“Punta Indio posee alrededor de 20 sitios arqueológicos de grupos originarios que datan de entre 1600 y 1800 años atrás: uno de los lugares donde más se encuentran en la provincia de Buenos Aires”, cuenta Gabriel Grasso, director del Museo Histórico Punta Indio Eduardo Barés, en Verónica, a 150 km de la Capital Federal al este de la provincia de Buenos Aires sobre la ruta 36. Ubicado en la que fuera la estación de tren Verónica del Ferrocarril Roca hasta su cierre en 1978, se trata de la primera construcción de esta ciudad, convertida en museo hace 10 años. El predio que lo rodea también es un museo a cielo abierto con cartelería que recuerda y homenajea a las 309 víctimas oficiales del bombardeo a Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955.
“La base aeronaval se encuentra dentro del partido y el 90 por ciento de los aviones del bombardeo salieron desde allí. Pero era un tema tabú hasta que junto con la Comisión Provincial por la Memoria nos decidimos a recordarlo para no olvidar”, explica el director.
Un puñado al día de este alimento puede reducir la inflamación y fortalecer las defensas
Eduardo Barés, vecino de Verónica, recolectó vasijas, huesos, restos y objetos durante 40 años y siempre quiso hacer un museo. Él donó gran parte de la colección, “afortunadamente pudo verlo en funciones antes de partir”, cuenta Grasso, mientras señala su estatua hecha en tamaño natural en la puerta.
Sobre las paredes se ven las fotos de la historia de Verónica. Como esa de la colonia de ucranianos, “que se forma en 1938 con los inmigrantes que escapaban a la colectivización forzada de Stalin”, explica el director. Llegaron también de todas partes de Europa, checos, sirio libaneses, alemanes que se dedicaban a las peras y las manzanas. “Contamos la historia de los vecinos, no la oficial”, se emociona Grasso. Se suman objetos de uso cotidiano como un gramófono… ¡que anda! y un largo etcétera.
En Verónica también se puede visitar la parroquia Nuestra Señora de Lourdes de 1922, el Club Verónica, fundado en 1918. Si se anima, el campero Bar El Vasco, y sí o sí la Panadería Nemo, un lugar de peregrinación para los amantes del pan dulce y las cosas ricas.
Augusto Palombi aprendió el oficio de Hugo Montenegro. Cuenta que al principio no le daba ninguna receta, “pero igual yo me quedaba después de hora a mirarlo y mirarlo. Hasta que se dio cuenta que a mí me gustaba de verdad y me dijo: “pibe, yo te voy a enseñar”. Y lo hizo. Gracias a él, hoy soy panadero”.
La miga del pan dulce de Augusto es húmeda, alveolada, acaricia el paladar, con la proporción exacta de frutos secos. Lo mejor es que lo ofrece todo el año. Conviene probar también los sándwiches de miga, las focaccias, las masas secas rellenas de pistacho, los increíbles alfajores de maicena o los flamantes Nemo Dubai, alfajor relleno con pasta de pistacho de verdad. ¿Hace falta más para convencerse que hay que escaparse de Buenos Aires? Hay más.
A pocos km se encuentra la playa Punta del Indio, parte de la Reserva del Parque Costero Sur, ideal para hacer una escapada con gusto a río, caminatas sobre caminos de conchilla entre bandadas de pájaros que vuelan por nuestro país y árboles autóctonos, comer una rica parrillada o simplemente leer en la playa o practicar actividades náuticas.
“En 1994 Verónica se independizó del partido de Magdalena y pasó a formar parte del partido Punta Indio, nombre propuesto por los vecinos; querían que el partido se llame como la localidad más representativa, que pasó a llamarse Punta del Indio”, explica Grasso.
La Reserva de Biosfera declarada por la Unesco en 1984 es única en el país “por sus montes de talas en los albardones, que son lomitas chicas paralelas a la costa del río. El suelo es de conchilla”, dice Grasso. Toda la ruta 11 desde Magdalena hasta la unión con la ruta 36 sigue siendo de conchilla, pero desde la calle 27 hasta Punta del Indio se asfaltó hace dos años, “porque la gente que tenía que ir a Verónica si llovía no podía pasar”.
En el sendero de interpretación Arroyo Villoldo se pueden ver “más de 280 especies de aves que vienen de todos lados, ahora están durmiendo la siesta, pero al atardecer o al amanecer es otro mundo. Yo vengo solo con mi libretita y soy feliz”, se apasiona el director del museo.
Cardenal, naranjero, reinamora, picaflor, cabecita negra, tacuarita azul y celestinos se distinguen a simple vista, aunque como especies se encuentran amenazadas. Apasionado de las aves, cuenta que hay como 20 especies migrantes como las tijeretas o el churrinche, que vienen a nidificar entre primavera y marzo. Garzas brujas, algunas, también hocos colorados.
Las aves originarias siguen comiendo de los frutos del molle, la sombra de toro, el tala o el coronillo, “un fruto rojito que en verano es redulce, además de ser el único árbol donde se reproducen las orugas de la llamada mariposa bandera argentina. Acá venimos con las escuelas y los hacemos ver las líneas de árboles, algunos animales, trabajar con el olfato y con los ojos tapados”, dice Grasso.
Sobre el Balneario El Pericón se ven ruinas de lo que fue el hotel Argentino, construido en 1934 frente al río, con una playa en su frente de 300 metros de ancho, 74 habitaciones y un casino en el subsuelo. En esas costas trabaja el laboratorio de cerámica de la Universidad de la Plata. Un grupo de arqueólogos estudia los grupos originarios de entre 1500 y 1800 años atrás que al parecer vivían en los montes de talas, emparentados con la cultura guaraní.
En la época del hotel la localidad empezó a crecer porque se loteaba todos sus alrededores a precios accesibles. “El agente inmobiliario vendía con materiales incluidos para lograr que el balneario tuviera una cierta homogeneidad estética. Al hotel se lo comió el río, pero la villa creció”, continúa Grasso.
Viene el calor y en El Pericón se instalan puestos de comida, se llena de gente y de micros los fines de semana. Más hacia el Norte está la playa Sarandí y La Escondida, con menos público para aquellos que prefieran menos ruido y más cielo con pájaros en libertad.
