“Era un bicho raro”. De padre alemán y madre noruega, se dedicó a la actuación de grande y les puso cara a varias villanas de novela

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El sol de un cálido mediodía invernal se cuela de lleno por las ventanas de su departamento –un octavo piso en Palermo– y le da a su figura un resplandor especial, que embellece aún más a esta mujer de sonrisa encantadora y ojos como el cielo. Actriz, mamá y abuela… Regina Lamm –hija de un médico alemán y una noruega con espíritu viajero que se conocieron en Buenos Aires de casualidad, se enamoraron, se casaron y fueron felices aquí– es una dama encantadora, exquisita y coqueta, con una determinación tan grande como su corazón: durante muchos años dejó en pausa su amor por el teatro para criar a sus hijos –Christian, abogado, y Marina, médica, fruto de su matrimonio con el ingeniero Carlos Lamm– y, tiempo después, retomó esa vocación con la misma pasión y disciplina que en sus épocas de teatro vocacional, cuando era poco más que una adolescente. Memoriosa, con su carisma y picardía intactos, se entregó a una charla con ¡HOLA! Argentina en la que repasó su vida y su carrera… ese amor por el teatro que fue uno de los motores de su alma y que, sin duda, heredó de ese papá alemán que de día atendía pacientes y de noche montaba espectáculos en los cabarets de Berlín durante los años locos.

Regina posa en el living de su casa, donde atesora recuerdos de sus viajes y de los viajes de sus padres. “Aprendí de ellos el valor del respeto por el otro, de la tolerancia, del trabajo, del juego… Lo importante que es decir la verdad, ser curioso y querer aprender”, cuenta.

–¿Cuándo supiste que querías ser actriz?

–Una vez que mi papá me llevó al teatro cuando era chica. Sentí el olor de la ropa, de algo que salía del escenario, y me fascinó. Después, cuando tenía 11 años, me llevaron a Europa porque mi mamá tenía que volver a su país, y durante esa estadía volví a ir al teatro, pero a un teatro al aire libre. Y durante la función entraban caballos, había un castillo, y batallas… Estaba viendo Juana de Arco. Y todo lo que vi me pareció tan fantástico que me enamoré del teatro.

–¿Cómo empezaste a trabajar?

–Primero, alrededor de los 18 o 20 años, hice teatro vocacional. Mucho después, cuando mis hijos estaban creciendo, yo había dejado todo para dedicarme a ellos, comencé a pensar: “¿Qué voy a hacer en el futuro?”, y me di cuenta de que lo que más me gustaba era el teatro, así que arranqué a estudiar de nuevo. Después de haber hecho obras como María Estuardo, de Schiller, en alemán, volví a estudiar, con chiquilines que tenían 18 años. Era meterme en otro mundo, trabajar de otra manera a la que estaba acostumbrada. Imaginate que el primer día llegué de trajecito y mis compañeros estaban todos de jeans. [Risas]. Pero resultó genial.

–¿Cómo llegaste a la televisión de aquel momento?

–No conocía a nadie del mundo de la televisión, así que me hice un book de fotos, que era lo único que tenía para mostrar, y empecé a ir a los canales. Era una época en la que acá se hacía mucha ficción. Y de a poco empecé a tener participaciones en telenovelas.

Toma el té mientras evoca algunos grandes momentos de su carrera, como cuando se puso en la piel de Marlene Dietrich en Regina Lamm canta a Marlene, o cuando hizo Tamara, una pieza que estuvo dos años en cartel.

–¿Perla Negra fue la más exitosa en la que trabajaste?

–Sí. Trabajé muchísimo con Andrea del Boca y también mucho con Arnaldo André. Lo de Perla Negra fue un suceso enorme. Todavía hoy me siguen reconociendo en la calle por Perla Negra. Hasta el 2000 más o menos trabajé mucho en televisión, siempre de a poquito, en pequeños papeles, pero de manera constante. Después dejé, la televisión es muy sacrificada.

–¿Qué te gusta más: televisión, cine o teatro?

–Yo elijo el teatro, que fue mi primer amor. Es la opción más trabajosa de las tres, pero también la que te da más satisfacciones, por la comunicación directa con el público.

–¿Alguna vez tuviste miedo de salir a escena?

–¡Todas! Es un momento difícil subir al escenario. Muchas veces pensás: “¿Quién me manda a estar acá?”. Y después, cuando salís, algo pasa, se da esa mística increíble con el público, que es como una comunión que no se produce ni en el cine, ni en la televisión. Además, en el teatro, la misma obra nunca es igual, porque uno no es igual nunca. El teatro es también una experiencia que en algún lado queda, en tu recuerdo, en el recuerdo de los otros. Es siempre una experiencia que te atraviesa.

Durante la pandemia de Covid 19, volvió a tocar el piano y, desde entonces, lo hace todos los días.

–Hiciste una obra cantando tangos. ¿Cómo es tu relación con el tango?

–Empezó con el baile: cuando me mudé a Buenos Aires, porque yo vivía en la zona de Martínez, empecé a bailar tanto, a tomar cursos en una academia. Y después, a través del productor Carlos Furnaro, con quien trabajé muchísimos años, empecé a cantar. Fue una idea de él que yo cantara tangos y a mí me interesó, porque me permitía salir de la canción alemana después de haber hecho tanto tiempo a Marlene Dietrich en la obra Regina Lamm canta a Marlene. Tengo que decir que no soy cantante. Fue una experiencia muy interesante para mí, que nunca me hubiera atrevido a cantar tangos si no hubiera sido por el impulso de Carlos.

–Después de un matrimonio largo te separaste del padre de tus hijos. ¿Te volviste a enamorar?

–Con mi marido tuvimos una muy buena separación, habían sido muchos años juntos. Después tuve una pareja, no enseguida, y también fueron bastantes años de relación, con convivencia y todo. Fue un amor muy lindo, pero se terminó.

–¿Qué tal sos como abuela?

–Soy una abuela muy presente y consentidora. Tengo dos hijos, Christian y Marina, y los dos tuvieron mellizos muy seguidos, sin ningún tratamiento ni nada. Así que tuve cinco nietos en dos años. Cuando eran chicos, por ejemplo, en el verano yo alquilaba una casita en la costa todo un mes, y me llevaba quince días a una familia y quince días a la otra. Fueron veranos maravillosos.

“Pienso cada vez más en el final de la vida. Tengo muchos amigos que se fueron y eso me enfrenta a mi finitud, a mi propia muerte. Es muy difícil entender que uno no va a estar más”, reflexiona.

–Algunos de tus nietos viven en España. ¿Cómo es el vínculo con ellos?

–Con mi hijo hablo muy seguido, con mis nietas un poco menos, porque están más grandes, tienen sus actividades, estudian y andan de acá para allá. Yo voy todos los años y me quedo un mes, pegada a ellos como garrapata. Ahí compenso un poco el resto del año que no nos vemos. Con los dos varones, que viven acá, tenemos un grupo de WhatsApp que se llama “Vamos al teatro con la abu”, entonces, yo saco entradas, por ejemplo para el Teatro San Martín, y por ese grupo les digo “tal día vamos a ver tal obra”. Y vamos juntos al teatro. Los dos están estudiando también: uno estudia música y el otro urbanismo.

–¿Qué recuerdos tenés de tu infancia?

–Yo era una rara, de alguna manera. Padre alemán, madre noruega, era medio un bicho raro. En ese sentido, me salvó la calle, en el sentido de sentirme argentina, de hablar el idioma, de crecer como la mayoría de los chicos de mi época jugando en la calle, entre amigos, yendo a todos lados en bicicleta, porque no había peligros, no había tránsito. Fue una infancia muy feliz.

–¿Te queda familia en Europa?

–Del lado de mi padre, quedaba sólo una tía a la que conocí a los 11 años en ese viaje que te conté, pero nada más. Él era único hijo, no tenía primos ni nada, y todos sus amigos murieron en la guerra. Del lado de mi madre sí había mucha familia en Noruega.

Regina en los años 80.

–¿Qué aprendiste de tus padres que te marcó?

–El valor del respeto por el otro, de la tolerancia, del trabajo, del juego… Lo importante que es decir la verdad, ser curioso, querer aprender. Que siempre ayuda tener sentido del humor… Yo absorbí todo eso, eduqué a mis hijos de la misma manera y ellos a los suyos siguiendo ese ejemplo. Hay como un hilo ahí que es bastante evidente para mí.

–¿Tenés algo pendiente?

–Me hubiera gustado conocer Machu Picchu, por ejemplo, porque soy muy curiosa del mundo y algunos viajes que he hecho han sido maravillosos. Me gusta mucho todo lo relacionado con las culturas precolombinas, he recorrido la ruta de los mayas… pero a Machu Picchu no fui, y ahora ya no puedo hacerlo porque tengo dificultades en las vías respiratorias, y es un lugar muy alto.

–¿Que ves cuando te mirás al espejo?

–Veo a una mujer emprendedora, algo impulsiva (primero digo que puedo y después veo si puedo), realizada y agradecida por la vida que ha tenido. He tenido seres maravillosos al lado mío, tanto mis padres como mi marido, mis hijos o mis nietos. He tenido mucha suerte, uno se da cuenta de eso cuando ve lo que le pasa a la gente alrededor. Y ahora estoy aprendiendo a comprender más al otro, creo que en ese punto estoy mejorando. Te diría que ese es mi objetivo de este momento: pararme, observar y entender.

Junto a sus nietos, los mellizos Lorenzo y Vitto, hijos de su hija Marina.

–¿Tenés miedos?

–Tengo algunos miedos muy básicos, como por ejemplo el miedo al avión, y otros de otro orden, como el miedo al sufrimiento o la decadencia física. Pienso cada vez más en el final de la vida. Tengo muchos amigos que se fueron o se están yendo, y eso me enfrenta a mi finitud, a mi propia muerte. Es muy difícil entender que uno no va a estar más.

Con sus nietas, las mellizas Sofía y Claudia, y Andrea, hijas de su hijo Christian.La tapa de revista ¡Hola! de esta semana

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