Autor: Luis Pescetti. Versión, música y dirección musical: Hernán Matorra. Dirección: Andrés Sahade. Intérpretes: Sol Bloise, Alejo Caride, María Giacchino, Hernán Matorra, Lautaro Ruggi, Roberto Russell, Fernando Tropini y Luciano Valenzuela. Arte en arena: Alejandro Bustos. Vestuario: Analía Cristina Morales. Iluminación: Max Pastorelli. Coreografía: Mariana Zourakis. Sala: Border (Godoy Cruz 1838). Funciones: miércoles 23 a las 15 y 17, jueves 24 a las 17.30, viernes 1° de agosto a las 17.30. Duración: 65 minutos. Nuestra opinión: buena.
La búsqueda de un cuento llamado El pulpo está crudo resulta absurda, en cuanto no existe una narración con ese título en el libro de Luis Pescetti en que se basa la obra teatral, que sin embargo lleva ese nombre. En la puesta en escena de Andrés Sahade aparece desde el arranque como perdido, olvidado. Deja el espacio por tanto, a que surjan otros cuentos…
Los textos de este primer libro de Pescetti, subidos a escena casi palabra por palabra en la versión teatral de Hernán Matorra, anticipan la técnica del humor que hizo luego popular a su personaje más conocido, Natacha: surge de la alquimia de diálogos en que da la tónica la literalidad de la interpretación de lo que se dice, emparentada a la lógica infantil, generando respuestas que hacen girar la conversación una y otra vez por rumbos totalmente inesperados. O bien ocurre lo que nunca podría ocurrir, como la piedra lanzada al lago que nunca cae… La sorpresa, el absurdo, moviliza la risa.
Los cuentos conllevan cierta teatralidad en su dinámica veloz, de toma y daca en el contrapunto del diálogo entre dos personajes o en el relato de un narrador protagonista de la anécdota. La versión escénica mantiene acertadamente el enfoque del texto original, más ligado a la narración misma que a la actuación de los acontecimientos narrados.
Alejandro Bustos dibuja en arena personajes de los cuentos, retomando la eficaz colaboración con Sahade que ya había puesto en juego temporadas atrás en Yatencontraré. Las imágenes se proyectan en pantalla a modo de fondo escenográfico que sigue las líneas estilísticas de las ilustraciones originales de O’Kif en la edición del libro de Pescetti. Un guiño a los lectores chicos y grandes del popular autor, que probablemente sean bastantes entre el público.
Lectura escénica
Los ocho actores, que conforman a la vez una banda musical, rotan en el protagonismo de esas narraciones, que retoman ocho de los doce cuentos del libro original. En sus primeros tramos aparece un tanto forzada esa apuesta de volcar las páginas del libro tal cual al escenario. Pero ayuda a crear un clima de “lectura” escénica la transición musical de un cuento a otro, que recorre una amplia gama de ritmos, desde la festividad klezmer, pasando por algunos versos rapeados, así como por compases folklóricos o rockeros, que conforman acotaciones corales con reflexiones sobre el contar historias.
A medida que avanza, la versión teatral gana espacio como creación que va más allá de las páginas escritas, pero de modo consistente con el espíritu humorístico de los textos de Pescetti. Genera expectativas intercalando pausas antes de cerrar la frase con el giro sorprendente, incorpora breves pasajes propios del dúo Matorra/Sahade.
Sobre todo en el último relato, del muchacho panadero, el pirata que gasta chistes y la vaca devenida en directora de escuela (?tal vez culminando la carrera de la vaca estudiosa de María Elena Walsh?), escena en la que se permiten introducir entre los textos de Pescetti humoradas. Incluso musicales, como una alusión a la celebérrima canción del Vampiro negro, un hit de los recitales del autor.
Y le dan una vuelta de tuerca sobre el final, de la salida del panadero de su pequeño pueblo en busca, ya no del pulpo, sino de la vaca que había viajado a otras latitudes. O, como acota la obra teatral al texto tal vez un poco autobiográfico de Pescetti, a conocer el mundo, a vivir en libertad. A modo de epílogo surge la imagen, bien teatral, inenarrable, de lo que ocurre cuando el pulpo está crudo.