Emoción, figuras y la confirmación de un legado que persigue la excelencia, en la gala por los 100 años del Ballet Estable del Teatro Colón

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El pronóstico del tiempo con frecuencia se equivoca, pero el de las emociones rara vez falla. Y la “temperatura” de los últimos días ya anunciaba para la noche de Gala de los 100 años del Ballet Estable del Teatro Colón un clima de emociones: felicidad, agradecimiento, orgullo y respeto. Decenas de bailarines se habían referido a estos sentimientos que anoche, arriba del escenario, pero también en las plateas, los palcos y hasta en la última fila del paraíso, confirmaron por qué desde hace un siglo este baluarte del talento argentino enorgullece al país y trasciende las fronteras.

El cuadro final, para la foto, del desfile de los alumnos del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón

La gran fiesta tuvo por protagonista al centenar de bailarines que integra la compañía, dirigidos Julio Bocca -la figura más popular que dio la danza en el país- y sumó en calidad de invitados a una docena de artistas argentinos que brillan en importantes elencos, del Royal Ballet de Londres donde es primera bailarina Marianela Núñez y la Ópera de París, la casa de la étoile Ludmila Pagliero, al American Ballet de Nueva York, que tiene a Herman Cornejo como figura principal. Además de un puñado de extranjeros que terminaron de conformar un reparto estelar.

gala 100 años Ballet Estable Teatro Colón

A la usanza de las aperturas de temporada de la Ópera de París, el telón se corrió por primera vez para el desfile escénico de los alumnos del Instituto Superior de Arte, una simbólica decisión que encontró al pasado con el futuro: es la promesa de continuidad de una misma senda que busca la excelencia desde la fundación los cuerpos estables en 1925 (también celebran este aniversario redondo la Orquesta y el Coro). E inmediatamente, con una versión de la “Mazurca” de Paquita (solo para varones) comenzó una seguidilla de fragmentos de obras clásicas y contemporáneas, cuadros de conjunto, dúos y solos, títulos de repertorio y estrenos.

Primer tiempo: los clásicos

En la primera parte del programa, la compañía pobló el bosque encantado de El lago de los cisnes, el título más emblemático del reportorio de ballet, con el primer bailarín Federico Fernández y Luana Brunetti Mattion (argentina que fue parte de esta compañía, ahora en el Ballet Nacional de Eslovaquia) como la pareja principal del Acto II; en menos de dos minutos, la danza rusa Gopak salió arrolladora en el cuerpo del malagueño Ciro Tamayo, que fue una de las figuras principales en los años de Bocca en el Sodre de Montevideo; y el espíritu romántico volvió al bosque con La Sylphide, que trajo de Dinamarca la cordobesa Wilma Giglio, alada y sutil, de a dos con un sólido Facundo Luqui para las baterías.

La veintena de cisnes de

Por esa primera hora y media pasaron también otros títulos muy reconocibles para el público en general, como Carmen (en clave cubana, tal vez aquí quepa algún reparo para la versión y el ensamble entre Vingsay Valdés y Emmanuel Vázquez). Esa primera mitad de la noche concentró dos Balanchine, a cuál mejor: primero, Tchaikovsky pas de deux, con Herman Cornejo y la chispeante Tiler Peck; luego, una de las Joyas de Mr. B, “Diamantes”, que interpretaron los invitados de la Scala de Milán, la platense María Celeste Losa y el italiano Nicola Del Freo, una pareja de gran armonía.

Simbólica escena de

Era un momento muy esperado el pasaje de La bella durmiente. Marianela Núñez había anticipado a LA NACION que en el “Adagio de la rosa”, tramo de una obra por la que la aclaman en todo el mundo, ella, como Aurora, ingresaría al escenario con la reina Silvia Bazilis y el rey Raúl Candal, históricas figuras de la casa, que desde los años 80 y 90 dejaron una huella imborrable en las camadas que los sucedieron. El mismo carácter especial tuvo la elección de los cuatro príncipes que la condujeron de giro en giro, de rosa en rosa, por esta emblemática variación: Julián Galván, Jorge Amarante, Vagram Ambartsoumian y Edgardo Trabalón. Sin aquel desborde fervoroso estilo “estadio” que habían marcado las presentaciones de los días anteriores de Núñez en esta sala, más encausada la ovación llegó igualmente y el púbico confirmó la admiración y el afecto que despierta esta bailarina, a todas luces excepcional.

No podía faltar Carmina Burana, de Mauricio Wainrot, un clásico contemporáneo que a esta altura Buenos Aires conoce prácticamente de memoria, fundamentalmente porque en “Fortuna Imperatrix Mundi”, por única vez en la noche, coincidieron los tres cumpleañeros en acción: el ballet, el coro y la orquesta, para el final de la primera parte de la noche, que continuaría una larga hora más.

En

El intervalo reveló entre la audiencia cantidad de bailarines de la casa de generaciones anteriores soplando allí esas simbólicas velitas que les pertenecen. Se reconocerían más tarde en un video conmemorativo que partió de aquella foto sepia de la formación del primer elenco, en 1925, y que recordó desde Bronislava Nijinska hasta hoy, década tras década, las raíces, el esplendor y un prometedor presente para el Ballet Estable.

Segunda parte en tiempo presente

Ya sin hadas ni tutús blancos, casi sin zapatillas de punta, tampoco pantomimas decimonónicas, es decir, en clave contemporánea avanzó la segunda parte de la gala, un espectáculo que Julio Bocca armó menos como un show de fuegos de artificio y más como el cocinero que elige los sabores del menú (con muchos platos) que quiere resaltar. En este marco, dio amplio margen para que se luzcan, en todos los registros posibles, los bailarines del cuerpo que él dirige.

Justamente por lo contemporáneo, fue afortunado que este tramo del espectáculo lo abriera una integrante del Ballet del Teatro San Martín, María Eva Prediger, a dúo con el bailarín Rodrigo Colomba, del Folklórico Nacional, para revivir el dúo que Ana María Stekelman creó hace más de veinte años para el piazzolleano Boccatango.

Tras el regreso a escena de Chacona, que el Ballet Estable estrenó hace apenas dos meses, con un segmento que desafía cánones y sincronías, llegó un momento de la noche para atesorar. …And Carolyn reunió a Ludmila Pagliero y Daniel Proietto por primera vez en un escenario y, muy probablemente haya sido también la primera vez con cada uno de ellos a los ojos de la mayoría de los espectadores de esta sala. No hace falta explicar por qué ella -que acaba de despedirse en el Palacio Garnier- fue étoile en la Ópera de París ni por qué él es uno de esos contados artistas que destacan a la vez de por la calidad de su movimiento por esa suerte de desnudo emocional que expresa cuando baila. En este trabajo del noruego Alan Lucien Oyen, el texto, la música del score de la película American Beauty encuentra a una pareja que emociona genuinamente, sin artificio, con la simpleza de lo cotidiano, y la pura danza.

Si From Earth devolvió a Sergio Neglia a este escenario que fue su cuna -es el hijo del inolvidable José Neglia que en blanco y negro se recordó en la pantalla varias veces-, el dúo After the Rain trajo al repertorio del Estable una obra del reconocido coreógrafo Christopher Wheeldon (no será la última), en el cuerpo de Natalia Pelayo y Matías Santos, solistas de la casa.

Daniel Proietto y Ludmila Pagliero en

Sobre todos los puntos contemporáneos hay que anotar el gran valor que concentra el hecho de un estreno mundial, con lo que significa además que este sea de Oscar Araiz, a esta altura de su recorrido y para esta ocasión . Partita se vivió como un regalo para esos seis bailarines del cuerpo de baile que se entregaron a la interpretación de un trabajo sorprendente (una línea aquí para David Gómez, cautivante en sus momentos en solitario).

Si a esta altura de la noche, después de la emoción del video conmemorativo del primer centenario, alguien creía estar viendo doble o triple, no fue solo por el efecto de casi tres horas de bailes y más bailes. La coda de la noche fue con un fragmento de Don Quijote adaptado para dos Basilios (Juan Pablo Ledo) y tres Kitris (Ayelén Sánchez, Camila Bocca y Rocío Agüero), y todo un cuerpo de baile que como en la fiesta que se despliega en esta comedia celebraba la merecida noche de su centenario.

Dos Basilios y tres Kitris para cerrar la fiesta con

El saludo final se extendió después del reconocimiento a los invitados: los bailarines de la compañía, la mayoría ataviados todavía en el vestuario de sus obras y otros con remeras alegóricas a este cumpleaños número 100, tuvieron su lluvia de papelitos para acompañar el reconocimiento del público, caluroso y sostenido. También el aplauso de Bocca y su equipo, que tras una breve reverencia final dejó el lugar central a los protagonistas de una noche que anota su lugar en la historia: cierra el siglo y abre un nuevo capítulo con los mejores augurios.

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