Santiago se encontraba trabajando en medio de una montaña en Japón, cuando tuvo el accidente. Una avalancha lo dejó enterrado bajó dos metros de nieve. Arriba suyo, otras dos personas habían quedado sepultadas, pero, a diferencia de él, tenían un pequeño hueco que les permitía respirar. Santiago, en cambio, vio pasar por su mente todas las imágenes de su vida desde que era un niño hasta el día anterior al accidente, y creyó que había muerto.
Durante los primeros diez minutos lloró y lanzó gritos ahogados, llenos de desesperación, pero entonces se dio cuenta de que si se calmaba y relajaba, podía apenas respirar a través de la nieve porosa.
Y entonces, justo cuando estaba a punto de adormecerse por completo, sintió un palazo en su cabeza, luego divisó a unas ocho personas, un helicóptero de las noticias, la policía, y más tarde a una ambulancia, todo en imágenes casi superpuestas. Tras media hora bajo la nieve, lo habían rescatado.
“Nunca voy a olvidar la cara de los rescatistas, totalmente asombrados porque lo que en realidad estaban buscando era a una persona ya fallecida. Más tarde me enteré de que una de las dos personas encima mío había llevado un celular en el bolsillo delantero de una mochila, a la altura del hombro, y gracias a que pudo mover uno de sus brazos por encima de la nieve, logró llamar a emergencias. Un verdadero milagro”, rememora Santiago.
Japón, un destino inesperado: “Se siente como llegar a un mundo nuevo”
Para Santiago Suárez, Japón llegó a su vida para transformar su sentido, pero, sobre todo, revelarle su vocación y propósito. Aquella porción del mundo emergió en su cotidianeidad en el 2016, cuando a su padre lo trasladaron por dos años a Tokio por trabajo. Toda su familia vivió allí, menos él, que decidió no acompañarlos porque estaba cursando sus estudios universitarios en Comunicación Social, en Argentina.
Sin embargo, el joven llegó al suelo nipón de visita. Lejos de la presión de tener que vivir allí y adaptarse, vivenció aquel acercamiento con curiosidad y disfrute. No tenía mucha idea acerca de Japón, tan solo lo asociaba a los avances tecnológicos y a los animés que veía de chico.
“La sensación de llegar por primera vez a este país es muy difícil de explicar. En primer lugar, al aterrizar, te das cuenta de que literalmente acabás de cruzar el mundo, y eso es increíble. En segundo lugar, llegás a un sitio completamente desconocido, con carteles en otro idioma con signos raros, con muchísimo sueño, ves edificaciones a las que no estás acostumbrado y que son propias de otra cultura completamente distinta y opuesta a la nuestra”, cuenta.
“Después de haber volado por alrededor de dos días, se siente como llegar a un mundo nuevo. El choque cultural es muy impactante, pero la calidez del personal que te recibe en el aeropuerto te hace sentir que llegaste a un lugar donde la calma y la prolijidad no se discuten. Ni hablar cuando tomás el primer tren o subte y prevalece el silencio, es realmente increíble. Desde el momento en que llegué por primera vez, disfruté dos semanas de vacaciones y me quedé con ganas de descubrir qué otras cosas tenía el país para mí”.
Un plan diferente en Japón y el impacto cultural: “Con todo aquello relacionado a la naturaleza del cuerpo, no tienen ningún problema”
Corría el año 2019, cuando con Mariana (su novia de ese momento), Santiago decidió embarcarse en una aventura a Japón. Con 26 años, renunciaron a sus trabajados y apostaron por un Working Holiday. La vida, sin embargo, tenía otros planes. Llegaron en febrero de 2020 con la intención de quedarse un año, pero al mes comenzó la pandemia, y con el confinamiento, Japón les extendió la visa a más de dos años.
Su primera residencia fue en Kioto, la antigua capital de Japón y un lugar de belleza increíble, que gracias a la pandemia, pudieron disfrutar sin turismo: “Nunca hubo restricción de movimiento dentro del país, que sí estaba cerrado en sus fronteras”, aclara Santiago.
Pero la ausencia de turistas trajo un gran inconveniente: la falta de trabajo típico para extranjeros como ellos, por lo que se dedicaron a hacer delivery de comida en bicicleta, lo que les permitió recorrer la ciudad mientras trabajaban.
El segundo destino fue Ishigaki, una isla que pertenece a Okinawa al sur del país. Allí trabajaron en un hotel all inclusive en el medio del paraíso: “Ishigaki es increíble, unas playas excelentes, clima tropical y lamentablemente muchos tifones. Despertar todos los días con la vista a la playa, el mar y las montañas es impagable”, asegura.
Finalmente, en el invierno japonés, llegó la montaña, en Nozawa Onsen, en Nagano, un pequeño pueblo que vive de los baños termales (onsen) y de los deportes de nieve. Allí vivieron en una casa tradicional japonesa, con tatami (un elemento esencial de las habitaciones tradicionales) y sin ducha: “Todas las noches tenía que bañarme en un sento o baño tradicional japonés que se comparte con otras personas y se debe estar completamente desnudo. Eso es algo que a nivel cultural también impacta mucho. Es una sociedad donde la gente generalmente lleva una vida muy privada, pero con todo aquello relacionado a la naturaleza del cuerpo, no tienen ningún problema”.
“Recuerdo que la primera vez que pisé el aeropuerto de Narita en Tokio fui al baño después del largo vuelo y enseguida entraron unas mujeres a limpiar como si nada mientras había otros hombres usando los inodoros. Esa escena se repetiría muchas veces más durante mi vida acá en Japón. Bañarse, ir al baño, es algo completamente natural para el ser humano, y así lo ven ellos, no hay nada de qué alarmarse”, continúa.
La felicidad de estar vivo, una propuesta inesperada y una revelación: “En ese momento descubrí mi verdadera pasión”
Nozawa Onsen marcó el punto de inflexión en el viaje. La muerte golpeó la puerta y lo despertó a otra vida. Tras el accidente, Santiago estuvo en el hospital siete días, donde se comunicó con el médico mediante google translate. Cada mañana le sacaban sangre y recibía unos dos litros de suero, hasta que un día después de Navidad recibió el alta.
“No pude pedir un regalo más increíble que ese. El día del accidente fue el peor y el mejor día de mi vida, porque me di cuenta de lo mucho que me gustaba estar vivo. Fue una experiencia que me hizo encarar ciertas cosas de otra manera, mucho más relajada”, asegura Santiago.
Tras un año en Japón, Santiago sentía que, tal vez, era tiempo de regresar a la Argentina. Pero entonces, justo cuando se dispuso a organizar la vuelta, una propuesta inesperada surgió en el camino: trabajar en un hotel que funcionaba asimismo como institución educativa. Japón, de pronto, le presentaba la oportunidad de fusionar dos áreas que siempre le habían atraído, el turismo y la educación: “Lo tomé como un llamado del destino”.
Junto a su pareja, Santiago partió hacia un lugar llamado British Hills, en medio de una montaña, en la prefectura de Fukushima a 40 minutos del pueblo más cercano. El joven quedó impactado por los medidores de radiación en la calle, pero pronto descubrió que era un lugar muy seguro para vivir.
“British Hills es un hotel que recibe a distintas escuelas y universidades de todo Japón. Vienen a aprender y practicar inglés, pero a la vez por supuesto necesitan dormir, comer y hospedarse mientras están en el lugar, por esa misma razón es que funciona como un hotel. En esta empresa la mitad del personal es japonés y la otra, extranjero”, describe Santiago.
“Después de un tiempo me di cuenta de que amaba mi trabajo. Aparte de colaborar en áreas de educación, trabajaba como mozo, entre otros servicios, pero en mi trato con alumnos de las escuelas de alrededor de todo Japón me di cuenta de que quería que mi trabajo en un futuro estuviese ligado a eso. En ese momento descubrí mi verdadera pasión”, revela Santiago, quien en aquella temporada, entre todos los empleados, recibió las mejores reseñas de los huéspedes y las escuelas.
Un paréntesis en Argentina y un regreso a un suelo lleno de enseñanzas: “El respeto no está en discusión en los colegios de este país”
Cierto día la visa marcó el fin de la aventura y en 2022, Santiago regresó a la Argentina. Probó con algunos trabajos, pero su experiencia en Japón ya había marcado su camino. Finalmente, consiguió empleo en un colegio de Vicente López, “un trabajo que amé cada día”, dice. Allí fue maestro auxiliar de Castellano para cuarto grado y comprendió hasta qué punto la docencia es imposible de ejercer sin vocación.
Los años pasaron, Santiago participó y acompañó todas las actividades escolares con entusiasmo, culminó en muy buenos términos su relación amorosa, y un buen día, un llamado trajo un aviso ineludible: era tiempo de volver a Japón.
Santiago regresó a suelo nipón en 2025, tras aceptar una oferta de trabajo de British Hills, quienes alababan su desempeño y lo invitaban a regresar: “Hay tantas cosas por ver, que siempre hay una excusa para volver. A mis alumnos en Argentina los extraño muchísimo. Las maestras a veces me mandan los saludos de los chicos; les prometí que les iba a llevar golosinas cuando volviera de vacaciones, una promesa que no puedo ni quiero romper”, dice con una sonrisa.
“Dentro de mis labores en Japón, tengo que corregir la tarea de los alumnos, hacer los tours guiados del lugar y a veces dar algunas clases especiales que son las que más disfruto, todo en inglés. Lo más duro es cuando a los colegios les toca el momento de despedirse y sabés que no los vas a volver probablemente nunca más en tu vida. Muchos de ellos me dejan cartas de agradecimiento y me regalan omiyage (souvenirs) de la localidad de donde vienen, algo que es costumbre cuando uno visita un lugar en Japón”.
“Los alumnos en Japón a primera vista son menos afectuosos que en Argentina. Pero en realidad creo que se trata de que existe una diferencia más marcada entre el profesor y el alumno. Uno de mis primeros días les choqué los cinco a los chicos y al rato vinieron todos contentos pidiendo que les chocará la mano de nuevo. Al ver esto, mi jefe de ese momento me pidió que no lo hiciera. Sin embargo, como buen argentino lo volví a hacer y no me olvido más de la felicidad de los niños que a la vez vinieron a hacerme preguntas de Argentina. Eso es impagable”.
“Otra diferencia que noto es que a veces me dicen: `cuidado que en la próxima escuela son muy ruidosos y complejos´, pero me di cuenta de que al primer llamado de atención que uno les hace, ya hacen completo silencio. El respeto es una norma primordial que no está en discusión en las escuelas de este país”.
“Cuando a las personas les comento de donde soy, lo primero que me responden las generaciones más chicas es: `Messi´, por supuesto. Los adultos me hablan de Maradona y los más viajados me cuentan sobre las Cataratas de Iguazú, el Perito Moreno y los restaurantes que sirven carne en Buenos Aires. Muchas personas conocen Argentina y eso me pone muy contento y orgulloso”.
Los vínculos humanos y las formas de trabajar en Japón: “Se hace difícil imponer nuevas ideas”
En el nuevo regreso, Santiago ya estaba un poco más acostumbrado a los terremotos, muy frecuentes. Por otro lado, ya conocía el área rural donde se instaló, feliz por el retorno. Había extrañado los paisajes con los arrozales, montañas y santuarios perdidos, también a la gente, muy amable y abocada a su comunidad: “es algo increíble”.
“El monoambiente donde vivo queda dentro del complejo hotelero y está en el medio del bosque. A diario recibo las visitas de los ciervos, ardillas, liebres y muchos osos que por suerte no son tan curiosos y deciden alejarse rápido”, continúa.
“Con respecto a trabajar con japoneses a veces se hace difícil imponer nuevas ideas porque son tan estructurados que se adaptan a un guión o reglas que ya están impuestas y por más que uno encuentre una manera más efectiva de hacer algo, se debe terminar haciendo de la forma en que ya está estipulada. Existe un doble y hasta triple chequeo de cualquier tarea que tiene como resultado una gran efectividad, pero que en parte hacen que uno pierda un poco de confianza en uno mismo, porque uno sabe que cualquier cosa que haga después va a ser revisada tres veces más aunque se trate de algo muy básico”.
“Tengo que destacar que el presidente de la compañía trabaja a la par en la misma oficina que todos. Todos trabajan a la par no importa el rango y siempre tratan de dar el ejemplo”, continúa. “Relacionado al tema de la amistad, es difícil hacerse amigos de verdad como los que uno tiene en Argentina. Nuestros conceptos de amistad son muy distintos. Hay personas que considero amigos en Japón, pero no son tantos como los que tengo en mi país. Generalmente se trata de japoneses que vivieron en el exterior y son más sueltos a la hora de conocer gente, seguramente porque conocieron otras culturas y saben cómo manejarse. Soy una persona muy sociable y me encanta tratar con gente. Acá en Japón a veces crees que pegás buena onda con una persona y después cuando le mandás un mensaje te responde a la semana”.
“Acá en el momento de armar un plan todo suena muy divertido, pero cuando llega el día del evento dos meses más tarde, ya la emoción se esfumó. Creo que ese es un factor común en otros países también. Ese es uno de los motivos por los cuales amo Argentina”, agrega con una sonrisa.
Vivir con propósito y pasión: “Ojalá en un futuro pueda llevar todo aquello que aprendí y aplicarlo de alguna manera en mi querido país”
Tres años pasaron desde que la muerte rozó a Santiago en medio de una montaña japonesa. Aquella tierra a la que una vez llegó por su padre, se transformó en su camino, pero, sobre todo, en una fuente de enseñanza: la vida es ahora, es mejor andarla sin tanto equipaje, pero con propósito. En su caso, servir a viajeros y acompañar a los más chicos en su camino educativo.
Y tres años son los que ya lleva vividos en Japón, sin contar su regreso intermedio a la Argentina. A pesar de hablar poco el idioma, se descubre comunicándose sin problemas: “Si hay voluntad, se puede” . Para Santiago, no es fácil vivir en un lugar tan opuesto a su tierra, tan lejos de sus seres queridos, tan lejos de sus alumnos y, en especial, de su San Lorenzo querido.
“San Lorenzo es mi cable a tierra y hace que esté conectado con mi país desde el otro lado del mundo. Mi calendario de trabajo lo armo en base a los partidos que juegue el ciclón. Por suerte mi jefe ya sabe que sufro de esa pasión que no tiene retorno y me deja elegir los días libres sin problema”, sonríe.
“Amo mi país y siempre trato de representarlo de la mejor manera. Pero vivir en el extranjero te hace crecer muchísimo a nivel personal, siempre me dije que después de estar acá puedo vivir en cualquier lado. Vivir en el exterior te enseña a valorar el país del cual uno proviene. Uno aprende a extrañar cosas que no sabía que extrañaba, o incluso cosas que tal vez no me gustaban. Se aprende a querer estando lejos”, reflexiona.
“Japón es un lugar increíble para venir de vacaciones, pero no está hecho para todos a la hora de decidir quedarse. Las diferencias culturales son enormes y si tu personalidad no encaja con esta sociedad, es difícil durar mucho tiempo acá. Sin embargo, la calidad de vida es muy buena”.
“Hoy, a mis 31 años, disfruto vivir acá. Estudio japonés y estoy haciendo el tramo pedagógico a distancia para perfeccionarme en mi vocación”, continúa Santiago, quien en sus tiempos libres toca el piano y la guitarra. “Japón es un lugar hermoso y lleno de oportunidades. Cuando puedo, me pido algunos días de vacaciones y recorro las distintas prefecturas del país. Ojalá en un futuro pueda llevar todo aquello que aprendí y aplicarlo de alguna manera en mi querido país”, concluye.
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