MATO GROSSO, Brasil.– Son las 6 de la mañana del tercer día de viaje. La consigna es detenerse lo menos posible y Pupy, la última elefanta del ecoparque porteño que dejó el predio el lunes rumbo a un santuario, quien determina los tiempos. Cuando más rápido se llegue, mejor, menos riesgos. Las conversaciones giran en torno de ella: “Vocalizó”, “Se movió”, “¡Tiene hambre!“, ”Está inquieta». Sus cuidadores Leonardo Giobanelli, Bárbara Hermann y Florencia Presa conocen cada detalle y Scott Blaise, el creador y director del Global Sanctuary for Elephants, está en cada pormenor técnico y decide cuándo detenerse de acuerdo con lo que ve a través de la cámara, instalada en una de las camionetas.
Apenas la caravana se detiene, cada uno baja sin perder un instante. Cada uno conoce su rol. Trepados al camión que lleva a Pupy dentro de su caja, está quien limpia, quien organiza el menú íntegramente preparado para ella y, también, quien sale con un machete a procurar comida fresca, su comida preferida. Blaise ajusta detalles técnicos en la jaula, y cierra o abre puertas y ventanas del habitáculo según el humor de “la gorda”, como se llama amorosamente a este elefanta africana protagonista de un hecho histórico.
El espíritu es de alegría, es una fiesta en la que cada uno cumple con una parte importante para que todo funcione. Cada uno de los integrantes del equipo es fundamental y, aunque surgen imprevistos, la organización es perfecta. Detrás del camión, dos camionetas y una pequeña van, con el equipo del ecoparque porteño, acompañan el recorrido. Allí, Dolores Medina, subgerente de Conservación, se encarga de la logística; dos choferes se turnan para poder manejar las 24 horas y evitar cualquier parada innecesaria.
El director del ecoparque desde hace quince meses, Ramiro Reyno, acompaña a la comitiva. “Es un orgullo acompañar a este equipo que trabajó tanto para que esto pudiera suceder. Los inconvenientes a lo largo de los años fueron muchos, y son los animales quienes sufren las desavenencias más que nadie. Ellos logran salir de su cautiverio cuando todos los involucrados nos ponemos de acuerdo. Desde el primer día como director, vi un lugar increíble en el medio de la ciudad con profesionales estupendos que dan la vida todos los días. Tenemos que educar a la gente para que entienda que los animales silvestres son silvestres y no tienen que estar acá –afirma–. Y robustecer los programas de conservación y de educación”.
Maximiliano Álvarez, de Turismo Isabel SRL, supervisa la logística de una de las camionetas. “Nunca había hecho un viaje de este tipo y estoy admirado. Fui padre hace pocos meses. Todos venimos al mundo para dejar algo y esto es trascender. Les quiero dejar a mis hijos un mundo mejor, y algún día poder contarles esta travesía”, dice a LA NACION.
Nacho Nieto con su compañía de servicios logísticos asociados es quien organiza la logística de las grúas, camiones, camionetas. “Me encantaría que todos nuestros trabajos fueran así”, reflexiona, empapado de la mística del equipo. Permanentemente está atento a todo y a los tres choferes que se turnan para manejar el camión.
Difícil imaginar la compleja organización que existe detrás de todo. Tomás Sciolla, quien estuvo en el ecoparque desde el principio del proceso de transformación y cuyo rol fue el traslado de animales, representa hoy a la fundación Franz Weber. ”Esto es magia de elefante. Cuando todo se destrabó, ¡Volamos! Viene todo más que bien”, expresa. Sciolla articula los diferentes organismos y organizaciones. “El ecoparque y la fundación Franz Weber firmamos un convenio para que las elefantas pudieran irse a Brasil. Mi rol es el de lograr que todos se pongan de acuerdo, un facilitador –detalla–. Estoy con mi equipo. Con Johana Rincón, de nacionalidad colombiana y muchísima experiencia, hicimos muchos traslados, empezando por la elefanta Mara”. Mara también fue trasladada, hace casi cinco años, al Global Sanctuary for Elephants, en otro viaje sensible dado que ocurrió en pleno aislamiento por la pandemia de coronavirus.
Federico Sordo es fotógrafo y acompañó a todos los elefantes que salieron de la Argentina, documentando para la fundación Franz weber. Realiza todo el material para su Proyecto Ele. “Estamos haciendo un documental con la historia de los elefantes que se fueron y de los que no llegaron a irse, porque murieron antes. Sharima, de Luján; Pelusa, de La Plata, y Kuky, de Palermo. Kenya y Tamy de Mendoza, que aún esperan. Este proyecto es inmenso. Estoy muy agradecido con todos los que me dieron esta posibilidad, me siento un privilegiado. Con cada elefante que liberamos, siento que les estamos dando un beso y que les devolvemos algo de la vida que hubieran debido de tener siempre”, describe.
Trish London es americana y veterinaria. Acompaña a Scott Blaise desde la creación del primer predio del santuario en Tennesee, Estados Unidos, en 1997. Participa de todos los traslados. “En la Universidad de Giorgia, donde me gradué, yo era ‘la chica de los elefantes’. Pero mi primer trabajo fue con gorilas y los gorilas gritaban cuando veían a los veterinarios. Yo sabía que no quería eso”, recuerda. En 2006, London entró en crisis con su profesión y viajó a Nepal.
“Allí encontré cientos de elefantas que trabajaban y tratados con violencia. Adopté dos sin saber adónde llevarlas. Estaban rotas, muy lastimadas. Una de ellas, Daimati, tenía 80 años, no tenía dientes y no comía hacía dos semanas. Me la llevé y vivió conmigo cinco años más hasta que murió. Descubrí lo que quería hacer el resto de mi vida. En la Argentina es maravilloso lo que se está haciendo. Ojalá otros lugares del mundo tomen su ejemplo”, considera. Ella es la mano derecha de Blaise. Silenciosa, observa a Pupy continuamente y, con pocas palabras, comunica lo que sucede a cada momento.
El tercer veterinario que representa al equipo del ecoparque es Lautaro Posse. Lautaro atendía a las elefantas Kuky y Pupy en el exzoológico de Palermo. “Les sacábamos sangre, las preparamos para la cuarentena, los análisis y la podología, fundamental para ellas ya que se les afina la piel, se infectan y muchas terminan muriendo por esa razón”, recuerda. Kuky falleció en octubre del año pasado, a la espera de los permisos para su traslado, que finalmente se destrabaron para el viaje de Pupy.
Barbara Hermann, una de los tres cuidadores de la elefanta en el ecoparque y que participan de esta travesía como figuras fundamentales, relata: “Cuando yo llegué, estaban Mara, Kuky y Pupy. No sé si porque era la más tímida, pero Pupy me robó el corazón. Ella estaba muy tapada por las otras dos y de alguna manera la protegí, conectamos inmediatamente. Nos está sorprendiendo y también lo hizo cuando murió Kuky. Es muy, muy, inteligente y dulce”.
Leo, otro de sus cuidadores, recuerda que desde niño miraba todo el tiempo documentales de animales: “Hago lo que amo, estar en contacto con ellos y cuidarlos”. Se suma al diálogo Flor, quien durante años y desde el inicio de la transformación del zoológico a ecoparque era la encargada de enriquecimiento animal. “Antes de esto no podíamos hacer mucho y tampoco había demasiadas mujeres. Tenían que ser hombres con fuerza y no les podíamos mejorar demasiado la vida, pues todo era pensando en el público. Hoy se piensa en que los animales estén lo mejor que puedan estar“.
A cargo de las redes y de la comunicación del ecoparque, Agustina Miguens remata: “Me enamoré de este proyecto. Teníamos que ser muy cuidadosos porque el zoológico estaba muy mal visto. Y a medida que el zoológico mejoraba, intentaba hacerlo con su imagen y era cada vez más estimulante. Siento que es una enorme responsabilidad transmitir el compromiso y el amor con el que cada uno de los que esta aquí trata a los animales”.
La caravana sigue su viaje, con el entusiasmo de alcanzar el santuario el viernes por la mañana, pero siempre con Pupy marcando los tiempos.