“Estoy triste. Hubiera querido que el tiempo juntos fuera más. Pero fue intenso, de la mejor de las maneras. Jorge fue tan generoso en el abrazo, en compartir, en la forma de estar unidos… Nosotros éramos muy compañeros, éramos Batman y Batichica”, arranca Elba Marcovecchio (47) mientras hilvana con calma, entre sonrisas y lágrimas, algunos de sus recuerdos y anécdotas junto a su marido, el recordado periodista Jorge Lanata. A cuatro meses de su partida (murió el pasado 30 de diciembre), en la intimidad de su departamento del Palacio Estrugamou, la reconocida abogada se anima a abrir su corazón para honrarlo. “La ausencia es grande, es como que el tiempo se paró. Y parece todo irreal. No caigo. Y no sé si quiero caer porque es demasiado duro. Hay gente que dice que podemos encontrar a nuestros seres queridos en una estrella, él incluso lo decía. Pero yo toco al lado de la cama y no está. Su ausencia es categórica y muy dolorosa”, dice.
–A pesar del dolor se te ve fuerte, con mucho trabajo. ¿Quiénes te sostienen?
–La fuerza la saco de mis hijos. Ellos me tienen a mí y miran a través de mí, más allá de que son adolescentes. Yo digo que la realidad es muy dura, es una suerte de déjà vu. Tengo que ser fuerte, no tengo opción. Y está bien que así sea porque, si no, ¿qué les marco a los chicos? Yo perdí a mi papá siendo muy chica y mi mamá fue una gran mamá. Ella, en el medio de la ausencia, marcaba la alegría, hacía hincapié en agradecer los años compartidos. Marcaba la presencia. Y eso elijo hacer yo, pongo el foco en el tiempo que estuvimos juntos. [Llora]. Mi hija Allegra (15) entró a despedirse conmigo, mi hijo Valentino (17) no quiso, y lo respeté porque cada uno decide lo que quiere hacer.
–¿Jorge estaba consciente?
–No. Esto fue el mismo 30. Le pregunté a Allegra si quería decirle algo y me pidió que hablara yo. Entonces le agradecí el tiempo que habíamos estado juntos, que fuimos felices, todo lo que nos reíamos. [Piensa]. Me acuerdo que cuando ya habíamos decidido casarnos, un día estábamos en José Ignacio y le dije a Jorge, riéndome: “Pero vos estás re loco”. Y él me respondió: “Yo estoy re loco, pero ¿volás conmigo?”. “¡Y sí, volemos juntos!”. Nos divertíamos muchísimo.
–¿Hoy lo sentís cerca, le hablás?
–Todavía no logro eso de verlo en una estrella, me duele pensar que sea así. Yo quiero que esté, que sea tangible. Pero a la vez siento que me cuida, Jorge me cuidó siempre. Es un poco esa cuestión mágica en la que creíamos. Como cuando nos conocimos, que fue mágico, un flechazo. Encontrar el amor de grande y ser correspondido es mágico.
–El último año tuvo tres internaciones. Uno nunca está preparado pero ¿podías ver que se venía el final?
–No, tuve esperanzas hasta el último momento. Claro que sentía que estaba mal, una parte racional de mí lo notaba, pero no lo aceptaba. Me costó muchísimo entender que era real.
–Cuando salió de la internación de septiembre, Jorge habló en su programa y parecía tener una nueva valoración de la vida. ¿Hablaban de la muerte?
–Era un tema y un temor. Por eso le regalé un muñeco de Batman, como él mismo contó. Siento que Jorge tenía miedo de que le pasara algo. Pero era un miedo lindo, en el sentido de que lo llevaba a querer vivir feliz siempre, no resignaba ni un solo día, y eso era hermoso. Tampoco es que me lo decía mucho porque para mí era demasiado fuerte. Él quería disfrutar, lo único malo es que eso también le hacía no querer dejar el cigarrillo. Esta internación que mencionás, del 23 de agosto al 16 de septiembre, fue durísima. Y al día siguiente de su alta falleció de la nada una amiga mía. Y Jorge me consoló. Fue todo junto, muy difícil. En realidad, no sé si Jorge salió con una nueva visión de la vida, él ya tenía esta postura de querer estar feliz. Nuestro matrimonio fue un matrimonio de disfrute, compartíamos todo. Le encantaban los chismes, se reía a carcajadas y en casa no hablaba nunca de política. Compartíamos un humor blando, sencillo, simple. Y le encantaba enseñarme cosas tanto como incursionar en temas nuevos. Por ejemplo, a mí desde chica me fascina la ópera. Jorge no conocía tanto, así que íbamos a casi todas las que hubiera en el cronograma del Colón, yo le contaba los argumentos como si fueran novelas turcas y él se hacía el que las cantaba. Era muy divertido.
–Es un lindo legado aprender a vivir cada día como si fuera el último.
–Sí. Nosotros no nos peleábamos, podíamos tener alguna discusión, pero se solucionaba antes de irnos a dormir. Era un tipo fuerte en un montón de cosas y a la vez muy cálido, profundo, muy dulce. Y muy incorrecto, que es algo que me encantaba y me divertía mucho. Jorge era irreverente: cuestionaba todo. No hay nadie como él. No hay quien ponga una voz a contracorriente, que se cuestione el orden establecido, que diga cómo poder vivir en un mundo mejor. Esa cosa social que tenía me encantaba.
–¿Les quedaron pendientes?
–Sí, muchos, ¡nos quedó pendiente vida! Él quería ir a Egipto. [Hace una pausa]. Nunca me imaginé que iba a partir, ni que sería tan pronto. Nosotros conectamos desde el primer momento, como si nos conociéramos de toda la vida.
–Habían hablado de tener un hijo y de que él adoptara a los tuyos, ¿no?
–Sí, pero a mí no me quedó pendiente tener un hijo porque hubiera sido muy fuerte quedarme sola con un bebé otra vez… Yo me quedé sola con mis hijos siendo muy chicos [Elba enviudó del padre de sus hijos en 2012, a los 35 años] y fue muy duro para mí y para mis hijos. Para ellos, perder de vuelta un papá es un montón. Pero se quedaron con sus enseñanzas. A Allegra la estimuló a pintar, a hacer lo que ella quisiera. Y Valen es un cuestionador, muy estudioso. Todo ese preguntar e investigar lo aprendió de Jorge en la diaria. Lo de adoptarlos lo hablamos, pero yo no quise porque los chicos tienen su identidad, su apellido. Fue un papá del corazón sin tener que pasar por un proceso que no era necesario. [Hace otra pausa]. Reconozco que al principio me enojé con la vida. Enojarse es más fácil que sufrir, y sufrir duele mucho. Yo cuando Jorge estaba internado, tenía esperanzas. Y después ya está, la partida es categórica. Jorge era joven y tenía tantas ganas de vivir que me pareció cruel en ese sentido. Pero después lo empecé a encontrar en las risas, en las anécdotas, en la alianza, en el rosario, en un suéter que me regaló que me encanta usarlo.
–Sé que sos muy creyente. ¿Tiene alguna historia ese rosario?
–[Lo muestra]. Es el rosario de San Jorge, me lo regaló Jorge y con este rosario me casé. Nos encantaba este santo, Jorge me regaló también un cuadro y nos casamos el día de San Jorge. [Se ríe]. Otra cosa que compartíamos era la música, a los dos nos encantaba, hablábamos y escuchábamos mucha música, desde rock hasta Bach. Entonces escucho determinadas canciones y me acuerdo de los que hablábamos, como si la escena tuviera vida. Él, a veces, mientras trabajaba, me pasaba música por mensajito.
–Era un romántico…
–Sí, era lindo. Le agradezco a Dios el tiempo que pasamos juntos. Antes de conocerlo yo pensé que jamás me iba a volver a enamorar. Enamorarse y ser correspondido es un regalo de la vida. Y si te pasa de grande, más.
–En medio de la internación, hubo fricciones con sus dos hijas y sus ex mujeres. Se dijeron cosas fuertes sobre vos, desde “mechera” hasta “viuda negra”. ¿Qué fue lo que más te dolió?
–Elijo mirar hacia adelante.
–Pero tu nombre quedó expuesto de manera negativa.
–Yo tenía una sola batalla y objetivo: que Jorge saliera de ahí. Él era mi compañero y me necesitaba.
–¿Jorge alguna vez se enteró de toda esa situación? –Creo que no. Nosotros dos nos mirábamos y sabíamos que todo iba a estar bien.
–Pareciera que hoy las aguas se calmaron, ¿pudiste hablar con sus hijas?
–Jorge nos amaba a todas, a mí como su esposa y compañera y a ellas, como sus hijas. Creo que lo que Jorge más querría es que estuviéramos en paz porque puertas adentro no le gustaban los conflictos. Y nosotras estamos en paz. Las tres estamos en duelo, entonces cuanto más pacífico lo podamos pasar, mejor. Lo estamos honrando.
–¿Hiciste borrón y cuenta nueva incluso con los videos?
–Los videos eran de mi casa, después las interpretaciones son de cada uno. No tengo nada que decir al respecto. Ya está.
–¿Te arrepentís de algo de lo que pasó?
–Insisto: yo miro hacia adelante.
–En abril hubiesen cumplido tres años de casados. ¿Cómo pasaste el día?
–Fue muy ambivalente. Un aniversario lo pasamos en José Ignacio, donde fuimos muy felices. Otro lo pasamos acá con una cena superlinda. Y esta vez no entendía cómo no estaba. Pero también sonreí recordando el día que me propuso casamiento. Habíamos ido a cenar al Duhau. Él me daba pistas como de un viaje y de repente me pidió que nos casáramos. Fue hermoso.
–¿Y los 30, fecha de su partida, tenés algún ritual?
–No. Pero sí me pasó que el primer mes coincidió con mi cumpleaños. Me sensibilizan mucho las fechas especiales. Lo pasé en casa.
–Me hablabas de la casa de José Ignacio. ¿Pudiste volver?
–No, todavía no digiero que Jorge no esté y no pude volver. Nosotros conocimos esa casa juntos, entonces va a ser muy duro.
–¿Pensaste en venderla?
–No pensé en nada, es un montón. Esa casa la había hecho Jorge, pero no la conocía, la conocimos juntos, fue re lindo. La amueblamos, la ampliamos dos veces, cambiamos el jardín, y yo le puse mucho color porque me encantan las flores. Pero es difícil, esa casa es él, le encantaba.
–Noté que llevás puestas las dos alianzas.
–La alianza nos la regaló un joyero amigo de Jorge. La mía se me perdió en el hospital, así que la mandé a hacer de vuelta. Y el padre Guillermo Marcó, que es quien nos casó, la bendijo.
–Al principio me dijiste que te despediste de Jorge junto con tu hija. ¿Pudiste despedirte a solas?
–No, es que yo nunca me quise despedir. Jorge era mi vida. Yo le juré a Dios que iba a estar a su lado en la salud y en la enfermedad. Y eso es lo que hice.