Federico Agustín Gómez no era del todo consciente del ruido que provocaría su posteo en redes sociales. Escribió, borró y corrigió el texto durante semanas, hasta que sintió la necesidad imperiosa de publicarlo. El tenista nacido en Merlo llegaba de construir, en 2024, el año más destacado de una carrera con caminos oscilantes y alternativos, incluido el universitario en los Estados Unidos, por eso casi nadie sospechaba que podía sentirse abrumado al extremo o que había “tocado fondo” emocionalmente. Cuando en marzo pasado, siendo el 135° del ranking ATP, utilizó su cuenta de Instagram para desahogarse y revelar, en forma desgarradora, que había vivido los seis meses “más duros como ser humano” y que en “reiteradas” ocasiones se le habían cruzado “pensamientos suicidas”, provocó un cimbronazo, un escalofrío colectivo. Primero, entre sus más próximos; ni a sus padres, Marcelo y Patricia, les había contado lo que estaba sufriendo. Y, al mismo, sacudió el mundo de las raquetas.
“Fuerza amigo. Siempre hay luz al final del túnel”, le escribió Novak Djokovic, empático, y unos días después, en Miami, lo invitó a compartir entrenamientos. La confidencia de Gómez despertó una pregunta: ¿se trata de un caso aislado en el tour o la asfixia psicológica que sintió el argentino se replica en más jugadores? ¿Hay muchos tenistas profesionales que acarrean estados de depresión, ansiedad, trastornos en la alimentación o para dormir? ¿Son parte, aun siendo atletas, de estas perturbaciones que van en aumento entre los jóvenes que se dedican a otras profesiones? La respuesta es sí. Con la revelación de Gómez como modelo, LA NACION relevó aspectos profundos de esta cuestión sensible con protagonistas de distintas áreas del circuito y la conclusión alarma. “Hay una neurosis por el éxito que antes no existía”, sentencia Pablo Pécora, licenciado en psicología, que trabaja desde hace 25 años con deportistas de alto rendimiento (con tenistas, un montón, desde Gastón Gaudio y David Nalbandian a Tomás Etcheverry y Thiago Tirante, entre tantos otros).
“Es muy difícil generalizar. Siempre hubo jugadores obsesivos por el tenis y los que hacían la carrera con intereses compartidos, como Nalbandian. Hoy también están esos modelos, lo que ocurre es que el circuito actual te perdona menos, te exige más. Y esa neurosis por el éxito tiene que ver con la exposición que poseen los chicos, mayor a la de antes. Hoy sienten que, si bajan un poco el nivel, se les escapan los de arriba y las posibilidades de progresar; antes se podía hacer el camino con más pausa. No eran más relajados, no; estaban menos expuestos, que es distinto”, amplía Pécora, que también acompaña a golfistas, automovilistas y polistas. El “caso Doohan-Colapinto”, apunta, es el “mejor ejemplo de lo que generan las redes sociales” en la actualidad.
“Doohan hoy necesita terapia, ¡seguro! Él quería hacer todo bien, pero es muy difícil soportar la presión externa. Antes, la información generada en las redes no le hubiera llegado nunca. Hoy eso los apabulla -argumenta Pécora-. A los futbolistas también les pasa, porque un error que se comete sale en todos lados en segundos, se replica como un blooper, un meme, etcétera… Cuando en realidad pudo ser un acierto del rival que amagó y te hizo quedar pagando. Reírse del error no es tan habitual en otras profesiones. Entonces, los chicos de hoy están condicionados por esa locura de éxito, de que hay que hacer todo bien, que no pueden fallar, que la imagen… Yo les digo: ‘Sí se puede fallar, sí se puede perder’. A nadie le gusta perder, pero es parte de la vida. Hoy a los chicos les tenés que enseñar a que bajen el nivel de exposición; se pueden lastimar”.
Pastillas para no soñar
Una vez que los jugadores son parte del tenis profesional, una rueda que casi nunca se detiene, hay distintos factores que atentan contra la armonía. Influyen la motivación y los objetivos personales; la ambición llega a provocar una insatisfacción destructiva. “Es decir, si se conforman con una cosa o con la otra -dice Pécora-. Entiendo que algo así sintió Federico Gómez. La autoexigencia se trasladó a angustia y hay distintas salidas, una de ellas es la de los pensamientos extremos como los que él tuvo y exteriorizó. Sin generalizar, en la mayoría de los jugadores actuales noto un exceso de ansiedad; un exceso real”.
Muchos hacen foco en la medicación y en la suplementación que ingieren los tenistas actuales. “¡Hoy hay pastillas para todo! Gastón (Gaudio) tomaba agua o gaseosa en la cena y nada más -narra Pécora, que trabajó en el cuerpo técnico que lideraba Franco Davin cuando el Gato ganó Roland Garros en 2004-. Esto de hoy es una locura. Vas al nutricionista y la cantidad de cosas que les dan a los pibes… nunca lo vi en mi vida que tomen tantas cosas para jugar al tenis. Lo que más me llama la atención de hoy es el exceso de medicación contra la ansiedad y pienso que es fruto de todo lo que estamos hablando. La locura se genera y muta en ansiedad. Están todos metidos en la misma bolsa. El exterior influye, pero los pibes no tienen recursos para ver el mundo de otra manera porque nacieron en este contexto. Nosotros nacimos en otro mundo y cuando comparamos, decimos ‘Che, esto no está bien’, pero porque pudimos jugar en la calle, por ejemplo. Estos chicos están horas mirando el celular. Yo intento que hagan otras cosas, que jueguen ajedrez, quiero que piensen, les hago comprar libros, porque leen cada vez menos. También es muy buena la meditación dos veces al día”.
El tenis tiene un sistema de clasificación en el ranking que no da tregua, en el que los jugadores -sobre todo los que no pertenecen a la súper elite- están todo el tiempo sacando cuentas para planificar sus calendarios y, también, proyectar el dinero (el presupuesto) que podrán obtener. El ranking se actualiza todos los lunes y refleja los puntos ganados durante las últimas 52 semanas de acción. El jugador debe “defender” los puntos al año siguiente en la misma semana -en general, en el mismo evento-, ya que esas unidades “caen” de la clasificación una vez que el torneo se juega de nuevo. Esa situación, muchas veces, se convierte en un trauma y se observan un sinfín de casos de tenistas que, al otro año de haber sido campeones, vuelven al mismo torneo y se despiden muy pronto.
Le pasó en febrero pasado a Facundo Díaz Acosta, por ejemplo: tras ganar su primer título ATP en Buenos Aires 2024, este año perdió en la primera ronda. “Estoy triste y decepcionado. Muchas cosas pasan por la cabeza que no había vivido. Venir a un torneo como defensor del título, sabiendo que si no lo ganaba no entraba en Miami y que caía muchos puestos en el ranking… No las asimilé de la mejor manera, me costó y se notó dentro de la cancha”, explicó el zurdo.
Hace unos años, en una charla con LA NACION y ya preocupado por el estado emocional de los tenistas y de la “trituradora” en la que están metidos (también por falta de compromiso en algunas instituciones para educar y prevenir), el entrenador de tenis y especialista en matemática deportiva Marcelo Albamonte compartió una idea en voz alta: “¿Qué pasaría si los puntos, en vez de durar doce meses, duraran once? Quizás a los jugadores les sacaría de la cabeza la defensa de las grandes actuaciones, porque no tendrían que revalidarlas: se les irían los puntos igual y cuando llegan al torneo sienten que, lo que hagan, sumará. Tenemos la obligación de pensar en un tenis más saludable”.
Pécora, asimismo, reconoce la influencia del ranking en los sobresaltos emocionales de los jugadores, pero amplía: “En todos los deportes hay algo. El automovilismo es una carnicería, en el fútbol hacés mal dos jugadas y vas al banco. Pienso que tiene que ver mucho con lo que te transmite la gente de tu alrededor: si te pasan más ansiedad o te dicen ‘tranquilo, es parte del proceso’”.
La importancia de un Plan B
En un documento de la Federación Internacional de Tenis de 2023 sobre la salud mental, firmado por la extenista española y psicóloga Lucía Jiménez Almendros, se planteó: “El sistema de puntuación, el hecho de ganar y perder –nunca empatar-, colocan al jugador/a en una posición en la que el resultado y el ranking adquieren un protagonismo. Si estos condicionantes externos no se manejan de una forma apropiada, pueden convertirse en una fuente de estrés muy alta (…) El día a día del tenista requiere de una implicación personal y familiar; desde bien pequeños/as, aquellos tenistas cuyo sueño es convertirse en jugador/a profesional organizan su vida en torno a los entrenamientos y torneos. Algunos cambian de ciudad o de país, otros dejan de ir a la escuela presencial, hay quienes dejan de estudiar con 17-18 años porque consideran incompatible compaginar ambas cosas. Este tipo de situaciones conllevan que el/la joven se aísle progresivamente de su grupo de amistades de la escuela y que este quede reducido al tenis. Por otro lado, está la implicación familiar, la inversión de tiempo y dinero que conlleva el tenis y que obliga a hacer ajustes en la dinámica de la familia”.
Miguel Crespo Celda, doctor en derecho y en psicología, responsable del área de Participación y Educación de la Federación Internacional de Tenis, aporta: “Al ser un deporte individual, todo el estrés, la ansiedad y la tensión cae en el tenista; esa es la diferencia con un deporte en equipo, en el que se reparten los factores psicológicos. Y el hecho de que sea un deporte de competencia internacional, que incluye viajar, salir de su zona de confort y adaptarse constantemente, tiene un componente distinto, un desafío”.
Crespo acentúa la importancia que tienen “el entorno y la educación” del tenista. “Hoy se observan tendencias psiquiátricas, problemas médicos severos. Entonces, hay que profundizar el entrenamiento psicológico, que es el que más retraso lleva, más que el técnico y el físico. Y hay que tratar de que los jugadores tengan Plan B. Para los que todo es tenis, miran a su alrededor y no tienen otra cosa, se hunden. Les recomendamos que no pongan todos los huevos en la misma cesta, no ser un jugador de tenis las 24 horas del día. Porque si la vida sólo es desayunar, almorzar y cenar tenis… puede ser complejo”, agrega. El tenis (el deporte) de alto rendimiento, certifica Crespo, “no es saludable”, por todo lo que implica llegar allí y mantenerse.
La ITF, divulga Crespo, tiene a disposición para los jugadores, entrenadores y padres una plataforma académica disponible en trece idiomas, con cursos cortos sobre distintos aspectos: uno de ellos, dedicado a la salud metal (obligatorios para los juniors). Pero se plantea otro problema: la atención de las personas se redujo y muchos jugadores no saben sobre herramientas o sí, pero no las consultan. La ATP y la WTA cuentan con líneas confidenciales de ayuda. Las constantes amenazas a los jugadores realizadas en las redes sociales, la mayoría vinculadas a apostadores, llevaron a la ITF a establecer un mecanismo para reportar las agresiones virtuales y hacerlas escalar a la policía.
Qué hacen los que deben hacer
¿Cómo actúan las federaciones/asociaciones de tenis en el mundo? La USTA (Asociación de Tenis de los Estados Unidos), por ejemplo, organizó un panel en 2023 titulado “Salud mental y deporte: por qué importa”, con la participación del exnadador Michael Phelps y la tenista Naomi Osaka. La USTA, además, se unió con otras diez organizaciones deportivas a la campaña “Love, Your Mind” del Instituto de Salud Mental Huntsman y el Consejo de Publicidad (sin fines de lucro; fomenta una sociedad proactiva en la materia). La Lawn Tennis Association (asociación británica) cuenta con un Equipo de Protección y una web para informar cualquier problema (tratados en forma confidencial). Tennis Australia, el órgano rector del gigante de Oceanía, cuenta con varios programas de “salud mental y bienestar” con el título de Rally 4 Ever.
¿Qué ocurre en nuestro país a nivel institucional? La Asociación Argentina de Tenis no cuenta con un departamento dedicado exclusivamente a salud mental. Sí está presente la psicóloga Nelly Giscafré en las series de BJK Cup (ex Fed Cup). Y, según informó la AAT, tienen a otros profesionales como “fuente de consulta” y desde el Departamento de Capacitación realizan cursos afines. Todavía están pendientes las charlas prometidas por la AAT desde 2019 para capacitar a los jugadores (especialmente a los más jóvenes) sobre el severo problema de las apuestas y los arreglos de partidos; la Argentina tuvo a ocho jugadores castigados por no cumplir con el programa anticorrupción.
Cada vez son más los tenistas (estrellas o no) que hicieron/hacen públicas sus dificultades emocionales; ya no se trata de un asunto tabú. El ruso Andrey Rublev, que en abril pasado salió del top 10 por primera vez en cinco años, se ha autolesionado dentro de la cancha y recién hoy dice estar saliendo de la depresión. El año pasado, después de perder con el marplatense Francisco Comesaña en Wimbledon, tocó fondo. “Ese fue el peor momento que he vivido. No se trataba del tenis. Se trataba de mí mismo; no le veía sentido a la vida. ¿Para qué? Suena un poco dramático, pero los pensamientos en mi cabeza me estaban matando, me generaban mucha ansiedad y no podía soportarlo más”, expresó en The Guardian. Y amplió: “Ahora algunas cosas cambiaron. Estaba tomando antidepresivos y no me ayudaban en absoluto. Al final dije: ‘No quiero tomar nada más’. Dejé las pastillas y Marat Safin (su compatriota y nuevo coach, además de exnúmero 1) me ayudó con la conversación. Me hizo darme cuenta de muchas cosas y entonces empecé a trabajar con un psicólogo”.
Federico Gómez no se caracteriza por ser expresivo y vehemente, por ello es muy valioso que se haya animado a abrirse buscando ayuda. Por primera vez logró poner sobre la mesa el tema severo que lo mortifica. En medio de la tormenta tuvo lucidez para identificar el problema y dar el primer paso para intentar resolverlo. Numerosos colegas que también navegan aguas agitadas se sintieron identificados y encontraron un espejo en el cual reflejarse y no sentirse solos. Pero la pulseada continúa.