PARÍS.- Una capital sin suministros, carreteras interurbanas en manos de los grupos jihadistas, el velo integral impuesto a las mujeres: Malí se ha transformado en un infierno. Al punto, que a fines de octubre Estados Unidos, Francia, Canadá, Italia y Alemania pidieron a sus ciudadanos que abandonen ese país. Una situación incontrolable que deja al descubierto el nuevo fracaso del “frente africano” de Vladimir Putin, una aventura de poder y ambición territorial que conoció el mismo destino en Siria.
El 26 de octubre, las autoridades militares de Malí, un Estado hoy atrapado entre la dictadura militar y el islam conquistador, anunciaron que suspendían las clases en las escuelas y universidades del país. La razón: los suministros esenciales ya no pueden entrar en las ciudades. Casi no hay combustible ni alimentos porque la guerrilla islamista controla la mayoría de los accesos.

Los grupos jihadistas controlan vastas zonas de ese país del Sahel, habitado por un poco más de 25 millones de personas, ubicado en África Occidental, al sur del Magreb y cuya superficie representa poco menos que la mitad de la Argentina. Pero también han establecido su presencia en los países vecinos: en Níger y en Burkina Faso. El terrorismo jihadista no deja de extenderse como reguero de pólvora y nadie parece en condiciones de detenerlo, después que Moscú convenció a los gobiernos de la región de expulsar a las fuerzas militares francesas presentes en el Sahel desde 2014 con la Operación Barkhane, reemplazo de las anteriores, Serval y Epervier.
Aunque no han tomado el poder en las capitales de estos tres países, cada vez tienen más control en el campo, en los pueblos y en las zonas no urbanas, donde las autoridades ya no controlan el territorio. La sharía y el islam salafista reemplazan poco a poco al islam tolerante y multisecular de la región.
Malí, Burkina Faso, Níger fueron escenarios de golpes militares en los últimos cinco años. Sin embargo, el terrorismo islámico avanza desde hace por lo menos tres lustros, con grupos armados a veces enfrentados y otras compartiendo territorio. Todos están afiliados, en todo caso, a las dos ramas principales del islam violento e integrista: Al-Qaeda y el Estado Islámico. Aunque también existen los movimientos independentistas tuareg del norte de Malí que se han aliado frecuentemente con los islamistas.

Este año, entre guerras, violencias y guerrillas, la decantación favoreció al Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (Jama’at Nusrat al-Islam wal Muslimin), también conocido por el JNIM. Se trata de una filial reivindicada de Al-Qaeda que, a pesar de su desaparición en otras regiones del mundo frente al Estado Islámico, sigue muy presente en África Occidental.
El otro grupo influyente en la región, que incluye a Níger y Burkina Faso, pero cuyas acciones ahora se registran hasta las puertas de Senegal, es el Estado Islámico en el Gran Sahara, también llamado Al-Murabitun.
Velo obligatorio y otras leyes reaccionarias
En Malí, la influencia de la guerrilla islámica ha llegado a imponer el velo a las mujeres en los transportes interurbanos. El gobierno es impotente frente a ese movimiento que domina y controla de facto una parte importante del territorio.
“El hecho de que la mayor compañía de transportes interurbanos de Malí haya aceptado oficialmente, a mediados de octubre, aplicar la orden de velar a las mujeres dice mucho sobre el debilitamiento del Estado y la ley en Malí”, señala el especialista francés Gilles Kepel.
Sin embargo, esta región no tiene tradición salafista. Más bien lo contrario. La tendencia principal del islam en Malí y en los países vecinos estuvo siempre caracterizada por la moderación, la tolerancia y la convivencia armoniosa con los cristianos. Tampoco es hostil al avance de las mujeres.
Antes de la internacionalización de la jihad en la región, y la importación violenta de tradiciones extranjeras con un islam radical venido del norte —principalmente de Libia y Argelia tras las primaveras árabes abortadas de 2011-2012—, los malienses practicaban un islam impregnado de tradiciones locales.

Durante la primera invasión de islamistas radicales por el norte, a principios de 2013 —invasión detenida por el ejército francés— hubo destrucciones y saqueos de monumentos y símbolos tradicionales musulmanes en Tombuctú.
En Bamako, desde principios de septiembre, el combustible llega con cuentagotas en algunos camiones cisterna escoltados por el Ejército. La mayoría de las rutas de acceso están bloqueadas y controladas por el JNIM, en represalia por la prohibición de la venta de combustible en las estaciones de servicio en el campo.
La idea de esta prohibición era bloquear el suministro a los grupos jihadistas. Resultado: hoy ocurre exactamente lo contrario. En las estepas y sabanas del país, los terroristas interceptan el petróleo llegado desde Costa de Marfil y es la capital la que carece de combustible. Las colas son interminables en torno de las estaciones de servicio, en los pocos casos en que aún hay suministros.
“Y ahora los jihadistas también cierran escuelas y universidades”, señala Kepel, quien precisa que la guerrilla islamista, que lucha por el poder con las armas, “también lleva a cabo una guerra económica para poner de rodillas a las autoridades de los tres países del Sahel”.
Expulsión de los franceses e influencia rusa
Por una coincidencia que tal vez no lo sea, el jihadismo en el Sahel prospera hoy en países donde el Ejército ha derrocado gobiernos electos, expulsó a los franceses y su apoyo militar a la lucha antiterrorista, y abrió los brazos a la influencia rusa.
En 2020, y luego en 2021, con un curioso golpe de Estado “bis repetita” para reforzar el primero, el excoronel Assimi Goïta se instaló en la presidencia en Bamako. En el verano de 2025, se reeligió a sí mismo presidente por cinco años, sin elecciones.

Assimi Goïta echó al Ejército francés, que había salvado la situación 12 años atrás al gobierno anterior en virtud de históricos acuerdos de cooperación militar. En enero de 2013, Bamako estuvo amenazada por los islamistas, que fueron bloqueados in extremis por el Ejército francés enviado de urgencia por el presidente de entonces, el socialista François Hollande.
Siguieron varios años de lucha contra los islamistas, con éxitos diversos, que concluyeron cuando Vladimir Putin decidió persistir en su voluntad de desestabilizar a los europeos en la mayor cantidad de frentes posibles y, naturalmente, tener acceso a las inmensas materias primas africanas.
Y así llegaron al Sahel los mercenarios rusos. El famoso Grupo Wagner, tristemente célebre en Ucrania, tuvo sus réplicas en África. En Malí, pero también en Níger y Burkina Faso, donde ocupó el espacio dejado vacío por las tropas francesas en el verano de 2022.
Esos implacables mercenarios rusos, contratados originalmente para reemplazar a los soldados franceses y supuestamente ayudar a los Estados locales a combatir el islamismo, han cometido todo tipo de atrocidades y saqueos contra las poblaciones civiles. Un hecho bien documentado por ONG como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.

La primera ola de combatientes del grupo paramilitar ruso Wagner llegó a Malí en 2021, después de que las fuerzas francesas y de mantenimiento de la paz de la ONU abandonaran el país. Inicialmente, hubo esperanza en la región de que su presencia revertiría la situación contra los grupos combatientes islamistas. En 2023, el Ejército maliense apoyado por Wagner retomó un bastión rebelde clave en el norte del país.
Jihadistas vs. mercenarios
Pero lo que los militares africanos y Vladimir Putin —incapaz de aprender de sus errores— nunca imaginaron es que, esta vez, la guerrilla jihadista sería más fuerte que los mercenarios rusos.
Desde entonces, los ataques de grupos como Al-Qaeda vinculados a JNIM se intensificaron. En 2024, más de 70 personas murieron y más de 200 resultaron heridas en un ataque contra la capital maliense.
“La presencia del grupo Wagner no ha obstaculizado el ritmo operativo ni la expansión de JNIM”, declara Hani Nsaibia, analista senior para África Occidental de la organización independiente ACLED (Datos sobre conflictos armados y eventos).

En 2023, cuando Evgueni Prigozhin murió en un accidente de avión poco después de haber organizado una revuelta fallida contra Vladimir Putin, las autoridades rusas pusieron rápidamente a los combatientes de Wagner bajo control estatal, redefiniendo las operaciones como una nueva fuerza paramilitar. Sin embargo, según ACLED, los miembros de Wagner continuaron activos en Malí, sufriendo su mayor derrota a manos de jihadistas y rebeldes en 2024.
En junio de ese año, Wagner anunció su retirada de Malí, afirmando que había tomado la decisión basada en “el cumplimiento de su misión principal”. En un mensaje publicado en Telegram, el grupo declaró haber “combatido el terrorismo junto al pueblo”, dando muerte “a miles de combatientes jihadistas y sus huestes, que aterrorizaron a los civiles durante años”.
“El anuncio indicó que los combatientes de Wagner serían reemplazados por el África Corps, que se centra más en misiones de entrenamiento y protección de activos. Pero esto es otra falacia más: son los mismos mercenarios y los mismos objetivos. Es decir, afirmar los intereses estratégicos rusos en la región. Aunque, esta vez, el fracaso podría ser más estrepitoso que en Siria”, afirma Kepel.
Según la mayoría de los expertos, el fracaso de Rusia en contener la insurgencia en el Sahel se debe en gran parte a sus limitados efectivos de despliegue. Informes de inteligencia militar occidentales sugieren que muchas de esas tropas fueron retiradas para combatir en Ucrania, lo que dificulta llenar el vacío dejado por los aliados occidentales y los cascos azules de la ONU.

“Está claro que unos 2000 mercenarios o soldados rusos apenas podrían llenar el vacío dejado por las aproximadamente 18.000 personas que estaban presentes antes de su llegada”, dice Hani Nsaibia, especialista de África Occidental.
Aunque muchos de sus colegas afirman que la presencia militar no basta para combatir la violencia islamista en la región. “Mucha gente en la región vive con menos de un dólar al día, algunos no tienen acceso a productos básicos de la vida. Debemos dedicar recursos al desarrollo humano como medio para enfrentar la amenaza de manera sostenible”, afirma el especialista en Seguridad ghanés Adib Saani.
Comandos audaces
A juicio de Saani, los grupos armados en Malí, Burkina Faso y Níger se han vuelto más audaces en sus ataques, en parte debido a la partida de los antiguos aliados occidentales. “En el pasado, había operaciones quirúrgicas más específicas gracias al uso de drones contra grupos jihadistas. Por lo tanto, no tenían la libertad de movimiento que tienen hoy”, precisa.
André Lebovich, investigador del Instituto Clingendael en Holanda, agrega que las fuerzas rusas en el Sahel están sobrecargadas, lo que ha permitido a grupos como JNIM expandirse a países vecinos como Togo y Benín.

“Los combatientes rusos han enfrentado amenazas persistentes de grupos jihadistas. Muchos murieron o resultaron heridos en combate en Malí. Y, sobre todo, debido a la difícil situación militar que enfrenta Rusia en Ucrania, tienen enormes limitaciones en su capacidad de despliegue en otros países de la región”, afirma.
En agosto de este año, Rusia solicitó ayuda a la comunidad internacional “para luchar contra el terrorismo en los países del Sahel”. La solicitud fue formulada por Dimitri Chumakov, representante adjunto de Rusia ante la ONU, durante su intervención en la reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Mali, Burkina Faso y Níger “necesitan un apoyo colectivo a nivel mundial en su lucha contra el terrorismo”, declaró, destacando que esos países se han convertido en la principal línea de frente en la lucha contra los grupos terroristas en África Occidental. Chumakov agregó con cierto descaro, que “los intentos de potencias extranjeras de inmiscuirse en los asuntos de la región son contraproducentes”, alusión velada al enemigo jurado de Moscú, Ucrania.

Porque ahora, en efecto, Vladimir Putin podría verse obligado a enfrentar otra dificultad después de su gran fracaso en Siria, donde, después de ayudar al dictador Bashar al-Assad a masacrar a su pueblo, vio derrumbarse sus ambiciones con la llegada al poder en diciembre de 2024 de Abu Mohamned al-Golani, líder del grupo islamista HTC.
En este caso, fuentes rusas y africanas acusan a Ucrania de “haber abierto un segundo frente en África”. Esas versiones nacieron tras una serie de tensiones diplomáticas entre Kiev y varias naciones africanas, que la acusaron de crear inestabilidad en la región. Tensiones que se intensificaron cuando el gobierno de facto de Malí anunció en agosto la ruptura de sus relaciones diplomáticas con Ucrania.
Esa decisión fue desencadenada por supuestas declaraciones de funcionarios ucranianos, entre ellos Andrey Yusov, vocero de la Dirección Principal de Inteligencia, y Yury Pivovarov, embajador en Senegal, según las cuales Kiev ayudó a los tuaregs que atacaron a tropas malienses a fines de julio.
Ucrania ha rechazado esas acusaciones, calificando las decisiones de Malí y Níger de romper vínculos como “precipitadas” e “irreflexivas”. Pero la guerra es la guerra y nadie a estas alturas debería hacerse ilusiones.
Según la cadena de televisión ucraniana Sospilne, Yusov habría explicado, en efecto, que “los rebeldes (tuaregs) habían recibido todas las informaciones necesarias” para tener éxito en aquella operación… Agregando: “Y no solamente informaciones”.
