El arte de callar, dicen, es tan sencillo como cerrar la boca y tan complejo que muy pocos lo dominan. Abunda lo opuesto: exceso de palabras, poco espacio para la reflexión, más interés en ser escuchados que en escuchar. Hay dos tipos de silencio, sostiene el cirujano, escritor y conferencista español Mario Alonso Puig. Uno, el de la mudez: “Quisiéramos hablar, pero no podemos”, por temor a que nos hagan callar, o a ser refutados, o a meter la pata. Con ese tipo de silencio, “la relación es incómoda”, hasta perturbadora: es una mudez forzada, no querida. El otro silencio es el creativo, “que no es la ausencia de sonido, sino de ruido”. Es ese silencio que se percibe, por ejemplo, en una contemplación del mar: allí, explica, la que está callada es “la voz interior, el crítico interior”, y entonces oímos el rompimiento de las olas, el viento, los pájaros. “Hay sonidos fuera de nosotros, pero no el ruido que viene de adentro”. Ese silencio “nos conecta con una dimensión nuestra a la que de otra forma no podríamos acceder”.
Alonso Puig suele citar al gran pianista polaco Arthur Rubinstein (1887-1982), al que en una entrevista le preguntaron cuál era el secreto de su música: ¿las manos, el oído, el dominio de las partituras…? “No –contestó–. El manejo de los silencios”.