político, porque lo da todo de sí; los gobiernos pasan y los rockeros quedan, y lo que liga este contrato invisible es la entrega de la estrella en su pureza. Un ejemplo dramático de esta entrega es Britney Spears, que nos viene mostrando prácticamente todo de sí desde el principio del milenio: bajando en bombacha del auto, pelada y golpeando paparazzi con su paraguas, bailando en Instagram en camisón y cuchillos.

Como Britney y tantos otros stars, Milei sufre en carne propia las consecuencias de que su familia sea su manager, en este caso su hermana Karina. En el universo musical, el manager es la persona gris dedicada a lidiar con el vil metal y el submundo de la oscuridad.

¿Podía saber Milei, entregado en alma y cuerpo a rockear el país, qué hacía Karina para que él tuiteara, como en el caso Libra? (Entre los libertarios circulan rumores sobre ese tuit que Milei envió el día de San Valentín, y luego borró). ¿Podía saber Milei que Karina era la manager que hacía sus propios acuerdos para su colección de harinas exquisitas destinadas a chocotortas deliciosas? Cuánto más auténtica la entrega, cree Milei, más se comprenden estos problemas manageriles que no deberían rozar, ni por un momento, la pureza de su entrega total.

Demoliendo Hoteles (Charly García). “Yo fui educado con odio, y odiaba la humanidad”, cantó Milei, como si contara su historia personal: el pasado punk de quien ahora se dedica a romper cosas: hoteles, teles, castas, ventanas de Overton. La motosierra es una prolongación del mismo chillido. Para Milei es esencial encarnar su papel de hijo rebelde, el vástago traumado de la democracia; no sólo porque eso lo vuelve espejo juvenil del hartazgo con lo previo, sino porque tampoco estuvo nunca en sus planes medirse. Como sabemos, el rockero auténtico va hasta el final, y Milei canta como un natural, alguien que no necesita entrenamiento vocal, para quien la vehemencia se hace verbo.

Milei, «Demoliendo Hoteles»

No me arrepiento de este amor (Gilda). Un claro gesto de apropiación cultural amarilla porque se trata de la canción por excelencia del “Presi” Macri, la escudería musical del PRO en su período clásico. Macri lo bailó en el balcón de la Casa Rosada, y era la intro del pequeño cotillón de casamiento con el que el PRO daba por comenzada lo que entendían por “fiesta”. Macri se ocupaba de acompañar con su cuerpo la canción de Gilda, metiendo con esmero sus pasitos cuarteteros, pero Milei la transforma al son hostil de la bronca que quiere transmitir. Así intervino también sobre la propuesta económica de la presidencia Macri: “Toto Caputo”, Federico Sturzenegger, Pato Bullrich y hasta Demian Reidel eran figuras esenciales del gradualismo del Ingeniero, que Milei absorbe, redistribuye y acelera en una nueva identidad empeñada en el tedio de sonar revoltosa y violenta.

Con este tema, Milei expresa que, al menos en su conducción económica, La Libertad Avanza es la versión death metal del PRO. Gilda conecta con las reminiscencias macristas del Marquitos Peña de Milei, el asesor presidencial Santiago Caputo. Joven, intrépido y extremadamente bien conectado, ya de pequeño Caputo era el experto en manejar las relaciones con los medios del primísimo, el cuggino municipal Jorge Macri.

Rock del Gato (Ratones Paranoicos). El rock del gato tematiza la composición de las listas primigenias de LLA, que recién en esta edición logra captar mujeres capacitadas y profesionales como Sabrina Ajmechet. Nos hemos acostumbrado a las diputadas de LLA y el peronismo tratándose de “gatos” unas a otras, lo cual es sin duda injusto hacia la raza felina, que harían una labor superior quedándose en casa lamiéndose con dignidad.

La actividad congresal de LLA se compone mayormente de peleas en el barro entre Lilia Lemoine y Marcela Pagano, Lourdes Arrieta, Santillán y Lu Palavecino. Con gran orgullo, enarbolan sus fotos audaces y sus momentos patéticos en televisión como parte de un capital de audiencia que las vuelve las coristas esenciales del ordo Milei.

Lilia no podría ser más auténtica en su rol de groupie incansable, hasta logra relevarse en diputada à gogo. Ella comenzó como groupie de Espert, en el frente Despertar, y hasta aparece en las crónicas de Fred Machado, el nuevo personaje que integra los alrededores de esta banda de rock/partido político. Como la Penny Lane de Casi famosos, ella circula en estado de enamoramiento del líder y pone su fascinación para lo que haga falta: unos coros, una palabra de aliento, una caricia, un maquillaje de papada. Lilia es la auténtica todo terreno; acaso, si Karina es apartada a un rol fundamental como chequear que rieguen las plantas en la Casa Rosada, sea Lilia quien tenga la oportunidad de ser ascendida a acompañante (terapéutica) favorita. Ya en la elección presidencial, Lilia se filmó cantando lánguidamente una versión de No llores por mí Argentina, el tema de Evita.

En el Movistar Arena, Lilia se dio el gusto de andar corriendo por el escenario en torno a su Jim Morrison en su era de mamífero grande. Hacer coros le va perfecto: ella es presencia y voz, como él. Debe reconocerse aquí la labor instrumental de los dos Benegas Lynch boys, que hasta ahora no habían logrado servir para absolutamente nada más allá de su rol integrando el entourage presidencial. Se sabe: no hay rockero sin trauma ni corte propia.

Milei en el Movistar Arena: los «celos» de Lilia Lemoine

Blues del equipaje (La Mississippi Blues Band). Milei comienza a sufrir públicamente la carga de su equipaje. Sergio Massa estuvo detrás de sus campañas y de su ascenso, como antes lo estuvo de la campaña de José Luis Espert, cuando la apuesta era limar a Macri por derecha. Y así, en los momentos más calculadamente fatídicos, las elecciones pueden complicarse para Milei y la consecución de su proyecto rockero-imperial.

Como si Massa le recordara a Milei que le pertenece, que él puede encabezar desde las sombras el resurgimiento del peronismo bajo otra mutación, si ve que es el momento –si entiende que es la sociedad que se lo pide. Sólo que lo hace a la vista de todos y sin que puedan trazarse, en apariencia, las pistas que los unen. Como en ese video famoso en el que Massa mira fijo una botella de agua, que de pronto se desploma, y Sergio sonríe satisfecho, disfrutando discreto de su poder, en secreto; así debe estar sonriendo en las sombras.

Hava Nagila (canción hebrea). La súbita identidad judía de un hombre educado en un colegio católico de clase media fue instrumental para Milei: le permitió abroquelar su apoyo a Trump, ganar visibilidad como posterboy de la derecha internacional (la izquierda se encuentra inequívocamente alineada con Hamas), y posicionarse en la vereda de enfrente del kirchnerismo, aliado tradicional de Venezuela e Irán.

Este judaísmo repentino también le permitió anular el escozor de ciertas actuaciones dudosas, que protagonizó junto a la inefable Lilia en sus comienzos. En una entrevista con Lilia disfrazada de superheroína, Milei y ella hablan de la superioridad estética de los libertarios, con un énfasis en la supuesta superioridad basado en el hecho de que ambos son rubios, tienen la piel pálida y los ojos claros (Lilia, gracias a la despigmentación láser que casi la deja ciega, según contó). Lava, Karina lava… fue la contrapartida en las redes.

Dame fuego (Sandro/Attaque 77). Cifra su ruego a la población. Soportá que te maltrate, aguantá, o como dicen las redes, hacé que el esfuerzo valga la pena. Puede ser que sea “un viento que no tiene rumbo, que no sabe donde va”, errático y loco, pero la pasión salva. Un imperativo que, a la vez que es una orden, es una súplica en pos de una pasión compartida.

Libre (Nino Bravo). La canción que Milei cantó con Yuyito González el día que le dijo “sos muy madraza”, un clásico mileísta. Las proyecciones aludían directamente a la escena terrible en el muro de Berlín que inspiró a Nino Bravo: muchos la atribuyen a la muerte del chico de dieciocho años que intentó cruzar el muro en 1962, y lo ultimaron. A Milei le sirve para agitar el terror ante el comunismo que acecha y la izquierda organizada, en un mensaje que adquiría su versión local en el video de Star Wars donde Cristina es Kylo Ren y Kicillof su secuaz en El Lado Oscuro.

Milei atravesó el recital con su coraza intacta: chaqueta de cuero al cuerpo y arriba su saco largo de cuero, algo impensable para un rockstar que siempre está haciendo soñar con su piel. En Milei no hay piel, no hay roce: empatía no es lo que viene a ofrecer. Eso lo separa dramáticamente del Pity, de Chano, de Morrison, porque el rockero auténtico entrega su cuerpo.

Pero la coraza es esencial en Milei, que necesita transmitir dureza, como si debajo el interior fofo estuviera por deshacerse y por eso ese exoesqueleto con el chaleco de fuerza abdominal y el saco ondeando arriba, como si fueran alas.

Es el pudor mileico con su cuerpo, que no puede ser acariciado ni por manos ni por miradas; Milei nos regala su trauma, su desnudez mental apenas disimulada, su invalidez ante su hermana. Su gran apuesta, y su esperanza, es que lo acepten como es.

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