Para tomar un punto de partida nítido -año 2003- nuestro país tiene conducciones políticas que para construir hegemonía decidieron fijar como estrategia el conflicto y la estigmatización de todo aquel que no piensa igual. El consenso fue sustituido por la claudicación, el sometimiento o la rendición. El diálogo fue erradicado por la imposición de criterios. Llevamos 22 años viendo como la pelota de tenis pasa de un lado a otro. Y todo aquel que proponía salir del negocio bilateral de la grieta era acusado de ser funcional a uno u otro, pese a resistirse a ser parte de ese círculo vicioso.
En estos años sumamos más población y restamos riqueza logrando solo espasmos de crecimiento o mejoras económicas, impulsados por: pesificación asimétrica al inicio, subsidios directos o indirectos, con endeudamiento para cubrir déficits o mantener barato al dólar -verdadero dios argentino al que todos rezan- y por inversiones en actividades extractivas.
Con un sistema de pelea política sistémica, la mayoría de ellas creadas y no espontáneas, donde no hay una zona franca de consenso que asegure previsibilidad y estabilidad más allá de la alternancia política; la inversión a largo plazo que asegure crecimiento, empleo, y un horizonte de progreso se plantea como utópica. Líderes tóxicos, mesiánicos y corporativos que no sienten el bien común y bienestar general, terminarán siempre optando por estrategias de conflicto y no las de colaboración que a lo largo de la historia fueron las creadoras de conocimiento y valor.
Pero la inestabilidad político-emocional y la supresión de la cordura no solo resultan un atributo criollo. Hoy Donald Trump plantea que hay que hacer todo lo contrario, un auténtico giro de 180° a lo que, desde Ronald Reagan y sus sucesores en toda la década de 1990, sostenían que el mundo debía hacer. Nos llevaron de narices a la globalización como nuevo paraíso, y ahora sin pestañar, aquella resulta ser una maldición, pasando a ocupar el aislacionismo y el proteccionismo el papel de nueva señal divina. No solo fuimos empujados los países subdesarrollados; ya que aquella ola a favor de la globalización era para que las empresas estadounidenses se expandieran ante la caída del colectivismo y el nuevo papel hegemónico del capitalismo: vayan, conquisten la economía mundial montando fábricas en la India y China. Ahora Donald Trump amenaza a propios y extraños para volver al añorado “made in USA”.
En estos años se está imponiendo en el mundo y desde hace dos décadas en nuestro país, una cultura tóxica -no inocente- que se impone a la sociedad y a las organizaciones de todo nivel basada en el conflicto, donde solo existen dos lugares: sos amigo o enemigo. Pícaramente se ha inventado un término para desacreditar a todo aquel que reniega de ese juego que sintetizado en una vieja frase criolla se resume en “pasala vos, dámela a mí”. Se habla de “Corea del medio” para hacer referencia a un “no lugar”. Falsa y maniquea idea. Son aquellos que plantean visiones positivas y se plantan en definir estrategias basadas en lo que se quiere ser y hacer, no en aquello que no queremos ser y que debe ser destruido. Eso que estratégicamente los operadores de la grieta llaman “Corea del Medio” fue Japón, que decidió no ser “ni yanqui ni marxista” recordando la grieta setentista. En Japón hay confrontación de ideas, de intereses, proyectos, que se resuelven por medio de la democracia y las instituciones. El conflicto tiene su espacio, su ring donde es dirimido. En la Argentina el ring tiene 2.780.400 km2 y los más de 45 millones de habitantes son compelidos a ser boxeadores.
Esta cultura llevada a la práctica unifica a los dos bandos supuestamente antagónicos en uno solo: el “team conflicto” que destruye valor, que cancela oportunidades; que vive del poder corporativo presente y veta toda idea de futuro en paz y progreso, desacreditando o burlándose de quienes quieren salir del circulo de decadencia que destruye las energías productivas.
En el mundo de hoy cada mañana nos desayunamos con un nuevo conflicto político, comercial o bélico en algún punto del planeta. Esto se reproduce en el plano doméstico. Es la cultura tóxica del conflicto. Debemos recordar que en algún momento Galileo no era señalado como un genio sino como un hereje; del mismo modo que amplios círculos políticos de EE.UU. resistían la radicación de Einstein en ese país por ser supuestamente simpatizante comunista. Veían eso, no a un genio científico único. Vale aclarar de paso, que las universidades “si la veían”.
Otra cultura, otra Argentina
Robert Nisbet en su libro History of the idea of progress se preguntaba ¿qué es el progreso? Y para hilar una respuesta afirmaba que su concepto se formaba a partir de la idea de avanzar que “… se centra en la situación moral o espiritual del hombre en la tierra, en su felicidad, su capacidad para liberarse de los tormentos que le infligen la naturaleza y la sociedad” y así concluye que “… el objetivo del progreso, el criterio de avance, es la consecución en la tierra de esas virtudes morales o espirituales y, en último término, el perfeccionamiento cada vez mayor de la naturaleza humana…”
Si nos apoyamos en las ideas de Nisbet, ¿podemos imaginar que los conflictos, las batallas tanto reales como simuladas, la construcción de enemigos para inventar guerras que presionen a un posicionamiento de un lado o de otro, constituyen un estado social y político propicio para generar valor; para identificar oportunidades de progreso individual y colectivo?
Ahora, ¿cuántas oportunidades de negocios, de trabajo, de creaciones intelectuales, podrían multiplicar valor si la energía estatal-política se concentrara en articular ideas y fuerzas creativas de la sociedad y no manipularlas al servicio de sus proyectos hegemónicos, sea por derecha o por izquierda?
No hay progreso donde el conflicto se expande como una gangrena, potenciada por estrategias políticas. “Izquierda y derecha uníos”, parece la consigna ya que ese patrón cultural para sumar o retener poder es común. No se trata de proponer medidas objetivamente distintas con semillas diferentes, sino de asegurar tener tierra fértil y cuidada en sus propiedades para poder obtener las cosechas deseadas.
Sin embargo, dentro del país hay fuerzas y energías que buscan autonomizarse del ambiente tóxico para progresar. La vida continúa, el despertador volverá a sonar mañana. La comida debemos obtenerla cada día. Como debo vestir a mis hijos y a que escuela irán son preocupaciones que no se distraen en peleas o disputas frívolas. El día a día de las personas y organizaciones solo tienen una consigna y se asocia a la palabra mañana. No hay pasado, solo futuro e interrogantes. La misión de las personas y organizaciones es progresar, sobrevivir día a día y con los ojos puestos en su futuro.
Por ello, solo existe una salida en nuestro país: que tanto personas como organizaciones internalicen la cultura de la colaboración y la articulación como forma de sumar valor. Compartir lo que unos y otros saben o conocen para aprovechar las energías positivas para resolver problemas, para indagar y obtener soluciones. Vivimos un estadio del conocimiento y tecnología inigualable para dar un salto al progreso si se adopta la estrategia correcta. El mismo conocimiento y tecnología hoy se utiliza para destruir valor y hasta reputaciones impulsando las redes como herramienta al servicio del conflicto. Estos “no la ven”.
Es curioso, pero mientras que la política en nuestro sistema democrático persiste en el conflicto sistémico consolidando un círculo vicioso que cancela el futuro; se desarrolla y crece un ecosistema empresario, de ONG, de instituciones del conocimiento, que comprenden dónde debe ir el mundo si quiere asegurar progreso y bienestar. Se advierte que la sostenibilidad y la innovación son las estrategias positivas creadoras de valor para el futuro. Son la tierra fértil donde las nuevas tecnologías permitirían obtener buenas cosechas. Tanto la sostenibilidad como paradigma, sumando a la innovación como cultura y estrategia, permitirán a las empresas asegurar competitividad para integrarse a las nuevas condiciones en la sociosfera.
El conocimiento y los nuevos modelos de producción y consumo (economía circular) permitirían recuperar valor que hoy se desperdicia, eliminar problemas ambientales, reducir el gasto público (y corrupción) en la gestión de residuos, la creación de nuevos modelos de negocios generadoras de trabajo y valor agregado; el desarrollo territorial para habitar e invertir sin los problemas de las grandes urbes. Nuevas industrias y transformación de las existentes encuentran en la colaboración y sostenibilidad un camino llano para mejorar la competitividad de forma de poder acceder a mercados que con la nueva gobernanza (Unión Europea) les resultaría difícil y hasta imposible de ingresar con sus productos.
Ya lo vimos y lo estamos sufriendo; ayer nos decían que el mundo iba para un lado (globalización), luego dicen que va para el lado contrario. Los Trump de la vida van y vienen, las tendencias tecnológicas y de condiciones planetarias son científicamente predecibles y objetivas. Hoy están a la vista y hay que tener autonomía de criterio y saber que hay espacio para decidir un futuro más allá de las coyunturas políticas inestables. Hay margen para decidir y actuar.
Todos queremos que nuestros hijos vayan a la escuela y sabemos porque eso es muy importante. No lo decidimos en función de la dirección en que se mueve la ola coyuntural de un gobierno o ideología. Del mismo modo deben pensar y actuar los actores e instituciones económicas y sociales. Hay estrategias y herramientas disponibles para independizarse y actuar. Hay que soltar el pasado y a quienes persisten en compartir la pasión por la decadencia y toxicidad, propias de personalidades y estrategias donde todo es conflicto.
Los gobernantes van y viene, incluso los mismos con camisetas distintas, pero nuestra familia, hijos, empresa, trabajo, club de barrio, no cambian en anhelos o propósito de vida. Es un trabajo espiritual e intelectual, convencernos que podemos escapar a los juegos psicopáticos que buscan manipular a la sociedad, un día para un lado, otro día para otro. Pensar en positivo y con la proa al futuro es la base para optar por estrategias disponibles desde el lado de la sociedad civil y sus actores. Ello, mientras esperamos que la cordura y la búsqueda del bien común vuelvan a primar en la política pública.
Mg. en Economía Circular, Universidad de Burgos, profesor de Economía Política, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales UNLP.