“Esto va a ser mucho más grande que Smoot-Hawley” tuiteó Douglas Irwin apenas Donald Trump anunció los llamados “aranceles recíprocos” el 2 de abril, en lo que llamó el “día de la liberación”, pero que entrará a la historia como un día de infamia. Irwin, uno de los más importantes especialistas en comercio internacional, y autor de la obra maestra Clashing over commerce. A history of US trade policy, estaba comparando el anuncio de Trump con los aranceles impuestos por los Estados Unidos en junio de 1930, a los que se adjudicó la profundización de la Gran Depresión.
Efectivamente, el anuncio de Trump, sumado a medidas anteriores impuestas contra China, Canadá y México y sobre productos específicos como el acero y los autos, llevaba el arancel a la importación promedio de los Estados Unidos de un 2,5% en promedio al 21% según un cálculo de Goldman Sachs, un banco de inversión. Otros estimaban que el salto era aún mayor, arriba del 25%, un nivel no visto desde antes de 1910.
El anuncio de Trump fue bizarro desde tantos puntos de vista que no sé por dónde empezar. La fórmula utilizada para calcular el arancel a aplicar a cada país es una chapucería que se basa en el resultado comercial de dicho país con los Estados Unidos. También incluye otros parámetros, incluido uno de un paper escrito por varios conocidos nuestros: Alberto Cavallo, hijo del exministro de economía, Gita Gopinath, la vicedirectora del FMI, Brent Neiman, exsubdirector de Finanzas Internacionales del Departamento del Tesoro –es decir, a cargo de seguir el programa argentino entre otros—y Jenny Tang. Pero, a poco del anuncio de Trump, Neiman sugirió en X (ex-Twiter) que un parámetro utilizado por el gobierno para la estimación de los aranceles recíprocos está mal, y que si se hubiese aplicado el correcto los aranceles recíprocos deberían ser de un cuarto de los aplicados.
Pero lo más llamativo del anuncio estuvo en las formas. En un show más digno de un líder de una república bananera que del presidente del país más poderoso del mundo, se estaba imprimiendo un cambio fundamental en las relaciones comerciales globales. Para comparar, la Smoot-Hawley tariff act tardó un año y medio en ser discutida y aprobada por el Congreso. Tal como ocurre muchas veces en la Argentina, en donde las decisiones son tomadas por decreto y con poco consenso político, es probable que las medidas de Trump generen poco del resultado que buscan, una reubicación de industrias hacia los Estados Unidos, porque las empresas muy probablemente juzgarán que serán revertidas por el próximo gobierno. De hecho, el 81% de los norteamericanos veían al comercio internacional como una oportunidad para el crecimiento económico, el máximo histórico, contra un 14% que lo veían como una amenaza, en la versión más reciente de una encuesta que lleva Gallup desde hace décadas. Cuando empiecen a subir los precios de los autos, teléfonos y muchos productos más que son importados, probablemente este apoyo al comercio aumente aún más.
La reacción del mercado fue brutal. La caída del S&P500fue una de las más grandes de la postguerra en los dos días siguientes al anuncio. Los bonos del Tesoro primero subieron de precio (lo que equivale a una caída de la tasa de interés que rinden), pero luego cayeron fuertemente. El mercado vio niveles de volatilidad tan bizarros como las medidas anunciadas. El S&P pasaba de +3% a -5% en el mismo día, y algo parecido pasaba con los bonos. Estos niveles de volatilidad pueden ocasionar pérdidas tan grandes que lleven a la quiebra de varios operadores financieros, que muchas veces se endeudan para tomar posiciones “apalancadas”.
La presión, según algunos, de dos titanes de Wall Street, Jamie Dimon de JP Morgan y Bill Ackman, del hedge fund Pershing Square Capital Management, llevó al gobierno de Trump a suspender el 9 de abril parte de los “aranceles recíprocos” durante 90 días, aplicando el 10% a todos los países excepto China. Esta reversión subraya aún más la característica bananera de los anuncios mencionada más arriba, y el poco impacto que quizás tendrán en la reubicación de industrias.
Pero sí ya podemos sacar dos conclusiones, relacionadas entre sí, de los anuncios del 2 de abril. En primer lugar, estamos frente a un cambio paradigmático en la forma de organización del comercio y de la economía global, uno de esos cambios que se ven solo una o dos veces en un mismo siglo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, las potencias vencedoras organizaron la economía global sobre una serie de acuerdos tanto cambiarios como de comercio. Los acuerdos de Bretton Woods de 1944 establecieron un nuevo orden monetario global y dieron lugar a la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Sucesivas rondas comerciales dieron lugar a una fuerte liberalización del comercio internacional y a un sistema de reglas que desembocaron en la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Los Estados Unidos, principales impulsores de este orden, lo están destrozando de un plumazo, y todavía no sabemos qué sistema lo reemplazará.
En segundo lugar, la incertidumbre a la que están sometiendo a las empresas y a los mercados estas medidas llevarán a una fuerte desaceleración de la economía global, incluyendo muy probablemente a una recesión en los Estados Unidos. La incertidumbre es la principal enemiga de la inversión: si no se sabe cuáles serán las reglas de juego, difícil hundir capital en proyectos de largo plazo. Ante la perspectiva de una recesión, típicamente los bancos centrales operan bajando las tasas de interés para estimular la economía. Pero, en este caso, la suba de aranceles presionará a la inflación. Miembros de la Reserva Federal ya avisaron que no están apurados en bajar las tasas de interés. Es decir, es posible que los Estados Unidos experimenten una estanflación, con mayor inflación y más desempleo al mismo tiempo.
El impacto de este nuevo contexto internacional sobre la Argentina es muy importante. El impacto directo de los “aranceles recíprocos” no es tan elevado, aunque si afecta a algunos sectores importantes. En primer lugar, la Argentina es muy país muy cerrado al comercio internacional; es decir, importa poco pero también exporta poco. Las exportaciones a los Estados Unidos representan menos del 10% de las exportaciones totales, y menos del 1% del PBI.
En segundo lugar, un grupo de sectores estarán exentos de los “aranceles recíprocos”. Antes de las medidas de Trump, las exportaciones argentinas pagaban un arancel promedio del 1,6% en promedio. Ahora estarán sujetas al 10% de arancel, con excepciones como el petróleo y los productos mineros, que no pagarán ningún arancel, y el aluminio, que pagará el 25%. Las exportaciones agrícolas estarán gravadas al 10%. En el Gobierno se están apresurando a trabajar sobre pedidos del gobierno norteamericano para lograr alivianar este peso. Antes del 9 de abril, cuando Trump volvió para atrás con los aranceles superiores al 10% impuestos sobre Europa, Vietnam, Corea y otros países, la Argentina podía beneficiarse de ese arancel diferencial (pensemos en la exportación de vinos contra los europeos), pero esta potencial ventaja quedó en suspenso.
Los efectos indirectos sobre la economía argentina son mucho más importantes. En primer lugar, están llevando a una importante caída en el precio de los commodities. Un hallazgo olvidado en los análisis estos días es que, cuando un país grande impone aranceles reduce la demanda global y por lo tanto hace caer el precio de lo que importa. El precio de los commodities cae en parte por esto y en parte por el temor a una desaceleración/recesión global. Si bien los precios agrícolas fueron, dejando de lado el oro, los de mejor comportamiento desde el 2 de abril, el petróleo cayó más de un 15%. Es decir, deterioran las perspectivas futuras de la Argentina, dada la expectativa puesta en Vaca Muerta.
En segundo lugar, eventos como este afectan el apetito por el riesgo de los inversores, que buscan refugio en activos relativamente más seguros. Esto se ve en la mayor caída de precios en los Estados Unidos de los bonos corporativos considerados “especulativos” (high yield), es decir, con mayor posibilidad de default, comparado con los bonos considerados más seguros (investment grade). La suba del riesgo país de días recientes es parte de este fenómeno. La Argentina es un país sin reservas internacionales y sin acceso al mercado de deuda, además de ser un defaulteador serial. Más genéricamente, se puede pensar que, comparado con lo que se esperaba antes del 2 de abril, la capacidad del país de atraer flujos de capitales, mismo si todo sale bien domésticamente, es menor.
Estos eventos globales no serán, entonces, inocuos para la Argentina. Hacen más importante asegurar el retorno a los mercados voluntarios de deuda, para evitar un nuevo default. En un contexto internacional más difícil eso implica que el esfuerzo local tendrá que ser mayor. Por suerte el compromiso fiscal del gobierno es impresionante. Pero también se requiere apuntalar la acumulación de reservas internacionales, más allá de lo que nos presten el FMI y otros organismos de crédito. Para ello se requiere, en este contexto, un tipo de cambio más competitivo. Así fue la reacción en los países de la región cuyas monedas flotan libremente, como Chile, donde el peso se depreció contra el dólar a pesar de que ya estaba barato. Esperemos que el acuerdo con el FMI, cuyos detalles quizás se conozcan entre que termino de escribir esta columna el viernes y ustedes la leen el domingo, así lo contemple.