Entre tanto folklore, escuchar una ópera lo sorprendió y marcó su destino lejos de Catamarca: “Mamá, entré al Teatro Colón”

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Hay una escena icónica en la película Match Point, de Woody Allen, en la que una pelota de tenis golpea la red y queda suspendida en el aire, mientras una voz en off dice: “La gente tiene miedo de reconocer que una gran parte de la vida depende de la suerte”. Durante esa reflexión, suena un aria de la ópera El elixir de amor, de Gaetano Donizetti: Una furtiva lágrima.

Eso fue lo que escuchó Nicolás Romero, cuando tenía 22 años, y sintió que su corazón se aceleraba. Algo en aquella voz lo conmovió tanto que necesitó saber quién cantaba. Con su hermana buscaron información: se trataba de Luciano Pavarotti. Aunque por entonces él no sabía de ópera, comprendió que era eso lo que quería hacer por el resto de su vida.

Había nacido en San Fernando del Valle de Catamarca, tierra de zambas y chacareras. Escuchaba a muchos cantantes de folklore pero a ninguno de ópera catamarqueño. En el año 2009, ese punto de inflexión le mostró un camino posible. Pero para eso había que prepararse.

Con dos grandes, Duilio Smiriglia y Nahuel Pennisi Foto, Gustavo Covaro

El barrio, la música, la infancia

La Chacarita es un barrio de los más antiguos de Catamarca. Ahí, las casas comparten espacio con negocios y canchas de fútbol que rodean al centro de la ciudad, en el departamento de Capital. Quienes vivieron la tranquilidad de los años 90, recuerdan que los chicos solían jugar en las calles, plazas, o en patios con árboles frutales.

Algo de eso se le viene a la memoria a Nicolás, sus padres todavía jóvenes y saludables, el patio y los interminables partidos de fútbol con sus primos, imágenes que se le vienen cuando escucha Herida Azul, de Raly Barrionuevo. Su madre, que tuvo un salón de belleza, en la adolescencia había estudiado canto. En su casa siempre sonaban Los cantores del Alba o Los Chalchaleros. “Todas esas canciones que cuando ella las escucha, a pesar de tener Alzheimer, imposta la voz como soprano y canta”. De su padre, que fue en su infancia y juventud un gran músico bandoneonista y en su adultez cantante de tango, heredó la proyección natural. “Después se fue a vivir a Buenos Aires cuando tenía 20 años y se hizo muy amigo de los tangueros famosos”. A su regreso, formó una familia.

No fue tan extraño que pronto descubriera que él estaba determinado por la música. Siguió los pasos familiares, estudió canto y hasta fue elogiada su voz por algún ícono catamarqueño del folklore, pero aunque todavía era pronto para decidir su futuro, tenía un deseo recurrente: soñaba con un trabajo donde tuviera que vestirse de traje. Sus padres les dieron libertad a él y a su hermana, para decidir a qué se querían dedicar. La música era un destino incierto, pero el más verdadero.

Al Colón y más allá

Apenas egresado del colegio, trabajó en un comercio y en atención al público. Al descubrir la ópera, empezó a estudiar con el tenor Silvio Arias. “La voz se iba madurando, cada semana, mostrando su naturaleza”. Llegaron a organizar algunos conciertos en la provincia, con invitados internacionales y pronto sintió que podía producir sus propios conciertos.

Con el dinero que ganó, estudió dos años en Buenos Aires con Horacio Mauri, quien fuera maestro del tenor José Cura. Así, en 2015, se sintió preparado para rendir el ingreso al Teatro Colón.

“El último día que yo rindo la cuarta prueba del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, fue un 18 de diciembre, el cumpleaños de mi hermana. Me paré ahí, en semejante escenario, el teatro vacío, con los profesores y un piano de cola que sonaba impresionante; con mi traje y los zapatitos viejos.” Se sentía pequeño ante semejante inmensidad, pero cantó lo mejor que pudo, dos arias de ópera, una en italiano, la otra en francés. Y aunque no quedó conforme, le alcanzó para demostrar que tenía lo necesario para ser un elegido.

El tenor Catamarqueño Nicolás Romero

Fue el primer catamarqueño en ingresar a ese espacio privilegiado. Entonces pudo decir: “Mami, entré”, y compartir semejante logro con su familia. Hoy afirma que hubiera sido muy difícil sin su apoyo. El paso por el instituto significó aprender a buscar la excelencia en el trabajo diario vocal. “Para mí fue la apertura mental, realmente era muy exigente. De aquella época guarda en su memoria un lugar especial para su profesora rusa, Rozita, con la que siguió en contacto aun después de estudiar en el exterior. El Teatro Colón le abrió la cabeza y a su vez, muchas puertas. Su nombre, su prestigio, son reconocidos en todo el mundo.

En aquel primer año ganó un concurso y lo llevaron a cantar tres conciertos en Nueva York: “Nunca había salido de viaje internacionalmente, fue mi primera vez. Llegamos al aeropuerto JFK y nos buscaron tres camionetas negras”. No estaba acostumbrada al trato de una estrella. De un barrio popular de Catamarca a cantar en pleno Manhattan. Entre los personajes de la farándula internacional, aquella noche asistieron Carolina Herrera y el nieto del magnate Rockefeller.

Tenía las puertas abiertas para proyectar su carrera. Invitado por un alemán que producía cenas de ópera, (Opera Dinners) en todo el mundo, volvió a cantar, esta vez en el penthouse del Olympic Tower, en la Quinta Avenida. Un par de audiciones y masters le sumaron experiencia. Y hasta probó suerte en America ‘s Got Talent en Los Ángeles: aunque pasó tres pruebas y podría haber continuado, tuvo que volver a la Argentina por la salud de su papá. Para Nicolás Romero, no fue una decisión fácil buscar el equilibrio entre los sueños propios y las necesidades ajenas, sobre todo cuando sus padres precisaron más atención, y se tuvieron que repartir el cuidado con su hermana.

Nicolás Romero con la prueba de su ingreso a Americas Got Talent

Al siguiente año volvió a Nueva York, una ciudad que puede resultar gélida, más si te ves obligado a manejarte solo, con un inglés básico. Para él fue un doble desafío, comprender todo lo que era posible alcanzar con sus cuerdas vocales, al mismo tiempo que viajaba y se presentaba en diferentes audiciones.

Como todo cantante apasionado, dedicaba horas al entrenamiento vocal. Tomaba clases todas las semanas con el maestro siciliano Jack Li Vigni, y con el pianista y director de orquesta Kamal Khan. “También me iba a Filadelfia en colectivo. Hacía frío, estábamos en invierno, y a las dos de la tarde, ya estaba todo oscuro. Y bueno, me daba melancolía tener a la familia tan lejos, pero seguía buscando mi sueño”.

Nicolás Romero compartió escenario con muchas voces, incluido Manuel Wirtz

En una de sus últimas presentaciones, Nicolás estuvo en un hotel de la Quinta Avenida, en el mismo salón en el que se filmó la película Perfume de mujer. Había visto esa película con su padre, amante del tango, y recordaba aquella escena en la que Al Pacino bailaba Por una cabeza. El evento se llamaba La noche argentina y fue el artista que cerró el show, ante varias celebridades. Jamás hubiera imaginado que tendría la chance de cantar —con el acompañamiento de su amigo pianista, Matías Chapiro—, el clásico inmortalizado por Carlos Gardel.

Lo que el arte le regaló, los amigos de la música

La vida del cantante de ópera, puede dar muchas satisfacciones. Experiencias inolvidables en lugares increíbles que de otra manera no conocería. “En Berlín cantamos en dos o tres conciertos, en el Apollosaal de la Staatsoper Unter den Linden y otros conciertos de Alemania”. Además se presentó en Madrid, Barcelona, Roma y París.

Ahí, en la ciudad francesa, fue parte de un concierto en un palacio sobre la avenida Champs-Élysées, donde había gente de todo el mundo en una de las prestigiosas Opera Dinners. Fue el único tenor que compartió escenario aquella noche con una soprano y un bajo. “Canté un repertorio, desde Nessun Dorma, hasta canzonetas como O’Sole Mio. Fue muy emocionante”.

Nicolás Romero con Julia Zenko, en Santa María, Catamarca, 2023 Foto_ Gustavo Covaro

Tal vez si tuviera que elegir un lugar en el que se siente como en casa, sería Roma, con su arquitectura imponente y su gente cálida, parecida a la de Buenos Aires. Así se relacionó con Delfo Paone, un tenor romano con el que cantó en una iglesia antigua que usan para conciertos, con una acústica extraordinaria. “La música ha hecho que tenga amigos en todas partes del mundo, muchos de mis compañeros del Instituto del Teatro Colón se fueron a vivir afuera”. Una mención especial merece su vínculo con el tenor Duilio Smiriglia, “él ha sido parte de mi vida musical y hasta el día de hoy es un gran amigo. También he tomado muchas clases con él, me ha enseñado mucho”. Compartieron tanto conciertos pequeños como multitudinarios, varios con fines benéficos para hospitales públicos; en Catamarca y Buenos Aires. Y estuvieron juntos en el Congreso de la Nación, en el programa Música de mi patria. “Ahí hice un pequeño homenaje a Catamarca, con dos zambas. Canté el Ave María y cerramos con Yo vengo a ofrecer mi corazón y Parla Più Piano, la canción de la película El padrino”.

En la Catedral de Catamarca, Nicolás le canta a la Virgen del Valle (2017)

Con una fe inquebrantable y devoto de la Virgen del Valle, siempre la visita cuando está en su provincia. Y cada vez que se acercó al Vaticano, fue a ver al Papa Francisco; la última, el miércoles 26 de octubre del 2024, cuando su salud ya estaba muy deteriorada. Gracias al monseñor Guillermo Karcker Argentino, pudieron hablar con él. “Cuando pasó lo saludamos, le pedimos una bendición para Catamarca, y nada, fue muy emocionante porque para mí Francisco fue algo único y eso lo charlamos siempre con mis amigos. Me emocionó mucho verlo ahí, realmente fue un referente en lo humano”.

Nicolás Romero ha cantado con gran cantidad de artistas reconocidos, no solo del ámbito lírico. Con varios de ellos organizó conciertos en su provincia. En los primeros años invitó a La Orquesta Sinfónica del Teatro San Martín de Tucumán y la de la Universidad de San Juan. “En esos tiempos, pudimos hacer muchas cosas culturales y estoy muy agradecido por el apoyo que tuvimos”.

En formato de “Tres tenores”, o como solista, ha compartido escenario con Patricia Sosa, Manuel Wirtz, Lito Vitale, Peteco Carabajal o Julia Zenko. La presencia de Matías Chapiro —dice—, es indispensable no solo como pianista, también como maestro. “Un chico joven pero talentoso que nos ha enseñado, nos exige mucho para que estemos a la altura, levantemos la vara, un talentoso musical. Matías es una orquesta tocando un piano. Y haciendo arreglos y demás”. Por su intermedio, tuvo la posibilidad de dar conciertos con Elena Roger. “Llevé a su familia a El Rodeo, realmente son amores de personas”. En la misma localidad turística produjo, en 2022, un espectáculo con Nahuel Pennissi, ante 15 mil personas. “Tiene una historia muy linda de superación y lo que transmite en el escenario, es un talento único que tenemos en Argentina, una persona maravillosa”. Como cantante de ópera le interesa trascender cualquier tipo de fronteras, no solo de estilos, también de públicos. “La música es un solo idioma”, asegura.

(Video: Bella Ciao. Elena Roger, Florencia Benitez, Nicolás Romero, Juan Feico)

Por eso visita las escuelas con el mismo entusiasmo de ver un teatro repleto, como en Carachi, al norte de Belén, a 3600 msnm. “No existen caminos, tuvimos que ir en 4×4 con mi amigo Jorge Sola. Llevaba comida, colchones. La segunda vez que fui, tuve la posibilidad de cantarles a los chicos”. Otra experiencia inolvidable fue brindar su tiempo y su don en un hogar de ancianos. De los conciertos más recientes, rememora el que compartió con Darío Volonté y Duilio Smiriglia, a beneficio de los pacientes oncológicos en Cuidados Paliativos del Hospital Roffo. “Saber por qué uno hace eso, para qué, es muy emocionante, fue algo como espiritual, algo que me llenó el alma”.

El viernes 18 de julio Nicolás Romero tuvo la oportunidad de cantar el Himno Nacional Argentino en la inauguración de la Fiesta Internacional del Poncho. “Estoy muy contento, feliz de poder estar en mi provincia”. Durante la pandemia lo había hecho, pero en un teatro para la transmisión en vivo, sin público. Por eso era importante para él volver a estar presente.

El cantante continúa con sus proyectos a gran escala y con su carrera en el exterior. Reconoce que Argentina tiene todo lo que lo constituye como persona. “Estoy en la producción de mis propias canciones. Quiero seguir creciendo en mi carrera, me quedan muchos sueños por cumplir”.

La exigencia, los afectos y la distancia

En 2020, cuando la pandemia frenó las presentaciones, Nicolás —siempre emprendedor— puso un local al público. “Me vi en diferentes roles y entendí que puedo hacer muchas cosas porque me he preparado para ello, sin darme cuenta”.

El tenor Catamarqueño Nicolás Romero

Aunque sabe que el arte es lo suyo y lo sienta a flor de piel, a lo largo de su carrera las exigencias tuvieron su peso. “Y eso lleva a que muchas veces uno se estrese, aumente la ansiedad, que no está mal, pero hay que saberla controlar. La vida siempre me regala sorpresas gratas”.

Educar la voz es un trabajo de por vida; más allá del talento, se necesita mantener el órgano fonador en las mejores condiciones. Nicolás Romero invierte en estudio y disciplina. Todos los días entrena. Pone atención al diafragma, la respiración, el oído. “Estudio, con mi piano vocalizo, canto. Me estoy preparando constantemente para las presentaciones”. Además estudia inglés, italiano y fonética.

“En la parte física tengo un compañero de caminatas”, con él recorren con frecuencia varios kilómetros por los alrededores de la ciudad catamarqueña. Y, por supuesto, descansa y cuida su corazón. “Tratamos de mantenerlo bien, comiendo mucho asado. Sin grasa, sin grasa”, ríe.

El tenor, entre su tierra y los viajes, admite que le encantaría llevar a las personas que quiere para que vivan lo que siente cuando está arriba del escenario. Como artista sensible, considera que lo negativo es haber dejado mucho tiempo a su familia. En 2013 conoció a quien hoy es su esposa. “Formamos una familia. Nos elegimos todos los días”.

Su vida dedicada a ofrecer su don tiene un sentido. “Uno descubre que cuando canta y a la otra persona le eriza la piel, es ahí donde uno resume todo lo que hizo, todo el trabajo, porque realmente dice, bueno, nací para esto. Y eso es lo que uno busca, por ahí, en el aplauso. Nos recarga mucha energía para seguir adelante. Entregar lo que Dios nos prestó, para después devolvérselo en estos pequeños actos. Es lo que yo siento”.

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