Estaba muy bien en Suiza, volvió por algo fundamental y hoy apuesta por el país: “En Argentina no alcanza con un plan b”

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¿Para qué volver a la Argentina cuando en Suiza se vive bien? Para Felipe Boderone, un argentino que conoce Zúrich como la palma de su mano, existe un motivo que supera toda promesa máxima de bienestar: su hijo.

Sin embargo, esta no es únicamente la historia de un padre que quiere ver a su hijo crecer, sino la de un hombre que, tras años de desarrollo personal y profesional en el extranjero, decidió volver a la Argentina para emprender en su tierra, apostar a pesar de los tiempos turbulentos. ¿Hubo acaso tiempos que no lo fueran? ¿Y no es acaso de las crisis externas e internas que surgen las mayores fortalezas y los picos de creatividad?

Felipe, junto a su hijo Benjamín.

La historia en Suiza comenzó con una multa: “Entendí rápidamente cómo funciona este país”

Felipe tenía 19 años cuando pisó Zúrich, Suiza, por primera vez. Su hermano mayor, quien había llegado un tiempo antes, le había prestado una bicicleta para que conozca la ciudad. El joven pedaleó apenas unos 100 metros, cuando la policía lo detuvo y, ante su mirada perpleja, le entregó una multa de 80 francos, al tiempo que le señalaba que no llevaba casco ni tenía la patente actualizada, un trámite que debía renovarse cada año en el correo.

Poco tiempo después recibieron la visita de un amigo, quien, dispuesto a explorar la zona, sacó un pasaje equivocado al momento de abordar un tranvía: “Fue detenido y tuvimos que ir a buscarlo a la policía”, rememora Felipe. “Tras estos hechos entendí rápidamente cómo funciona este país”.

La primera experiencia en Suiza: “Tienen estándares de vida tan altos, que no sé si se ven en algún otro país”

Joven y ávido de aventuras, Felipe había llegado de visita con la intención de trabajar en Suiza y recorrer el suelo europeo. Dispuesto a vivir el puro presente, apenas sí lograba comprender la decisión de vida que había tomado. Su primer trabajo fue de lavacopas, mientras asistía a un curso de alemán para poder salir del fondo de la cocina y pasar a la barra a servir bebidas, un puesto que conquistó unos meses más tarde.

Felipe Boderone

Pronto se acomodó al ritmo de una ciudad muy ordenada, en extremo limpia, segura y puntual: “Me impactaba sacar un ticket de tren que partía a las 13:53 y que la máquina comience a moverse exactamente en ese momento. Funciona todo a la perfección, y lo más importante es que tu tiempo vale y mucho. Eso lo valoro y disfruto, las cosas se resuelven rápido y todo es accesible a la sociedad; es una ciudad muy bien conectada, donde se ve mucha bicicleta y monopatín. Tienen estándares de vida tan altos, que no sé si se ven en algún otro país”.

“Es una tierra capitalista, todo se paga y es caro en relación a otros países europeos. El seguro médico, que es obligatorio, cuesta desde 350 francos suizos, por ejemplo. Pero para la economía suiza está bien, ya que los sueldos son muy elevados”.

Decidido a perfeccionarse el alemán del joven mejoró, lo que le permitió avanzar, generar contactos, nuevas amistades y moverse con otra soltura. Fue así que dos años transcurrieron, caracterizados por mucho aprendizaje, aunque impregnados de una nostalgia permanente e inevitable.

“Tenía mucho la cabeza en Argentina. Algo me decía que tenía que volver, era muy chico, extrañaba a la familia, los amigos”, revela. “No vi el potencial del país. Luego, cuando uno crece, comienza a analizar y tener en cuenta otros aspectos”.

Volver a la Argentina: “El COVID me desafió a preguntarme cómo quería vivir en el futuro cercano”

Felipe regresó a Buenos Aires y se enfocó en sus estudios de Comercialización y Dirección de Empresas. Desde niño solía acompañar a su padre y trabajar en su fábrica de calzados de mujer. Decidido a emprender un nuevo negocio vinculado a la actividad, abrió locales y durante los siguientes quince años se desarrolló en el rubro e hizo crecer una empresa que supo tener tiempos de gloria. En el camino, Felipe también fue padre, un suceso que le trajo una dicha inconmensurable.

Pero, así como su paternidad lo colmaba, la mochila del negocio sobre sus hombros comenzaba a pesar. Felipe vivía pensando en la venta, el banco, los cheques: “Mi trabajo terminó siendo más financiero, que basado en el desarrollo del producto y el negocio en los locales”.

Felipe en Zúrich.

Las ventas, mientras tanto, empezaron a caer año tras año, hasta que un virus extraño devenido en pandemia paralizó al mundo y puso en jaque a Felipe, que no solo comenzó a replantearse su negocio, sino su vida entera: “El COVID me desafió a preguntarme cómo quería vivir en el futuro cercano, deseé volver a empezar, más tranquilo, con más libertad para poder encontrar esos momentos de felicidad”.

Fue así que, al tercer mes de pandemia, Felipe resolvió irse a vivir con su tío al campo, en Los Cardales, Exaltación de la Cruz. Su pariente se dedicaba a organizar eventos familiares y empresariales, y le tocó cancelar sesenta fiestas como consecuencia del virus.

Los días transcurrieron llenos de incertidumbre y preocupaciones hasta que el municipio anunció que permitía la gastronomía al aire libre. Fue en aquel momento que Felipe le propuso a su tío tomar una fotografía de una mesa armada en medio del campo y difundirla. A partir de entonces, tío y sobrino crearon un restaurante de campo que funcionó muy bien, llegando a superar su capacidad de doscientos cubiertos diarios los fines de semana: “Ahí cerré toda mi actividad de calzados, fue muy duro, muchos años de trabajo, pero necesitaba más libertad”.

En Los Cardales, Felipe comenzó una nueva vida.

Volver a Suiza con un nuevo plan

Cuando el invierno llegó, Felipe supo que era tiempo de reinventarse una vez más. La actividad en el campo bajaba y ya no podía apoyarse únicamente en el restaurante. Entonces recordó sus años en gastronomía en Zúrich, miró su capital humano e intelectual e intuyó que era momento de aprovechar todo aquello que había sembrado durante la vida: contactos en Suiza, el dominio del alemán, su experiencia en ventas y financiera, y sus ya grandes conocimientos gastronómicos.

“Me dieron ganas de volver a Zúrich con el plan de focalizarme en las temporadas de verano”, cuenta Felipe. “Lo mío es distinto a lo que le sucede a la mayoría, que viaja con la idea de emigrar `para siempre´“.

La pizzería San Gennaro figura entre las top 100 del mundo.

Para el argentino, Suiza equivalía a poder darle lo mejor posible a su hijo. Durante los siguientes años (desde la postpandemia hasta marzo de 2025), formó parte de la pizzería San Gennaro, en Zúrich, que le abrió puertas para nuevos emprendimientos: «Me considero un emprendedor, me gusta estar muy informado y si hay algo que no sé no paro hasta estar bien instruido”, asegura Felipe.

Volver a la Argentina para quedarse

Sin embargo, no todo fue color de rosas, separado de la madre de su hijo, y decidido a ir y venir con frecuencia, la distancia aun así dolía. Para Felipe, era inevitable añorar las pequeñas cosas que nutren el corazón, asimismo, temía que suene el teléfono con una noticia grave.

Tomar la decisión de regresar definitivamente a la Argentina no fue nada fácil. Felipe había decidido dividir su tiempo entre Suiza y su tierra cuando Benjamín, su hijo, era muy chico y no comprendía demasiado. Pero los años pasaron, y con la claridad del panorama, el sufrimiento fue evidente; Felipe trazó un plan para emprender en la Argentina y ver crecer a su hijo: “La última despedida fue muy triste, él se quedó muy mal. Yo estaba arriba del avión y se me ocurrió bajar, pensaba mucho en mi hijo llorando y mi madre consolándolo. Es ahí donde dije: este es mi último viaje, tendré que crear y volver a empezar en Argentina”.

La empresa de Felipe nació con la compra de un fondo de comercio fundido, en donde, en conjunto con su amiga y colega, Mercedes Acevedo, desarrolló una nueva propuesta gastronómica y arquitectónica acorde.

“Me decidí el año pasado con un café de especialidades en pastelería y panadería. La verdad que nos fue muy bien, nos hicimos conocidos por las medialunas”, cuenta Felipe, mientras habla de Velina, su emprendimiento del que aspira desarrollar un sistema de franquicias.

“Me decidí el año pasado con un café de especialidades en pastelería y panadería

“Fueron años complicados para la Argentina, muchos años de hacer mal las cosas, muchos jóvenes con capacidad y talento dispersos por el mundo. Es un desafío emprender, siempre te surge un imprevisto o algo burocrático que te excede”.

“Venimos arrastrando problemas históricos, el sistema esta muy corrompido y no funciona. En la Argentina no alcanza un plan b como nos enseñan en las universidades, tenés que tener un plan c, plan d y plan e, siempre falla algo, sino es una empresa estatal, es un proveedor; falta mucho compromiso y responsabilidad”, dice pensativo. “Pero aproveché el paso por Suiza, que me dio muchas herramientas que uso hoy en mi emprendimiento”.

Aprendizajes de ir y venir: “Suiza te ordena la vida, la llamamos la tierra perfecta”

Atrás quedó aquel joven de 19, que pisó Suiza por primera vez sin tomar real dimensión de todo lo que aquel país era capaz de ofrecerle. Sin embargo, hoy, con 39 años, hay algo en la vida de Felipe que sin dudas permanece inalterable: su espíritu independiente, el amor por la aventura y la capacidad de adaptarse a los cambios.

Tras su primer regreso a la Argentina, diecisiete años pasaron entre zapatos, números y preocupaciones, hasta que una pandemia lo animó a reinventarse, volver a Suiza para expandirse en todos los sentidos, y finalmente regresar a su tierra, abrazar a su hijo y apostar por su patria.

“En la otra orilla, vivir en Suiza te ordena un poco tu vida, tenés plan para todo y check list para todo, te enseña a ponerle título a muchas tareas operativas que quizás realizabas y no sabías cómo se llamaban”, asegura entre risas. “Te enseña a organizarte de tal manera que, en familia, la llamamos la tierra perfecta, quizás en Argentina no podés planificar tanto, es más el día a día, o más bien a corto plazo.”

Abrazar a su hijo y apostar por su patria.

“`Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse cada vez que uno cae´. Luego de haberme fundido en la pandemia, quedé con muchas deudas en dólares, pero los argentinos tenemos la virtud de ser creativos y eso me hizo salir adelante en todos los proyectos en los que me tocó participar o liderar”.

“Si no tuviera hijos, tal vez estaría viviendo por el viejo continente. En ese momento, cuando me fui, la única solución que tenía para salir de las deudas», continúa. “Es como que Buenos Aires te expulsa y te vuelve a llamar. Amo mi país, mi ciudad. Por más que critiquen a la Argentina, acá está tu lugar, tus cosas, tu sentido completo de ubicación; y amo nuestras costumbres, somos buenos, carismáticos, los argentinos caemos muy bien y en el exterior somos muy valorados. Quizás deberíamos ponernos más de acuerdo, no caer en la famosa grieta, hacerlo por nuestros hijos para darles otras oportunidades”, concluye.

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