El Señor de los Milagros: devoción, historia y cómo se convirtió en una de las imágenes santas más veneradas del mundo

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La veneración al Señor de los Milagros constituye uno de los fenómenos religiosos y culturales más relevantes de Perú y, por extensión, de la diáspora peruana en el mundo. Cada octubre, las calles de Lima y diversas ciudades albergan multitudinarias procesiones en honor a esta imagen, cuya historia abarca siglos de fe, resistencia y transformación. Sin embargo, pocos fieles reconocen la diferencia más sutil y significativa entre la pintura mural original de Pachacamilla y la imagen procesional que recorre las calles: el pie adelantado de Cristo. Este detalle, aunque casi imperceptible, encapsula el proceso de evolución devocional, restauraciones e intervenciones artísticas a lo largo del tiempo, y refleja la riqueza de una tradición viva.

Origen: del mural de Pachacamilla al símbolo nacional

La historia comienza en 1651, cuando Pedro Dalcón, un esclavo de origen angoleño también conocido como “Benito”, plasmó sobre una pared de adobe en el barrio limeño de Pachacamilla la figura de un Cristo crucificado. La zona, habitada en ese entonces por comunidades afrodescendientes e indígenas, fue el escenario de convergencia social desde donde surgiría una de las devociones más extendidas en Perú. El muro pintado se convirtió en refugio espiritual tras el catastrófico terremoto del 13 de noviembre de 1655 que asoló Lima y Callao. Aunque la ciudad fue severamente dañada, la pared con la imagen sobrevivió intacta. Este hecho fortaleció la creencia en su carácter milagroso y consolidó el inicio del culto que lo identifica.

Las crónicas de la época, recogidas por diversos investigadores y confirmadas por fuentes como el equipo restaurador del Museo Pedro de Osma, destacan cómo el supuesto “milagro de la pared” suscitó un fervor inmediato en la población. La imagen, llamada también Cristo Moreno, Señor de los Temblores o Cristo de las Maravillas, atrajo a miles de limeños y pronto se transformó en símbolo de esperanza en tiempos de inestabilidad.

Superstición y orden de destrucción de la imagen

El crecimiento del culto, sin embargo, generó tensiones con las autoridades coloniales. El virrey Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste, consideró la veneración una práctica supersticiosa y ordenó su destrucción. Fueron varios los intentos por borrar la pintura, pero, según testimonios y narraciones, los encargados de la tarea desistieron. “Se van viendo estos milagros y sobre todo el prodigio de que la imagen no permite ser borrada”, relató el teólogo Hidalgo, en palabras citadas por el restaurador Rubén Vargas Ugarte.

Ante la resistencia de la población y los incidentes asociados a los fallidos intentos de borrar la imagen, la orden fue revocada. En 1671, bajo la administración del virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, se erigió una ermita provisional y se celebró la primera misa en homenaje a la imagen salvada. Sebastián de Antuñano, figura clave de la comunidad limeña, fue designado mayordomo y encargado de la organización litúrgica, marcando el inicio de una formalización que culminaría, tras un nuevo terremoto en 1687, con la organización de la primera procesión.

La réplica procesional: arte, diferencia y memoria

La peculiaridad que distingue hoy la imagen procesional de la pintura mural original nace precisamente de estas primeras procesiones. Tras el terremoto de 1687, resultó imposible trasladar la pared original. Por ello, Sebastián de Antuñano mandó a crear una copia en óleo sobre lienzo que pudiera ser transportada en andas. Esta réplica, si bien fiel, incluyó un detalle diferente: en la imagen procesional, el pie izquierdo de Cristo aparece adelantado y clavado, mientras que en el mural original es el pie derecho el que ocupa esa posición.

Este rasgo apenas notado, según los restauradores del Museo Pedro de Osma, representa un rastreo visible del transcurso histórico y artístico de la devoción. La diferencia, mantenida hasta la actualidad, se ha convertido en una curiosidad histórica y recuerda la capacidad del culto para adaptarse y transformarse sin quebrar su esencia.

La fe hacia el Señor de Los Milagros en imágenes - crédito Paula Elizalde

Restauraciones e intervenciones artísticas

La imagen procesional ha atravesado diversas restauraciones a lo largo de los siglos. Entre las más significativas destaca la realizada en 1991 y 1992 por el Museo Pedro de Osma, donde, tras profundas investigaciones y técnicas conservacionistas, se revelaron numerosas alteraciones acumuladas a través del tiempo. Se restauraron los colores y trazos originales, rescatando la intención primigenia del autor, pero también afloraron cambios en la fisonomía de los personajes: el Cristo procesional pasó de una figura robusta a una más estilizada; la Virgen María, de una expresión severa, adoptó un semblante compasivo y juvenil; la posición de la mano de María Magdalena se ajustó, acercando el pañuelo a su rostro en señal de dolor desgarrador. El equipo restaurador advirtió que estos cambios serían visibles tras la intervención, avisando a las Madres Nazarenas y a las autoridades de la Hermandad del Señor de los Milagros.

Señor de los Milagros

Símbolos, colores y rituales

A lo largo de más de trescientos años, la devoción al Señor de los Milagros ha ido tejiendo una red de símbolos y costumbres. El color morado —dominante en vestimentas y ornamentos durante octubre— proviene de la experiencia mística de Antonia Lucía Maldonado, una viuda ecuatoriana que, inspirada por una visión, instituyó el hábito morado en el Colegio de Nazarenas. El hábito masculino, sin mangas y ajustado con un cordón blanco, simboliza el sufrimiento de Cristo; el femenino, de mangas largas y acompañado de velo blanco, representa penitencia y recogimiento.

El ambiente procesional, cargado de solemnidad, se ve reforzado por el aroma del incienso esparcido por las sahumadoras, quienes cumplen rigurosos procesos de formación y compromiso espiritual, según la Hermandad del Señor de los Milagros. El incienso opera como señal de purificación y presencia divina entre los asistentes.

Las procesiones mismas comenzaron en 1687 y, desde entonces, han trasladado la imagen por templos, hospitales y plazas. El lienzo que acompaña las procesiones, sencillo en su origen, ha sido enriquecido con bordados, flores, cirios y ornamentos de metales preciosos. Actualmente, el conjunto procesional pesa cerca de 1.950 kilogramos, incluyendo cuatro ángeles de plata y láminas talladas. 450 kilogramos corresponden a plata pura, según estimaciones de los custodios del santuario.

El Señor de los Milagros frente a la adversidad

El culto ha resistido más que terremotos. Durante la epidemia de fiebre amarilla en 1868, que cobró más de 4.400 vidas en una ciudad que entonces no superaba los 100.000 habitantes, la Iglesia permitió la salida del Cristo de Pachacamilla fuera del mes de octubre, en busca de protección y consuelo colectivo. De la misma manera, tras el devastador terremoto de 1746, relatos históricos aseguran que la imagen ayudó a apaciguar los temblores, fortaleciendo la percepción de milagrosidad.

Las festividades y salidas procesionales, que involucran a autoridades civiles, militares, instituciones públicas, hospitales y parroquias, conforman un tejido social donde toda Lima se siente protagonista o espectadora privilegiada. La tradición ha crecido y, con la migración peruana, se ha internacionalizado.

A las 2:38 p.m. del 13 de noviembre de 1655, un potente terremoto arrasó Lima y Callao, derrumbando estructuras y provocando la muerte de varios habitantes en un evento de gran magnitud. (Imagen generada por IA)

Expansión global e identidad nacional

En la actualidad, la devoción al Señor de los Milagros ha trascendido las fronteras peruanas. Estados Unidos, España, Italia, Argentina, Chile y Francia son algunos de los países donde comunidades peruanas replican la festividad, desplegando hábitos morados y organizando procesiones durante el mes de octubre. Más allá del acto de fe, el Señor de los Milagros representa para muchos emigrantes un vínculo insustituible con el Perú, una celebración compartida que refuerza la identidad nacional y la pertenencia.

Las procesiones modernas, organizadas por la Hermandad del Señor de los Milagros, recorren rutas cuidadosamente planificadas, que incluyen templos históricos, hospitales y barrios representativos. El calendario del año 2025 incluye seis grandes recorridos en Lima y Callao, con visitas destacadas a la Basílica de Las Nazarenas, la Catedral de Lima y el Santuario de la Virgen del Carmen, así como la tradicional visita a los bomberos y centros de salud. El Estado peruano reconoce la importancia de esta manifestación y declara feriado local, además de disponer medidas de seguridad especiales para garantizar el orden y la protección de los miles de fieles.

Un fenómeno cultural íntegro

El impacto del Señor de los Milagros no solo es religioso: literatura, música y arte peruano han encontrado en la figura de Pachacamilla una fuente inagotable de inspiración. Investigadoras como María Rostworowski han estudiado el carácter sincrético del culto, estableciendo conexiones entre la iconografía del Cristo y deidades prehispánicas como Pachacamac. En la música, artistas como Susana Baca y Willy Rivera han compuesto piezas en homenaje al Señor de los Milagros, consolidando su papel dentro del imaginario colectivo nacional. “El Señor de los Milagros no es solo una imagen, es el reflejo de una fe viva y unificada que ha resistido y perdura a lo largo de los siglos”, señaló la antropóloga Patricia Oliart.

En reconocimiento a su relevancia, el Señor de los Milagros fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación y, en 2010, fue nombrado patrono de la Religiosidad y Espiritualidad Católica del Perú. En 2005, la Santa Sede lo reconoció como Patrón de los Peruanos Residentes e Inmigrantes, reflejando la magnitud de su arraigo internacional.

La devoción al Señor de los Milagros continúa uniendo generaciones, trascendiendo fronteras y reafirmando, año tras año, la esperanza de un pueblo que encuentra en su imagen la fuerza para resistir y la inspiración para celebrar su identidad.

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