Esta semana sale el libro de Mauricio Macri sobre Franco: “La de los noventa fue una década desastrosa para mi padre”

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Franco Macri, por Mauricio Macri. De eso se trata el nuevo libro del expresidente que esta semana saldrá a la venta. Su nombre es “Franco”, y la edición a cargo de Planeta lleva en el subtítulo: “Vida de mi padre. La historia de mi mayor maestro y mi gran antagonista”.

La relación del expresidente con su padre siempre fue particular. “El éxito es un compañero de ruta muy duro, paradójicamente”, declaró Mauricio Macri en una entrevista con Seúl. En el libro narra detalles de la expansión empresarial, el punto de quiebre que representó el secuestro y la nueva etapa que empezó cuando decidió dedicarse a la política.

Mauricio Macri y su libro Franco

A continuación, algunos fragmentos de la nueva publicación:

– “La foto debe ser de 1961 o 1962 (en referencia a la tapa del libro). No recuerdo quién la tomó. Estoy sobre los hombros de mi padre. Estamos en Mar del Plata. Más exactamente en el puerto. Detrás se pueden ver unas estructuras de madera que se elevan hacia el cielo. Papá ha conseguido su contrato más importante hasta el momento: tiene a su cargo la construcción de los silos, los muelles y las torres. Una obra inmensa. Por eso estamos viviendo allí con mamá, en una casa en el barrio Los Troncos. Él sonríe, orgulloso. Esa misma sonrisa que le vi tantas veces dibujada en el rostro. Amplia, satisfecha, generosa. Yo estoy mirando para el costado sin saber que en esa foto se encuentra quien años después será el empresario más importante del país. Por supuesto, mucho menos sabe ese chico de dos años a caballito de su papá que medio siglo más tarde será elegido presidente de la Nación Argentina por más de la mitad de sus compatriotas.

Crecí admirando a ese hombre. Fue el mayor de mis maestros. Nada de lo que soy, nada de lo que alcancé en la vida habría sido posible sin él. Nada habría sido igual. Como todos los hijos cuando nos volvemos grandes, encuentro en mí rasgos, actitudes y palabras suyas. Pero también reconozco las diferencias que nos separan y que convierten a cada uno en una persona única y distinta.

Nuestra relación no siempre fue fácil. En la tradición en la que papá se había criado, la figura del primogénito tenía un peso determinante. En las viejas familias italianas, el hijo mayor reunía características particulares. Es el que cargará con una serie de obligaciones y expectativas que, si bien no están escritas, conforman toda una idea de familia.

Al primogénito se lo prepara para ser el sucesor, pero claramente, como lo irán viendo en este libro, ese día para mí nunca iba a llegar. Él no pudo imaginarse dejar de controlar lo que había construido. Su conflicto con la finitud de la vida fue algo que nunca tuvo solución. Y eso no solo afectó su relación conmigo, sino con todo su entorno, generando costos en el mundo de los afectos muy grande.»

– “Durante los años ochenta y la primera mitad de los noventa trabajamos juntos. Lo acompañé desde Socma, el holding que creó para agrupar sus diferentes empresas. Tuve la oportunidad de dirigir Sideco, su gran constructora, y también Sevel, la fábrica de automóviles Fiat y Peugeot que lideró el mercado en aquellos años.

La convivencia en los negocios fue difícil. Nuestras peleas y conflictos eran permanentes. Franco solía estar rodeado de personas que le daban la razón sin ninguna distancia crítica. Lo veían como un iluminado al que, según ellos, yo no quería o no sabía comprender. Pero yo veía otra cosa. Había descubierto que el mismo hombre que supo construir un imperio económico era capaz una y otra vez de poner todo en peligro con sus decisiones. “Vos no entendés nada”, me decía. Pero algo ya estaba entendiendo: la capacidad de construir y la de destruir están más cerca de lo que se podría pensar. Empezaban a convivir los consejos del maestro con el rol de saboteador de las cosas que yo hacía.»

– “Cuesta mucho imaginar que hace apenas unas décadas los italianos querían irse y comenzar de nuevo sus vidas en la Argentina. Pero aquella Argentina ofrecía algo que la vieja Italia tan golpeada parecía haber perdido: el futuro.

Lo que más quería Franco era comenzar su nueva vida en la Argentina. Italia había quedado atrás aun antes de la partida. Hasta donde sé, jamás se arrepintió de su decisión. Franco decía que admiraba la capacidad para tomar riesgos de su padre: haber dejado su país para empezar de nuevo en otro lugar. Yo admiro la decisión de Franco junto con la de sus hermanos. Todo iba a quedar atrás: amigos, familia, primeros amores, universidad. Y lo que tenían por delante era una completa incógnita. Su capacidad para tomar riesgos no me alcanza para describir ese momento. Además se trata de coraje.

Aún hoy pienso en esos inmigrantes italianos, tan iguales a tantos inmigrantes en tantos lugares del mundo en todos los tiempos. Los imagino camino a comenzar una nueva vida en un lugar extraño, con poco o ningún dinero, con algún o ningún contacto, con guiños del destino o sin ellos. Pienso en sus temores, en la incertidumbre que los rodeaba.

El 18 de diciembre de 1948, Franco con dieciocho años, Pía con dieciséis y Tonino con catorce, partieron de Génova. El viaje demoró dieciocho días. El barco solamente se detuvo para pasar la Navidad en el puerto de Las Palmas, en las Islas Canarias. Los camarotes para mujeres contaban con ocho o diez camas, y el resto eran galpones con varias filas de literas de tres pisos. Así viajaron los jóvenes Macri rumbo a América.

Los hermanos llegaron a Buenos Aires el 7 de enero de 1949. Ese día, mientras buscaba con la mirada a su padre desde la cubierta del barco, Franco Macri comenzó la segunda de sus vidas.»

– “Bajo el gobierno de los militares, los argentinos comenzamos a vivir otra de nuestras ilusiones recurrentes de la mano del dólar barato, la apertura de las importaciones y el auge de las operaciones financieras. Sin embargo, nuestros males de siempre se mantuvieron e incluso se agravaron: el déficit, la inflación y la deuda externa no hicieron otra cosa que crecer en la segunda mitad de la década del setenta.

Lo cierto es que papá trabajó durante esos años tal como lo había hecho hasta ese momento y lo continuaría haciendo tras la recuperación democrática en 1983. Como siempre y como solo sabía hacer, siguió construyendo y emprendiendo. Nunca permitió que la política interfiriera con las actividades de su empresa. El mejor testimonio de ello es la pluralidad ideológica entre quienes integraron el equipo de Socma. En aquellos años papá se jugó por sus colaboradores y los defendió frente a los militares que los habían condenado a muerte. Perseguidos políticos que fueron en muchos casos detenidos y torturados, como Carlos Grosso, José Octavio Bordón y Ricardo Kesselman, convivieron en las oficinas de Socma con liberales como Ricardo Zinn, Jorge Aguado o mi tío, Jorge Blanco Villegas, que mantenían simpatías públicas con el gobierno de entonces.

En 1978 el periodista y editor Jacobo Timerman fue secuestrado y torturado. El hecho fue un escándalo internacional que obligó a los militares a detener al periodista bajo el régimen de prisión domiciliaria. Timerman vivía en nuestro mismo edificio, en el barrio de Recoleta. Presos de la locura de la época y de la campaña desatada por el gobierno contra el periodista, muchos vecinos plantearon su expulsión del edificio. Para papá era algo inadmisible y se enfrentó a los copropietarios de manera contundente. Muchos años después uno de los hijos de Timerman, Javier, recordaría este hecho que me llena de orgullo.»

– “Mi década del noventa comenzó en las primeras horas del sábado 24 de agosto de 1991 en la esquina de Figueroa Alcorta y Tagle. Esa noche fui secuestrado por una banda de expolicías que me mantuvieron en cautiverio a lo largo de catorce días. Este hecho cambió mi vida para siempre, cambió mi relación con mi padre y mi visión acerca de lo importante y lo superfluo. De alguna manera, fue como si una nueva versión de mí mismo hubiera nacido en aquellas jornadas aterradoras encadenado en un sótano.

El secuestro provocó que la relación con papá se desequilibrara. Desde ese momento, ninguna agresión me afectaría tanto como las suyas. Lo increíble era que, al mismo tiempo, nadie me demostró más amor que él. Me llevó mucho tiempo y mucho trabajo entender que para él se trataba de algo imposible de controlar. Una suerte de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Pasaba de una emoción a la otra en segundos, sin siquiera darse cuenta.

Los años siguientes fueron los peores de nuestra relación. Se desató una guerra permanente. Me echaba y me contrataba todas las semanas. Me ayudaba y luego me boicoteaba. Me empoderaba y al instante me desautorizaba.

Mi futuro ya no estaba tan claro. Ser el delfín de Franco había dejado de ser una buena idea. Mi vida tendría que ser la mía y no la suya. Poco tiempo después, Isabel Menditeguy me ayudó muchísimo a reflexionar sobre todo aquello. Me impulsó a comenzar un proceso psicoanalítico muy profundo en el que pude revisar el vínculo con papá y conocerme o, más bien, reconocerme, desde otro lugar.

No iba a ser fácil lo que teníamos por delante Franco y yo. Para un hombre como él, la empresa familiar debía ser mi lugar. Para mí, ya no. Empezó a tomar forma un nuevo sueño, exclusivamente mío, independiente y autónomo: alcanzar la presidencia de Boca Juniors.

Había sobrevivido a un cautiverio. No estaba dispuesto a pasar nunca más por esa situación.»

– “La de los noventa fue una década desastrosa para mi padre. Sé que muchos piensan lo contrario. El relato inventado por Horacio Verbitsky y repetido al infinito por algunos sectores del periodismo y la política intentó mostrar a Franco Macri como uno de los principales beneficiarios de los tiempos de Carlos Menem en la presidencia. Pero esto es falso. Una mentira repetida muchas veces nunca se convierte en una verdad. Comenzó la década como el empresario número uno de la Argentina, para terminar, diez años después, en el puesto número diecisiete.

La llegada de Carlos Menem al gobierno lo encontró al frente de la principal fábrica de automóviles, con una de las principales empresas constructoras, a cargo del sistema de recolección de residuos de buena parte de la ciudad de Buenos Aires, emprendiendo una revolución en materia de telecomunicaciones a través de Movicom, la primera compañía de telefonía celular de América Latina, y con su holding en plena expansión.

Sin embargo, diez años después su situación había cambiado radicalmente. Para el final del siglo pasado, papá había perdido Sevel tras el retorno de Fiat al país, había vendido Movicom a sus socios de Bellsouth y Manliba no pudo renovar su contrato con la Ciudad de Buenos Aires. Además, Itron, la empresa de soluciones informáticas que había desarrollado en Socma, pasó a estar controlada mayoritariamente por Siemens. Dos denuncias falsas cuyo trámite se prolongó por años en la Justicia hicieron creer a una parte de la sociedad que papá y yo mismo estábamos involucrados en maniobras de contrabando y evasión impositiva. Y como no fuese suficiente, en 1997 papá obtuvo la concesión del servicio de correo estatal: un capítulo desastroso sobre el cual, a partir de la llegada del kirchnerismo al poder en 2003, se montó una persecución escandalosa sobre él y sobre mí.

No es fácil entender el proceso que condujo a esta debacle. La caída fue abrupta y papá ya nunca lograría recuperar el lugar perdido, por el que tanto había batallado. Su responsabilidad en lo que ocurrió no puede eludirse. Todos somos esclavos de nuestras decisiones y de nuestras acciones. Los errores de Franco en esa década fueron grandes, tanto como lo habían sido sus aciertos en el pasado. «

– “Papá, me voy de la empresa. Esto no da para más. Hasta acá llegué…

Las palabras rebotaron en su oficina. Creo que inicialmente no me creyó. Quiero decir, pienso que no creyó que fuera capaz de hacerlo. O no creyó que me fuera a ir bien fuera de la empresa. No me lo dijo. Sospecho que pensó durante mucho tiempo que más tarde o más temprano volvería a Socma. Debe haber percibido que se trataba de una especie de rebeldía juvenil algo tardía. Que ya iba a pasar. Le dije que quería acordar económicamente mi salida de la empresa y sin inmutarse me dijo que él no estaba dispuesto a negociar con su hijo y me planteó que fuera a hablar con uno de sus gerentes de confianza para acordar los términos de mi desvinculación.

Sentí que algo muy fuerte se terminaba en ese momento. Me cuesta definir exactamente qué es. Para mí, fue comenzar a disfrutar de una libertad que hasta entonces no había conocido. Para él, creo, fue el comienzo de un tránsito por un lugar que también le era desconocido. Le hablé de mi proyecto de postularme a la presidencia del club y, una vez más, tuve la impresión de que no escuchaba. Era el final de una etapa. Finalmente, mi camino y el de papá se bifurcaban. No más peleas, pensé. Y me equivoqué. Porque las disputas continuaron durante mucho tiempo.

A finales de 1995 fueron las elecciones en Boca. Nuestro comité de campaña estaba en mi oficina en Socma. Ser presidente de Boca Juniors era todo lo que quería en ese momento. No solo por todo lo que representa Boca para mí. También por lo que representa para millones de argentinos. Como papá cada vez que decidía emprender un nuevo proyecto, yo también pensaba que iba a poder hacerlo y hacerlo bien.

Ir a Boca era mi pasaje a la independencia.»

– “Papá se oponía a mi participación en política y no dudaba en hacérmelo saber. Despechado por mi alejamiento de sus empresas, se ocupaba de decirle a todo aquel con el que se encontrara que no veía ninguna posibilidad de éxito en mi proyecto político, que se trataba de una pérdida de tiempo y dinero y que, de un modo u otro, la Argentina seguiría siendo gobernada por el peronismo.

Pero en el transcurso de la primera década del siglo XXI comencé a notar que papá estaba dejando de ser él mismo. Algunas señales de que algo estaba sucediendo en su mente comenzaron a manifestarse de manera cada vez más llamativa. Eran frecuentes sus llamadas desde China, olvidando las diferencias horarias, en las que pedía o contaba alguna cosa y, al poco tiempo, en un nuevo llamado, negaba haberlo hecho, o sostenía exactamente lo contrario. Esos episodios venían acompañados de una profunda irritación, como si no pudiera aceptar o recordar sus dichos, lo que lo enojaba con su interlocutor.

Con el correr del tiempo y tras consultas con los especialistas del Hospital Italiano, supimos lo que estaba sucediendo. Papá estaba comenzando a presentar los primeros síntomas de un proceso de demencia. La noticia fue devastadora para la familia. Él no reconocía las fallas que estaba viviendo en su cerebro. Y muchos de aquellos que lo rodeaban tampoco querían aceptar que su salud se estaba deteriorando. Había construido un aura en torno a sí mismo que hacía que algunos de sus desvaríos fueran interpretados como si se tratara de pensamientos superiores, imposibles de ser comprendidos por personas comunes.

De pronto fui descubriendo que la misma voracidad que lo había llevado hasta lo más alto de pronto lo estaba empujando barranca abajo. Tiempo después, cuando comencé a leer sobre el síndrome de Hubris, la patología que suele acompañar a los personajes poderosos en distintos campos, descubrí en sus descripciones características de papá antes de la demencia: desmesura, omnipotencia, transgresión de los límites.»

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