Estrenos de cine: Haz que regrese, el folk horror australiano en su mejor forma

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Haz que regrese (Bring Her Back, Australia/2025). Dirección: Danny y Michael Philippou. Guion: Danny Philippou, Bill Hinzman. Fotografía: Aaron McLisky. Edición: Geoff Lamb. Elenco: Billy Barratt, Sora Wong, Sally Hawkins, Jonah Wren Phillips, Mischa Heywood, Stephen Phillips. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: UIP-Sony. Duración: 104 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

El cine australiano descubrió los horrores arraigados en su propio territorio allá por los años 70, entre los tardíos coletazos de los nuevos cines de posguerra que a aquellos lares llegaron con mayor peso de la Historia que de la revolución estética. Cineastas como Peter Weir, Fred Schepisi, Phillip Noyce, Bruce Beresford, y por supuesto, George Miller con la saga Mad Max, siguieron los pasos de películas pioneras como Wake in Fright y Walkabout para explorar las profundidades del outback australiano. Un territorio vasto y ominoso, bañado en la sangre de los nativos, un horror silencioso que parecía tomar cuerpo en la naturaleza, en formas precámbricas y cultuales. El más allá de la razón y la civilización, el revés de esa isla próspera en el Índico, el rencor debajo de la bienvenida colonización británica y las mieles de la Commonwealth.

Los hermanos Danny y Philippou hurgan en aquellas mismas raíces con una mirada propia y signada por los contornos del horror, sacudiendo las fronteras de un fantástico que directores como Weir o Schepisi no habían traicionado de manera ostensible. Cultos, rituales e historias de brujas llegan esta vez más apegados al presente y a la raíz individual, al extravío maternal, la violencia familiar y el duelo irresuelto. Y el peso del pasado colonial que había sido clave en aquel primer esplendor del cine local, los Philippou lo exploran en una clave íntima, en los contornos de la familia, en los dobleces de una madre protectora, en la tragedia de una hermandad maldita. Como en su anterior película, la celebrada Háblame (2022), la conjura del pasado y la resurrección de lo perdido puede ser uno de los juegos más peligrosos.

Haz que regrese (UIP-Sony).

En su regreso a casa después del colegio, Andy (Billy Barratt) y Piper (Sora Wong), hermanos de distinta madre, descubren el cuerpo de su padre tendido en la ducha, una imagen siniestra que solo Andy puede ver y oculta a su hermana, con ceguera parcial, en una mezcla incierta de culpa y piedad. Marcados por ese duelo, son destinados a un nuevo hogar hasta que Andy cumpla los 18 años y reclame la custodia de su hermana menor. La anfitriona de su nueva estancia es Laura (Sally Hawkins), una mujer nerviosa y extravagante que vive en las profundidades del bosque, un entorno que recuerda las historias de los hermanos Grimm como Hansel y Gretel. Mientras Piper es recibida con devoción, Andy resulta una presencia incómoda, relegado a un desván con trastos viejos, bajo sospecha por su hormonal adolescencia, y sometido al escrutinio de su pasado doloroso con ese padre muerto.

Haz que regrese (UIP-Sony).

Pero también en la casa de Laura habita otro niño, el silencioso Oliver (Jonah Wren Phillips), con sus ojos inyectados en sangre y su andar oscilante, a la pesca de un gato escurridizo que le huye como a la peste. Los Philippou sustituyen ese aire juguetón de thriller con algunos sustos que ensayaron en su opera prima, por un clima denso y opresivo, que invade a su segunda película con el correr de los minutos. Hay algo valioso en esos intentos del terror de salirse de la lógica del golpe de efecto, del sacudón sorpresivo y solo anticipado por acordes musicales intensos, que se forjó como una fórmula y persiste como el principal atractivo para muchos fanáticos. Nada de eso hay en Haz que regrese, sino un hálito de melodrama mortuorio, preñado de imágenes rituales, de retazos del folk horror y las historias de brujas que aún increíbles parecen reales.

Haz que regrese (UIP-Sony).

La sonrisa de mil dientes de Sally Hawkins recuerda su irritante personaje en Happy-Go-Lucky de Mike Leigh, esa impostada alegría como fachada de un dolor oculto y silenciado. Y el hecho que sea británica y trabajadora social le permite a la película reflotar aquellos traumas coloniales que había revelado el Nuevo Cine Australiano bajo una lupa contemporánea. Es notable el complejo despliegue de su actuación, sin perder el anclaje en el realismo, pero dando a su oscura ambición de eternidad, una presencia terrorífica genuina, sin efectos, sin maquillajes, con ese cuerpo herido y tan cercano.

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