SOUTHAMPTON.– Fin de julio es el momento de evaluar cuáles se perfilan como las tendencias más fuertes de la temporada, esas que muy posiblemente luego se importen al próximo verano del Cono Sur. Por suerte, esta vuelta es algo accesible e ingenioso, aunque —viva la poesía— a menudo oloroso. Bienvenidos al llamado Sardine Girl Summer, el verano en que las mujeres jóvenes cool están haciendo brillar todo lo que tenga que ver con las sardinas en un nuevo esplendor.
La tendencia nació —como casi todo ahora— en redes como TikTok y Pinterest, donde usuarias empezaron a compartir imágenes de chicas con pelo húmedo, tops metálicos, esmalte descascarado y ojos bien delineados. A eso se sumó un brillo grasoso que puede venir del mar, pero más a menudo del subte de Nueva York, que hacía que las it girls parecieran sardinas en todo sentido. Aparecieron también moodboards —esos collages digitales que se usan para destilar una estética, fijar un estado de ánimo y, a veces, diseñarse una nueva personalidad visual desde cero— inspirados en revistas italianas de los 70: mujeres fumando en la playa con una lata al lado, belleza decadente con olor a protector.
Las marcas tomaron nota. Desde Zara, que lanzó una colección cápsula con estampas de sardinas que se agotó en días, hasta las ultraexclusivas, como Bottega Veneta. Para sorpresa de todos, dicha marca fetiche del quiet luxury —el famoso lujo silencioso, sin logos ni estridencias, pero con materiales perfectos y diseño pulido— sacó una canastita de mimbre con mango en forma de sardina para la playa, que se vende por casi 10 mil dólares y resultó ser el objeto del deseo de la temporada.
Las búsquedas de sardine girl summer crecieron más de un 300% en las últimas semanas, según Google Trends, y las ventas online de remeras, fundas de celular, stickers y bolsos con sardinas subieron en paralelo. Las latas se usan como souvenirs, accesorios, objetos de decoración. Esta propia cronista se encontró ayer con una compañera de tenis con varias vueltas de cadenas con dijes de sardinas y otra con un vestido playero con sardinas estampadas. Símbolo último de que están por todas partes.
Una pieza clave en esta construcción estética fue Fishwife, una marca de conservas fundada por mujeres que, desde hace un par de años, viene vendiendo latas de sardinas con diseño gráfico retro, colaboraciones con artistas y productos de merchandising (bikinis, bolsos, remeras). Apareció en Vogue y sus latas empezaron a poblar los picnics cool de Brooklyn y cocinas bien iluminadas de Instagram.
En los Hamptons, Fishwife se vende en tiendas gourmet como si fueran alhajas enlatadas. Las sardinas, tradicionalmente símbolo de lo barato y popular, llegaron a la mesa de los millonarios como delicatessen con valor de diseño. Influencers y estilistas de moda organizaron sesiones de fotos y almuerzos en la playa con manteles a rayas, platos de melamina estilo años 50 y latas abiertas para acompañar con champagne.
Los analistas culturales ya lo tildaron de “giro performativo del privilegio”: lo que antes era una comida típica de tiempos de escasez, hoy es símbolo de estilo. También se lo enmarca dentro de la llamada “estética postsnobismo”, que dicta que el lujo debe tener ironía y referencias culturales específicas solo para entendidos. En los Hamptons, no hay cocktail que se precie en el cual no se bandejeen unas tostadas con ricota casera coronadas con rodajas de durazno de granja orgánica, trozos de sardinas con limón y unas gotas de balsámico –que, de hecho, no están nada mal.
Como buena tendencia de origen digital, hubo también una dosis de paradoja: justo en el momento de mayor auge, varias marcas de conservas anunciaron el retiro del mercado de productos tras detectarse una contaminación bacteriana. Pero aunque el Sardine Girl Summer se haya vuelto por un momento una alerta sanitaria, la tendencia, como toda buena sardina, parece que se va a seguir deslizando sigilosa y con fuerza hasta que acabe el verano.