Epecuén, a 40 años de la inundación: el pueblo que emergió de las aguas con la fuerza de la memoria

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Villa Epecuén es un claro ejemplo de que el caos puede estar lleno de hermosura y magia, pero también melancolía y una profunda herida que no termina de sanar. Ubicado en el partido bonaerense de Adolfo Alsina, el pueblo llegó a tener 1500 habitantes y dos líneas de trenes que lo conectaban. Cada verano recibía unos 25.000 turistas, en gran parte atraídos por el alto poder curativo y la salinidad de sus aguas termales, similar a la del Mar Muerto. Pero la prosperidad se detuvo abruptamente el 10 de noviembre de 1985, cuando fue completamente inundada por el Lago Epecuén debido a una sudestada que provocó la rotura del terraplén de contención y tuvieron que evacuar el lugar. Algunos se marcharon con la ilusión de que volverían y otros sabían que eso nunca ocurriría.

Epecuén atraía más de 20.000 turistas cada verano (Foto: Patricia Bonjour)

A fines de la década de 1980, una intensa sequía afectó a las lagunas de la zona. En particular, la región de Guaminí vio caer en picada su principal motor económico: la pesca deportiva y comercial del pejerrey. Ante este panorama, los productores solicitaron al gobierno de entonces una serie de obras hídricas para inyectar agua del Río Salado. La única intervención que se concretó fue la construcción del Canal Ameghino, una obra crucial, aunque sin las compuertas y contenciones adecuadas.

Epecuén, en plena inundación (Foto: Patricia Bonjour)Hasta 1993, la ciudad permaneció sumergida siete metros bajo el agua. Con el tiempo, el agua empezó a retirarse y se revelaron las ruinas que hoy atraen a miles de turistas (Foto: Gustavo Gatto)

La apertura de este conducto comenzó a llenar las lagunas de las Encadenadas del Oeste y el problema se agravó cuando esta sequía dio paso a un período de lluvias potentes. Las lagunas no tardaron en desbordar y la desesperación por proteger los campos llevó a la construcción de canales ilegales para derivar el exceso de agua. Todo ese caudal terminó por confluir en Epecuén, la última laguna del sistema. Al no tener una salida natural ni otras derivaciones, el pueblo quedó a merced del agua, que en poco tiempo sepultó la villa turística. Aunque no hubo víctimas mortales, los habitantes perdieron todo. Hasta 1993, la ciudad permaneció sumergida siete metros bajo el agua. Con el tiempo, el agua empezó a retirarse y se revelaron las ruinas que hoy atraen a miles de turistas.

La crecida del Lago Epecuén rompió el terraplén de contención (Foto: Patricia Bonjour)

Epecuén, entre la magia y los recuerdos

“A mí Epecuén no me provoca tristeza, eso fue en su momento”, expresó en diálogo con LA NACION Viviana Castro, guardaparque de la Reserva Natural, Histórica y Cultural Laguna Epecuén. Viviana tenía 20 años y un hijo de un año cuando vio cómo el agua avanzaba sin piedad sobre las calles que la vieron crecer, una secuencia que todavía permanece intacta en su memoria.

Actualmente, Viviana Castro es guardaparque de la Reserva Natural, Histórica y Cultural Laguna Epecuén (Foto: Viviana Castro)

Viviana comentó que si bien no sintió miedo, sí mucha adrenalina durante aquellos días. Recordó que su padre le indicó que usara botas de goma, un consejo que marcó su experiencia inicial. “Estuve como tres o cuatro días con las botas de goma puestas”, dijo al tiempo que señaló sus pies con el dolor intacto, como si hubiese ocurrido ayer. “Se me hicieron ampollas porque en ese momento el clima era caluroso, estábamos en noviembre, además de la humedad que había en el suelo… Me toco la pierna y me acuerdo de cómo me ardían”, señaló.

Una mirada bastaba para que se entendieran. Mientras el agua entraba, Viviana miró a su padre, quien, con un simple gesto, le transmitió el peor presagio: “Nos vamos a inundar y no vamos a poder volver nunca más acá”.

Viviana Castro nació y creció en Epecuén, tenía 20 años cuando ocurrió la inundación (Foto: Viviana Castro)

Algunos días después de que el agua empezara a filtrar en el terraplén, ella, su hijo de un año y su mamá se subieron a un tren para trasladarse a la ciudad de Buenos Aires. “Mi papá se quedó ayudando a toda la gente que podía”, manifestó. A raíz de esto, recordó que cuando vio a su padre unos meses después “había envejecido 20 años de golpe”. “Estaba todo barbudo, quemado por el sol, flaco, demacrado… Y sabía que no íbamos a volver nunca más”, remarcó.

Al hablar del desastre que dejó en ruinas a Epecuén, Viviana resaltó que la catástrofe fue producto de la acción del hombre y no, como se creyó por años, un fenómeno de la naturaleza. Algunos habitantes de Epecuén, aquellos con una mejor posición económica, iniciaron juicios contra el Estado, aunque el proceso para recibir una compensación se extendió por años. En el caso de la bisabuela de Viviana -quien era dueña de un hotel-, cobró una parte del juicio a los 94 años, una década después de haberlo iniciado. “Los herederos no pudimos cobrar nada”, destacó.

Hoy, como guardaparque, Viviana camina a diario e incluso por las noches entre los restos salinos y reconoce que la villa adquirió una nueva belleza, una “magia” en el paisaje de ruinas que, aunque melancólico, la conecta con su infancia. “¿Por qué tengo ganas de estar acá si esto está todo roto?”, se preguntó en diálogo con este medio y concluyó: “Está todo oscuro y yo no tengo miedo de caminar por estas calles porque esta es mi casa”.

Epecuén, entre la memoria y el dolor

Patricia Bonjour es exhabitante de Epecuén y autora del libro Epecuén: en la memoria de las ruinas, en el que recopiló el testimonio de 40 personas que, tal como contó en una charla con LA NACION, “con toda vulnerabilidad que aún sienten pusieron el alma de manera descarnada”.

Patricia Bonjour en una de sus visitas a Epecuén (Foto: Patricia Bonjour)

“Cada entrevista que hice, yo les pedía hablar por un ratito y eran cuatro horas, cinco… Y agradecidos porque los había tenido en cuenta. Algunos era la primera vez que hablaban. Esto estaba plagado por un llanto compartido porque no te podés condoler frente a tanto desgarro vivido, es la pérdida”, manifestó Patricia sobre su experiencia al hablar con otras personas que vivieron en el pueblo.

Patricia Bonjour es exhabitante de Epecuén y autora del libro Epecuén: en la memoria de las ruinas (Foto: Patricia Bonjour)

En ese sentido, y para resumir lo que la inundación significó para los que la vivieron, recordó una frase de su prima, quien en ese entonces tenía 17 años. “Yo decía ‘no tengo a dónde volver’. Y Claudia la completó y dijo: ‘Soy un paria en el mundo’. No hay lugar donde volver, porque vuelvo a Carhué, pero no es mi casa, viven mi hermana, mi mamá, pero esa no es mi casa”, manifestó melancólica.

La familia Bonjour décadas después del desastre (Foto: Patricia Bonjour)

Mi libro está dedicado a los pioneros, a los fundadores invisibles del pueblo que lo eligieron como su lugar en el mundo. No todos tenemos las mismas estrategias, no todos tenemos el mismo umbral de dolor… hay quienes eligen quedarse en el dolor”, señaló. Y continuó: “Una frase muy conocida es el dolor es inevitable, el sufrimiento una elección. Hay gente que está aferrada al sufrimiento como lo que preserva de su Epecuén. Uno no puede más que abrazar a esa persona y respetar su dolor”.

En las páginas de Epecuén. En la memoria de las ruinas, Patricia transitó con una sensibilidad especial la delgada línea entre la dicha y el desastre. La autora declaró que su objetivo fue mostrar la dinámica del pueblo a modo de caleidoscopio, una sucesión de múltiples miradas donde la felicidad de los veraneos y la desgracia de la inundación conviven. Bonjour comprendió que Epecuén era la suma de ambas caras.

En esa línea, la tarea que encaró la exhabitante trascendió la mera recopilación de historias. Para Bonjour, el libro se volvió una misión urgente en el presente.

Para Bonjour, el libro se volvió una misión urgente en el presente para resguardar la memoria (Foto: Patricia Bonjour)

“Necesitamos resguardar la memoria. En tiempos en los que la memoria se arrasa, en tiempos de vértigo, en tiempos de olvido permanente”, subrayó Patricia y añadió una preocupación latente: “Necesitamos recuperar las pocas voces que nos van quedando porque se nos están muriendo”.

Así, la obra se transformó en el último bastión de un pueblo que desapareció bajo el agua salada. Hoy, el legado de Epecuén reside en esas páginas, donde el recuerdo de sus pioneros y la vida que alguna vez brilló quedaron a salvo de cualquier inundación.

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