El sonido de los pajaritos es ensordecedor. Cotorras, zorzales, horneros, golondrinas, picaflores, jilgueros, benteveos… Bandadas que atraviesan el cielo y colman de gozo. Aves que en Pipinas aún se pueden reconocer por su canto y sus colores en el sendero Cenizas del Recuerdo, en los murales del Museo a Cielo Abierto (MAPI) o en las calles de tierra cobijadas por árboles que forman túneles de luces y sombras, de hojas y de cielo.
Como un custodio silente y fantasmagórico, desde todos los ángulos del poblado, a 160 kilómetros de CABA, en el este bonaerense, puede verse la chimenea de la fábrica abandonada, la cementera Corcemar, que dio vida a este pueblo, entonces el sostén absoluto de la comunidad. Aquí culmina el mencionado sendero con la historia de la empresa, realizado en conjunto con los chicos del secundario coordinados por Romina Peralta, profesora de historia y museóloga, dentro del programa de proyectos culturales de la Cooperativa Pipinas Viva.
“La primera muñeca, los libros para la escuela, la colonia de vacaciones, todo, absolutamente todo nos lo daba la fábrica Corcemar, hasta que cerró sus puertas definitivamente en 2001”, informa Claudia Díaz, que tiene su casita de fin de semana en su terruño natal. Recuerda su niñez en bicicleta compartida con su hermano, volar sobre las dos ruedas repartiendo las botellas con la leche de las vacas que su padre ordeñaba en su tiempo libre.
Son 17 los murales del MAPI al aire libre que pueden recorrerse a pie o en auto. “Es una propuesta para que el visitante conozca la historia de la localidad a través de los muros, que tienen distintos ejes temáticos: el turismo de base local, el cooperativismo, la flora y la fauna, los pueblos originarios, las biografías de nuestros personajes y los derechos humanos, feminismos y diversidades. El mural principal cuenta la vida del pueblo desde la ruralidad hasta el polo espacial”, explica la museóloga.
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Destaca también el mural del Cacique Cangapol, que “a mediados del 1700 tenía uno de los malones más grandes que puso de rodillas a los españoles”, cuenta Díaz, que es miembro de la Cooperativa Pipinas Viva y directora de la Incubadora de Turismo Sociosolidario de base comunitaria de la Universidad Nacional de Quilmes.
Un lugar para buscar tranquilidad, a veces abrumadora, es alojarse en el edificio que perteneció a la fábrica y hoy está a cargo de la cooperativa.
El hotel de la ex Corcemar, que cuenta con 16 sencillas habitaciones, suele alojar a grupos para retiros de escritores o de yoga, campeonato de perros de caza y jubilados, entre otras posibilidades, además de turistas particulares, en busca del silencio y la ansiada paz que transmite la naturaleza. El comedor del hotel sirve las pastas caseras de Rosa Serafín -tallarines, ravioles, sorrentinos-, minutas y pastelitos de la familia Hoste. “Para el alquiler de bicicletas llamamos a Martín y lo mismo sucede con los caballos: todo a pulmón, provisto por vecinos, siempre con reserva previa”, explica el Topo, hermano de Claudia, profesor de gimnasia y tesorero de la cooperativa. Desde este mes ofrece parrilla los fines de semana.
Los caballos o las bicicletas recorren el camino de las canteras de día; de noche, el mismo sendero se vuelve fosforescente de luciérnagas, ánimas y, sobre todo, del piso de conchillas iridiscentes.
Dicen los que cuentan que hace muchos años los pipineneses entraban a las canteras a recoger caracoles con los que se hacía la “caracoleada”: se limpiaban, se alimentaban con maíz molido y queso de rallar durante un día y luego se cocinaban, para que queden con ese gustito rico.
En verano, la arboleda y la gran pileta son el refugio de pipinenses y viajeros. Aquí viven 1200 personas que se conocen, se saludan y se resisten a ver destruido el tejido social: parte de ellos apuestan a la industria sin chimeneas y otros a las labores rurales o municipales de la cercanía, porque no está muerto quien pelea, frase que vale repetirse como un mantra.
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Hacia el infinito y más allá
“La llegada de los ingenieros y técnicos de la Conae (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) con el proyecto Tronador II, que consistía en desarrollar un vehículo lanzador de satélites que pudiera poner en órbita satélites nacionales sin depender de servicios extranjeros le insufló nueva vida al pueblo”, cuenta Gabriel D’Aluisio, subsecretario de desarrollo económico de la Municipalidad de Punta Indio.
El llamado Centro Espacial de Punta Indio localizado en Pipinas fue inaugurado formalmente en 2014 dentro del expredio de Corcemar. Esta instalación era utilizada por VENG S.A. como base de pruebas suborbitales, banco de motores, integración de prototipos y control de lanzamiento. Por un tiempo, Pipinas fue considerada la posible NASA argentina.
Se hicieron dos lanzamientos, el segundo con éxito, y había un lugar turístico para visitar donde se explicaba todo el proyecto: aún puede verse la réplica del cohete Tronador II ligeramente deteriorada, en la entrada del pueblo.
Lo que no está cerrado para deleite de los amantes de la buena mesa son los puestos de venta de chacinados, quesos, dulces, mermeladas, escabeches, licores, panificados y pastelería: allí también se venden a veces los pastelitos característicos de Pipinas, en forma de bombón, rellenos con dulce de leche, membrillo o batata, que también pueden encargarse para recibirlos calientes en el hotel o en la mano, el hojaldre bien crujiente. Una salvedad: aquí a los pastelitos los llaman pasteles, sin el diminutivo.
“Hoy trabajan en la planta de la CONAE unas 40 personas. Allí está la enorme soldadora de aluminio en frío adquirida en su momento por la Universidad de La Plata, de las cuales hay solo dos en América Latina. Lamentablemente falta inversión y tiempo para lograr los objetivos planteados originalmente”, explica D’Aloisio. Esa es la única parte de la exfábrica que luce prolijamente pintada y limpia, pero no hay mucho movimiento.
Las diagonales confluyen en la plaza. En la estación Las Pipinas, llamada así a cuenta de dos mellizas que habitaban la zona, se prevé un proyecto de la Universidad de Lanusse para colocar una máquina en la punta del riel que permita realizar un paseo.
Por las mañanas el sol, los gallos, y de nuevo, el trinar de los pajaritos de nuestra tierra. Para qué más. Pero hay más: a 25 km se encuentra la Reserva Parque Costero del Sur, declarada por la Unesco Reserva Mundial de Biósfera en 1984. El viajero puede alojarse aquí para conocer un tipo de turismo distinto y disfrutar de Verónica y del Parque Costero, a 10 km de Punta del Indio, pero eso ya es otra historia para contar.
Datos útiles
- Cómo llegar
Pipinas está a 160 Km de la ciudad de Buenos Aires. En auto, por autopista Bs As – La Plata hacia ruta 2 en el acceso a la ruta provincial 36. Pipinas se encuentra en el Km 53 de la RP36.
- Dónde dormir
Hotel Pipinas Viva. Habitación doble con desayuno: $38000. Para almorzar o cenar hay que reservar. Pastas caseras, minutas y asado los fines de semana.
- Gastronomía
Pasteles de dulce de batata, membrillo o dulce de leche: Pedidos al WA 222367-0128. Grandes, la docena 15.000; chicos 11.000. Pedidos con tiempo, menos los miércoles que Daniela Hoste y su familia descansan.