Excavando bajo una represa agrietada

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La receta para sacar a la Argentina de su decadencia no es una fórmula mágica. Es obvia. El ABC de los países que funcionan y que han aprendido de experiencias propias y ajenas. No es necesario compararse con Estados Unidos, Canadá o Australia, naciones anglosajonas de cultura protestante. Basta ver el progreso de Singapur, Polonia, República Checa o la India para sacar conclusiones.

Todas ellas, con distinto grado de éxito, tienen monedas sólidas (dos de ellas, el euro), y grabado a fuego que la inflación corroe los cimientos de la sociedad; que sin inversiones no hay crecimiento y que éste no es sustentable sin competitividad global. Recién sobre esas bases pueden desarrollarse políticas sociales para brindar prestaciones básicas a todos e igualdad de oportunidades a los menos afortunados.

Con el triunfo de Javier Milei en 2023, pareció que nuestro país había adoptado el manual elemental de economía capitalista, pero las cosas no son tan fáciles. En la Argentina aún lo más elemental es difícil de aplicar, no por fallas del tutorial, sino por 80 años de estatismo expoliador, autarquía ruinosa, regulaciones de privilegio e inflexibilidad laboral. No solamente se oponen los sindicalistas, empresarios y políticos beneficiarios del statu quo, sino también millones de personas cuyas actividades están ligadas a la supervivencia de aquellos. Buenas personas, trabajadoras y honestas que ignoran por qué razón se quieren cerrar organismos estatales, quitar privilegios a empresas, desregular sectores o abrir la economía.

Como hizo al presentar el presupuesto 2026, Milei debe olvidar su vocación académica y explicar, con lenguaje sencillo, hacia dónde avanza la libertad que avanza. Describir un Shangri-La criollo, como tantos buscan en el valle de Kunlun y que podrían encontrar aquí mismo, sin que el último en salir de Ezeiza apague la luz. La aparición de un Axel Kicillof moderado en una entrevista televisiva, sirvió para el peronismo mucho más que las mil groserías del “Gordo Dan” para la gesta libertaria.

Como hizo al presentar el presupuesto 2026, Milei debe olvidar su vocación académica y explicar, con lenguaje sencillo, hacia dónde avanza la libertad que avanza

Más allá de los rasgos personales del Presidente, acerca de los cuales han corrido ríos de tinta y que no se podrán corregir, lo importante es su programa, que es de sentido común, como lo fueron los de Grecia, Portugal, Chipre o Irlanda. Hasta Xi Jinping lo pondría en práctica si gobernase nuestro país, aunque con menos miramientos. La clave ha sido siempre la sustentabilidad política que acelera o demora el ingreso de capitales para la recuperación económica. La Argentina, a pesar de sus recursos naturales, no tiene contención de la Eurozona y va por el mundo en taparrabos, llorando miserias, luciendo billetes con las cicatrices de sus trece ceros extirpados y ocultando que parte de su población tiene 400 mil millones de dólares fuera del sistema.

Nos guste o no, la gestión libertaria está sosteniendo una represa a punto de fracturarse a la que todos han hecho rebalsar. Habrá matices, pero la fórmula de déficit cero, combate a la inflación, baja del costo argentino, apertura económica y reducción estatal es ineludible para evitar la catástrofe. Si el intento fallase y la represa se derrumbase, no por una receta equivocada, sino por ilegibilidad de la letra de quien la prescribió, sería un fracaso imperdonable.

La crisis de 2023 estará siempre latente mientras la Argentina no confíe en su moneda y sea un país dolarizado. Por muchos años, la fuga del peso siempre estará alerta, pendiente de cualquier traspié para gatillar corridas cambiarias, rupturas de cadenas de pagos y cierres preventivos de comercios. Esto debería ser repetido ad nauseam porque la gente cree que eso ya pasó, que la cabeza del dragón ha sido cortada y que ahora es posible pedir reactivación con los mecanismos tradicionales del populismo, como “darle a la maquinita” o con líneas de crédito blandos. Sería como excavar al pie de una represa a punto de romperse. Cuando el Presidente veta la financiación universitaria o la emergencia pediátrica, no lo hace para cumplir con la partida doble del fraile Luca Pacioli, sino para dar una señal inequívoca a quienes descreen de los argentinos de que, esta vez, no se repetirán los mismos errores de sus predecesores, democráticos o militares. Lo importante es la firmeza de esa convicción, aunque el populismo logre luego revertirla en el Congreso.

Esa tenacidad en defensa del déficit cero es aprovechada por la oposición, que, tomando la estabilidad como un fenómeno natural y soslayando su fragilidad, insiste en costosas medidas de impacto político para dejar al gobierno arrinconado contra la pared de la represa, sosteniéndola en soledad. De la rajadura, no se habla.

La gestión libertaria está sosteniendo una represa a punto de fracturarse a la que todos han hecho rebalsar. Si el intento fallase y la represa se derrumbase, no por una receta equivocada, sino por ilegibilidad de la letra de quien la prescribió, sería un fracaso imperdonable

Tampoco es cierto que la actual pax pretium se haya logrado gracias al esfuerzo de “toda la población” como predican con calculado ecumenismo. Ha sido a pesar de la oposición de tantos que viven del gasto estatal y se niegan a asumir los costos que la estabilidad implica para sus bolsillos, logrando victorias parciales con mayorías parlamentarias y sospechosas cautelares que perjudicarán a los más pobres.

De poco y nada servirán los aumentos en el presupuesto universitario y las leyes de emergencia para las personas con discapacidad o la salud si la población sufre un empobrecimiento mayor por la consecuente suba del riesgo país, derivada de presiones políticas que vuelven a poner en peligro el equilibrio fiscal.

En los pasados meses, se ha conjurado el derrumbe de una represa fisurada por la lluvia de pesos que elevó el agua hasta la cota máxima del embalse. La pared se sostiene con dificultad y se requieren reformas estructurales para darle solidez y hacerla perdurable. Y también confianza de que estas ocurrirán, para que los argentinos no corran buscando refugio descreyendo de las promesas, como siempre.

Temen los cambios, pues han tenido trabajos inestables alterados por crisis, ajustes, euforias y nuevas caídas. Ahora necesitan un relato convincente para entender por qué esta vez será diferente. Si un avión atraviesa una tormenta, un capitán experimentado transmite calma a los pasajeros y confianza en su idoneidad para superarla. No grita, no insulta, ni habla de forma incomprensible. Hasta ahora, Milei ha preferido citar a Murray Rothbard o Ludwig von Mises, de méritos indiscutidos, pero cuyos nombres, difíciles de pronunciar, poco aportan para recuperar votos perdidos en las elecciones bonaerenses. Es momento de explicar el sentido de las reformas y de las aún necesarias. Con voluntad de comunicarse, no de enseñar, ni de sermonear.

Si el Gobierno pretende recuperar apoyos, debe crear una nueva gesta

La oposición, mucho más pícara por ser peronista, utiliza la metáfora de la motosierra como herramienta cruel para destruir lo que funcionaba bien. Sin embargo, cuando se financian organismos con emisión, solo son burocracias espectrales nutridas por los más pobres en provecho de militantes, sindicalistas y contratistas. Anverso y reverso de la misma moneda. Al borde de la hiperinflación, se detuvo la emisión de forma abrupta y se derivó agua de la represa por vertederos, aunque se tilde ese salvataje de destructivo. Quienes salieron de la pobreza no lo calificarían de esa manera.

En el país “al margen de la ley” (Carlos Nino, 1993), se instaló una cultura de picardía y oportunismo. El Estado argentino no es lo que enseñó Joaquín V. González desde la cátedra universitaria. La administración central, provincias, municipios y autarquías han sido capturados por quienes los utilizan para contratar, nombrar y regular en su provecho, bajo la patriótica protección del sol naciente y el gorro frigio.

La corrupción kirchnerista hizo públicos varios casos, pero el entramado subsiste en toda la estructura y se defiende contra cualquier intento de modificación. Si el gobierno pretende recuperar apoyos, debe crear una nueva gesta explicando que el bien común consiste en reparar la represa y no en excavar sus bases utilizando las universidades, los hospitales o las personas con discapacidad con fines subalternos. No hay marchas, ni carteles en las bancas denunciando la industria del juicio, el desequilibrio jubilatorio, las licencias docentes, los gastos provinciales, las compras del PAMI o el manejo sindical de las obras sociales.

Es el momento de quitar la vista del suelo, mirar hacia arriba y mostrar a los argentinos que estamos aguas abajo de un dique fracturado. Si algún otro dirigente logra votos para repararlo, bienvenido sea. Pero tendrá que utilizar la misma caja de herramientas, pues así lo enseña el sentido común y la experiencia ajena.

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